El discreto encanto de ser campeones morales

Por Mariano Rovatti
Terminó. El sueño adolescente de ganar con "la nuestra" un campeonato del mundo se acabó ayer en Ciudad del Cabo. Alemania nos metió cuatro goles, igual que a Australia y a Inglaterra, y nos volvimos a casa.

En los análisis previos, se sabía que el verdadero mundial empezaba en este duro partido con Alemania. Los anteriores rivales presentaban grados de dificultad relativos, pero que podían ser superados apelando al talento de nuestros futbolistas.

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Pese a haber clasificado a los tumbos, al momento de la iniciación del certamen, el seleccionado argentino era quizás su máxima atracción: su plantel, el más rico sumando las cotizaciones de sus integrantes; su estrella, el mejor futbolista del planeta, Lionel Messi, quien a los 23 años ya ha ganado casi todo lo que puede aspirar un jugador de fútbol; y el nro. 1 de todos los tiempos, Diego Maradona, volviendo de su autodestrucción, sentado en el rol del director técnico.

Cuando Alfio Basile dejó la conducción del equipo nacional, incapaz de domar un equipo de hiperestrellas, se pensó que Maradona era el único que podía liderar un grupo semejante.

La actuación del seleccionado durante las eliminatorias fue inestable, y corrió el riesgo de quedar afuera. Lo salvó el mágico gol de Martín Palermo frente a Perú, y el muy buen partido realizado en Montevideo frente al hoy sorprendente Uruguay, en el que la Argentina ganó uno a cero.

Maradona había hechos cosas interesantes, como jugar en el interior o dar posibilidades a los jugadores del medio local. Promovió al arquero Romero y al rápido Jonás Gutiérrez. El equipo, generalmente, trató bien la pelota, e intentó llegar al arco rival con prolijidad. También se empecinó con Nicolás Otamendi, y jamás le encontró la vuelta a cómo armar una defensa sólida.

Al llegar a Sudáfrica, había múltiples señales de que estábamos frente a una gran oportunidad. Todos los jugadores llegaron sin lesiones. La mayoría de ellos venían de excelentes temporadas con numerosos éxitos internacionales. La elección realizada por el técnico generaba entusiasmo y casi no se advertían ausencias injustificadas. Sólo pudo ser criticada la falta de convocatoria del Pupi Zanetti y el Cuchu Cambiaso, bastiones del Inter Milan, dueño de la Champions League, aunque todos los futbolistas elegidos en esos puestos se hallaban en un gran nivel.

Pragmático, en los primeros partidos Maradona armó un esquema para que Messi se luciera, a imitación del que utiliza Pep Guardiola en el Barcelona. Argentina fue en sus primeros cuatro partidos una locomotora que se impuso gracias a su enorme poder ofensivo.

En el fútbol moderno se ha impuesto la utilización de una pareja de volantes centrales, destinados a capturar la pelota y distribuirla razonablemente. El equipo que juega con un solo volante central da ventajas que pueden traducirse en la pérdida del control del juego en el corazón de la cancha.

Juan Verón y Javier Mascherano cumplían ese doble rol a la perfección. La presencia de Messi como volante ofensivo, obligaba a sacar un defensor, dejando la última línea con tres integrantes o hacer lo propio con los volantes.

Frente a México se eligió la segunda variante, sacando a Verón del equipo titular. Allí se sintió la pérdida del control de la pelota, pero ello fue disimulado por la contundencia ofensiva de los delanteros Carlos Tévez y Gonzalo Higuaín.

Frente a Alemania, todo fue diferente. Los europeos pusieron cinco volantes, cuatro de ellos con llegada directa al sector de ataque. Atrás, cuatro atentos defensores y adelante un delantero, que nunca quedó en soledad.

En el ajedrez del fútbol, controlar el medio campo equivale a apoderarse de los 16 cuadrados centrales del tablero. Allí se gestan las victorias y las derrotas. Ayer, en el medio eran 5 a 3 todo el tiempo.

Pero lo peor era observar la defensa argentina, con cuatro marcadores centrales, de los que sólo dos de ellos hacían su trabajo habitual, Demichelis y Burdisso. Los otros, Heinze y Otamendi estaban condenados a padecer su improvisación.

Los marcadores centrales suelen ser altos y atléticos porque gran parte de su trabajo se desarrolla en el juego aéreo. Los marcadores laterales, en cambio requieren más tirarse al piso y cerrar espacios, por lo que en general son más retacones y anchos de espalda.

Argentina llevó sólo a Clemente Rodríguez y Ariel Garcé como laterales, pero ninguno fue titular.

Una variante que se suele utilizar es jugar con tres marcadores centrales, pero siendo uno ˆel líbero- el que barre el fondo, por detrás de sus compañeros, los stoppers, quienes marcan hombre a hombre a los dos delanteros rivales. Ello requiere sí o sí la presencia de carrileros ˆuno por la izquierda y otro por la derecha- que recorran la cancha del principio al final todo el tiempo. Ello permite tener un volante ofensivo más que se sume a la pareja de delanteros.

