Producción y consumo: un dilema argentino

Por Víctor E. Lapegna


"Los argentinos hemos sido ociosos por derecho y holgazanes legalmente. Se nos alentó a consumir sin producir. Nuestro pueblo no carece de alimentos sino de educación y por eso tenemos pauperismo mental. En realidad nuestro pueblo argentino se muere de hambre de instrucción, de sed de saber, de pobreza de conocimientos prácticos y de ignorancia en el arte de hacer bien las cosas. Sobre todo se muere de pereza, es decir de abundancia. Quieren pan sin trabajo, viven del maná del Estado y eso les mantiene desnudos, ignorantes y esclavos de su propia condición. El origen de la riqueza son el trabajo y el capital, ¿qué duda cabe de que la ociosidad es el manantial de la miseria? La ociosidad es el gran enemigo del pueblo en las provincias argentinas”. Juan Bautista Alberdi, Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina, 1856

Para leer el artículo completo, cliquear arriba, sobre el título

“Debe trabajar el hombre para ganarse su pan / pues la miseria en su afán de castigar de algún modo / golpea en la puerta de todos y entra en la del haragán”. José Hernández, Martín Fierro, 1872
“Siempre en todas partes, han existido los que producen y los que sólo consumen. El régimen justicialista había lanzado una “consigna negra” para los parásitos: “cada argentino debe producir, por lo menos, lo que consume”. La organización del Pueblo, el trabajo organizado irá cerrando el cerco alrededor de los que consumen sin producir”. Juan Domingo Perón, La Fuerza es el Derecho de las Bestias, 1956
“La Argentina está muy preparada para consumir y mucho menos para producir. Hay que ir a una revolución hacia la producción. Las clases medias, en las que me incluyo, viven una gran decadencia cultural y educativa. No hay una cultura del esfuerzo”. Gerardo Della Paolera, La Nación, 23/01/2011


Las citas de Alberdi, Hernández, Perón y Della Paolera – quienes, pese a las diferencias temporales y conceptuales que los separan, coinciden en su lúcido interés por los asuntos de la Patria - marcan el carácter dilemático de la relación entre consumo y producción en la Argentina de ayer y hoy.
Para abordar ese dilema conviene tratar de esbozar la respuesta a estas dos preguntas:
· ¿Cuánto, qué y quienes producen en la Argentina actual?
· ¿Cuánto, qué y quienes consumen en la Argentina actual?

La Situación de la Producción de los Argentinos
El valor actual del Producto Bruto Interno (PBI) en la Argentina llega a unos 8.000 dólares por año y por persona y en el 2010 registró un aumento interanual de casi el 9 por ciento.
Se considera que los factores principales de ese crecimiento fueron los siguientes:
Producción agrícola, con una cosecha récord (en especial en soja);
Orientación expansiva de la política económica (fiscal, monetaria y de ingresos);
Contexto internacional favorable, con Brasil creciendo a tasas sorprendentes y traccionando al sector industrial argentino sobre todo al automotriz y China empujando la demanda de commodities en un ambiente de precios altos.
Clima de estabilidad financiera que garantiza un escenario sin grandes riesgos de sobresaltos, gracias a la alta oferta privada de dólares y la baja probabilidad de default soberano en el corto plazo.
Los trabajadores – según el concepto justicialista que reconoce una sola clase de hombres, los que trabajan – ocupados en las que son las principales actividades productivas por su incidencia en el valor total del PBI, aún incluyendo todos los eslabones de la cadena insumo/producto que abarcan esas actividades, suman un porcentaje menor del total de unas 18 millones de personas que integramos la Población Económicamente Activa (PEA) de nuestro país.
Estos someros datos acerca de quienes producen en la Argentina dicen bastante acerca de la cantidad del trabajo argentino y, sobre todo, acerca de su calidad, considerando por un lado su productividad en términos del valor creado por cada trabajador en una unidad de tiempo y por el otro la medida en que la actividad laboral se corresponde con la dignidad debida a toda persona por el sólo hecho de ser tal.
Según los datos del INDEC – con las justificadas dudas que suscita la credibilidad de sus mediciones – el desempleo es del 7,5 por ciento y según estimaciones confiables, el trabajo informal o “en negro” llega a un 36 por ciento de los asalariados
Si a ese 43,5 por ciento se le suman las personas que no forman parte del universo productivo por motivos estructurales (jubilados, menores, estudiantes, enfermos, etc.) y a los ocupados en empleos de baja productividad (como, entre otros, el de las trabajadoras domésticas), se constata que una gran proporción de los argentinos no “producen lo que consumen”.

La Situación del Consumo de los Argentinos
Una faceta de la dramática dualidad económica y social que divide a los argentinos es que pocos perciben mucho más de lo que pueden gastar en consumo y muchos perciben menos de lo que necesitan para pagar consumos vitales.
Un signo de esa dualidad es la brecha per cápita que separa al 10 por ciento de los hogares más ricos (que obtienen el 29,5 por ciento del ingreso total) frente a la misma porción de hogares pobres (que sólo recibieron el 1,7 por ciento del ingreso total), que en el 2010 fue de 21,45 veces.
Otra señal de dualidad económica y social es el coeficiente de Gini - que mide el grado de desigualdad en la percepción de ingresos y en el cual 0 es el nivel de mayor igualdad y 1 el de mayor desigualdad – que en la Argentina de 2010 llegó al 0,40 para los ingresos per cápita de los hogares, mientras que en los países europeos desarrollados apenas alcanza un 0,25 o 0,30.
En cuanto a la tasa de pobreza, si se la calcula conforme a los verdaderos precios de la Canasta Básica Alimentaria (que duplican a los registrados por el INDEC), asciende al 23 por ciento de la población (9,2 millones de personas) e incluso las estimaciones de la consultora Ecolatina la calculan en el 30 por ciento de la población total (unos 12 millones de personas).
Por lo demás, aunque según el INDEC el ingreso promedio de los casi 6 millones de trabajadores del sector privado durante el tercer trimestre del 2010 habría sido de 3.939 pesos mensuales, el dato no parece ajustarse a la realidad en el caso del sector privado informal, en el que los salarios crecieron este año un 23 por ciento (según datos oficiales), mientras los precios de los alimentos crecieron un 34 por ciento, siendo la comida un componente esencial del consumo de los sectores de menores recursos.
A propósito de ello cabe tener en cuenta que los trabajadores no registrados en el tercer trimestre de 2010 eran un 36 por ciento del total y en ese segmento de la masa laboral el nivel de los salarios es menor que entre los trabajadores registrados.
En el 2010 el consumo privado, variable que representa casi un 60 por ciento de la demanda global, registró un aumento del 8,3 por ciento y el consumo público, aunque tiene mucha menor incidencia en la demanda global que el privado, creció casi un 10 por ciento.

Si se desagrega ese crecimiento del consumo privado, se percibe la existencia de una marcada brecha entre las cantidades físicas de bienes vendidos y su valor en pesos deducida la inflación, lo que lleva a suponer que estamos ante un cambio cualitativo y estructural del consumo popular.
Por un lado, el consumo de los sectores de ingresos medios-bajos y bajos en parte se orientó a comprar mayor cantidad de bienes sustitutos más baratos y de mucha menor calidad, a través del conjunto de planes sociales y las asignaciones de subsidios al consumo de los más necesitados.
Por el otro, los sectores con mayores ingresos - que incluyen a algunos segmentos de asalariados con empleos estables y altos salarios como los camioneros, petroleros, bancarios, etc., así como a buena parte de los productores rurales - baten records de compras de autos nuevos (incluso los de alta gama), de electrodomésticos y de equipos de televisión, audio e informática, de viajes al exterior y gastos en turismo.
Ese nivel de consumo da cuenta del nivel de ingresos que tienen esos sectores medios-altos y altos, pero también de una generalizada compulsión a consumir para cubrirse de la inflación, en un entorno de inestabilidad.
Un signo de ello es que esas compras se concretan en buena medida mediante el uso masivo del “dinero plástico” y la demanda de préstamos personales de corto plazo asociados al mismo, que permitían acceder a un financiamiento de las compras hasta en 50 cuotas sin interés, lo que licuaba el costo, dado el nivel de inflación del orden del 25 por ciento anual. Un indicador de esa tendencia es el hecho que, en el 2010, el consumo financiado mediante tarjetas de crédito y débito haya crecido un 44 por ciento y en enero de 2011 ese incremento se acentuó.
En la actualidad circulan en el país unos 30 millones de tarjetas de crédito y débito, de las cuales alrededor de 21,6 millones fueron emitidas por entidades bancarias y el resto por entidades que no son bancos (cooperativas y financieras) o cadenas de ventas minoristas (por caso, las de electrodomésticos y los hipermercados) y según datos del Banco Central, sólo en el 2010, los bancos emitieron 4.170.000 tarjetas de crédito nuevas, que sumaron al sistema casi 2,5 millones de nuevos titulares.
Dado que se estima que el 20 por ciento de las tarjetas emitidas no registran movimientos, hay unos 25 millones de tarjetas operativas que representan alrededor de 1,4 tarjetas por cada uno de los componentes de la Población Económicamente Activa (PEA), que son quienes más usan ese instrumento de consumo.
Esta tendencia – que explica buena parte de las altas ganancias que registraron los balances de las entidades bancarias el año pasado - contrasta con el hecho que no haya un significativo repunte el crédito hipotecario, pese a que en muchos casos las tasas de interés se sitúan por debajo del índice de inflación real.
Otra señal de comportamientos compulsivos antiinflacionarios es la magnitud de los ahorros que los argentinos tienen bajo el colchón, en cajas de seguridad o en el exterior, que suman 140.408 millones de dólares de acuerdo a las estimaciones de la balanza de pagos difundidas por el INDEC.
La mencionada dualidad que registra la cantidad y calidad del consumo entre los diversos sectores en el plano individual, se acentúa en consumos sociales que registran el uso de bienes que expresan derechos difusos como la educación, la seguridad, la salud o el transporte; en los que se registra una muy marcada la disparidad en la cantidad y calidad del acceso a esos bienes, según sean los niveles de ingresos de los sectores sociales.
Un primer ejemplo de lo expuesto lo tomamos de un reciente estudio acerca de “Deserción, desigualdad y calidad educativa”, del doctor Alieto Aldo Guadagni, en el que se aborda la cuestión educativa, clave de la productividad y de la justicia social en este siglo XXI en el que se señala que en la Argentina de hoy “existen cada vez más evidencias que el sistema educacional, no solo el secundario sino también el primario y el inicial, avanza hacia la consolidación de un modelo organizativo de carácter dual”.
Agrega que “no existe igualdad de oportunidades, ni entre regiones ni entre niveles socioeconómicos de la población, lo cual agrava aún más el gran problema de una deficiencia generalizada en la calidad educacional argentina”.
Por último, da cuenta de que, “por cada 100 niños que ingresan a la escuela primaria nada menos que 75 lo hacen en escuelas estatales y apenas 25 en privadas; sin embargo a la hora de graduarse en la universidad 70 de cada 100 graduados provienen de escuelas privadas. Esto es así porque de cada 100 niños que ingresan a la escuela primaría publica llegarán a graduarse apenas 5,6, mientras que en el caso de los niños que ha cursado en escuelas privadas se graduaran nada menos que 38 cada 100”.
En otro plano, aunque la inseguridad afecta por igual a todos los sectores sociales, es obvio que quienes pueden pagar vigiladores privados o instalar gadgets preventivos en sus domicilios y ámbitos de trabajo, pueden verse menos amenazados por el delito que aquellos que no pueden solventar ese tipo de consumos.
En materia de salud salta a la vista que existe una marcada diferencia entre los sectores de la población que pueden consumir las prestaciones sanitarias que brindan los servicios privados y las obras sociales de mayor calidad, respecto de quienes sólo pueden consumir los servicios de los efectores públicos de salud.
En cuanto al transporte, son evidentes las diferencias que separan a quienes viajan en automóvil particular, taxis o remises de quienes están forzados a consumir los servicios públicos, en buena parte de los cuales, sobre todo en las horas pico, se viaja como animales y no como personas.
Matizando lo antedicho y como un indicativo de mejoras sociales registradas en el quinquenio 2004/2009, debe reconocerse que datos del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) indican que los hogares con carencias, que en el año 2004 eran el 51 por ciento del total, en 2009 habían bajado al 44 por ciento. El mayor avance en este campo se produjo en agua corriente (el déficit bajó de 19 a 10 por el ciento) y el menor en el acceso a la red de gas (de 22 a 19 por ciento), que obliga a pagarlo más caro en garrafas. En cuanto al déficit de conexión a la red cloacal, bajó de 41 a 32 por ciento en el mismo período, pero se mantuvo casi constante en las villas (de 77 a 75 por ciento).