La Argentina no tuvo nada de éso frente a Alemania, quien fue superior ya desde el dibujo táctico hecho en el pizarrón. Siendo el fútbol un deporte donde lo colectivo se impone siempre a lo individual, de nada sirvió el mayor nivel técnico de los argentinos, circunstancia que sólo fue hipotética, ya que resultó imposible de demostrar en los hechos.

La mayoría de los goles alemanes se gestaron en su sector izquierdo, derecho para los argentinos. Allí fue clave la baja perfomance de Otamendi, mientras estuvo, y la falta de relevos después de su salida. El joven defensor de Vélez se vio desbordado continuamente.
Así, la Argentina quedó quinta en la tabla de este mundial, al fin y al cabo, en el mismo escalón que viene ocupando históricamente. En 1966, 1974, 1998, 2006 y 2010, el equipo albiceleste quedó entre el 5to y el 8vo lugar. En la era moderna, sólo pudo perforar ese techo en dos momentos:

Uno, el torneo organizado por nuestro país en 1978, en plena dictadura, y con la ausencia de algunos de los mejores futbolistas del mundo, como Franz Beckembauer, Johann Cruyff o Rulf Van Hanegem. El técnico César Luis Menotti puso en la cancha a un equipo que había ido formando durante cuatro años. Ese fue su gran mérito: incorporar las nociones de organización, largo plazo, planificación...El seleccionado obtuvo por primera vez el título, con toda justicia, apoyado en estas circunstancias y en las evidentes ventajas de la localía. Cuatro años más tarde, en España, la Argentina volvió a fracasar rotundamente.

El otro, el proceso de ocho años que tuvo a Carlos Bilardo al frente de la selección, durante el cual fue campeón en 1986, en México; y subcampeón en 1990, en Italia. En ambos certámenes estuvieron todas las grandes figuras del fútbol mundial y la Argentina padeció invariablemente la hostilidad de las tribunas. En ambos torneos, el equipo albiceleste tuvo que enfrentrar a los grandes del fútbol mundial, y les ganó a todos: Brasil, Inglaterra, Italia, Alemania...

Bilardo había armado ˆal igual que Menotti ocho años antes- un grupo de jugadores fieles que comprendían y compartían su mensaje. Recién después de tres años de trabajo, con victorias sobre Brasil, Alemania y Bélgica entre otros, convocó a Diego Maradona a la selección, para las eliminatorias, que fueron sorteadas con lo justo.

El equipo del 86 había sido construido desde atrás hacia delante. Comenzando por su solidez defensiva, después se trabajó en la riqueza ofensiva. El resultado fue un equipo ganador, seguro de sí mismo y respetado por todos. En Italia, cuatro años después, pese a haber comenzado a los tumbos, la Argentina le amargó la fiesta a Italia, y perdió la final con un penal inventado por el árbitro.

Bilardo demostró que igualando a los europeos en su rendimiento físico y en su disciplina táctica, los argentinos podían desequilibrar gracias a su mayor riqueza técnica.

A partir del mundial de 1994, la Argentina volvió al sistema anterior, de relativizar los aspectos tácticos y físicos confiando sólo en el indudable talento argentino.

Sudáfrica 2010 no fue la excepción. Maradona cayó en la misma trampa que muchos de sus antecesores, confiando que la magia del jugador argentino resuelve todo. Perdió el partido en el laboratorio, cuando su par alemán imaginó mejor lo que iba a pasar.

Desde 1994, de 22 partidos, sólo le hemos ganado cuatro veces a equipos europeos en los mundiales. Pese a que la mayoría de nuestros triunfos fueron frente a equipos africanos, asiáticos o latinoamericanos, la ola de triunfalismo copó todos los ámbitos, por necedad, ignorancia o conveniencia.

En este mundial, igual que en la mayoría de los anteriores, nos sentimos campeones en la primera ronda, tuvimos un aviso en la segunda y nos fuimos a casa en la tercera. En todos los casos, para los expertos en hablar de lo que no se sabe, fuimos los mejores, los campeones morales, aunque sea por un par de semanas.

Párrafo especial merece la batalla personal que significó para Diego Maradona esta Copa del Mundo.

Es indudable que toda su lucha estaba enderezada a ganar la copa, como único resultado aceptable. Ello significaba una victoria que excedía totalmente lo deportivo. Maradona le hubiera ganado a la FIFA, al sistema, a la lógica del poder.

Pero, a pesar de su evidente frustración, Maradona se ha vencido a sí mismo. Logró poner en la cancha grande de un mundial a un equipo competitivo. Perdió, pero no por escándalos, sino por errores tácticos y conceptuales. Tuvo su oportunidad, y la aprovechó hasta donde su capacidad se lo permitió. Como técnico, Maradona es uno más que mantuvo a la Argentina en su nivel histórico.

Para alguien como él, que visitó la gloria y el infierno tantas veces, no está tan mal.

Buenos Aires, 4 de julio de 2010

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