Asignaturas Pendientes en la Producción y el Consumo
La descripción de la situación actual de la producción y el consumo en nuestro país confirma la idea básica que quisimos marcar mediante las cuatro citas con las que se inicia este artículo en cuanto a que, como señalaba Alberdi hace más de un siglo y medio, a los argentinos se nos sigue alentando a “consumir sin producir”.
Esa posibilidad se compadece con la fuerte tendencia al “cortoplacismo” que parece prevalecer en la cultura cotidiana de los argentinos y es obvio que resulta una tentación en la que es fácil caer para quienes cuentan con recursos para satisfacer la pulsión al consumo.
Tentación a gastar que tiene comprensible intensidad en una sociedad como la nuestra, en la que tantas veces los ahorristas – desde los jubilados a los asociados a las AFJP, desde los depositantes en los bancos a los aportantes a las obras sociales – fueron despojados por la inflación o estafados por el propio Estado.
Sin embargo, centrar el crecimiento de la economía en el estímulo de la demanda agregada de corto plazo, basado en gran medida en el endeudamiento de los consumidores privados, que es lo que prima en la Argentina de hoy, tiene límites acotados y consecuencias indeseables, tanto en lo que hace al crecimiento económico cuanto en lo concerniente a la inclusión social.
Es evidente que el crecimiento de nuestra economía es endeble en tanto depende en lo esencial de la demanda externa – sobre todos de la soja que vendemos a China y los automóviles que nos compra Brasil – y del estímulo artificioso del consumo privado interno, como componente esencial de la demanda agregada.
Decimos que ese incremento del consumo privado es artificioso dado que no se complementa con un aumento proporcional de la inversión destinada a que crezca la producción de bienes y servicios y al uso pleno del capital humano a través de la creación de fuentes de trabajo con niveles adecuados de productividad y competitividad y uno de los resultados indeseables de ello es el alza de la inflación que registra hoy la economía argentina, que está entre las más altas del mundo.
En cuanto a la inclusión social, nadie sensato puede creer que sea sustentable si se apoya en la “concesión” de subsidios directos para mantener un consumo de supervivencia que no le permite a las personas pobres salir de la pobreza y en subsidios indirectos que el Estado otorga a empresas oferentes de diversos servicios públicos – energía, transportes, vivienda, etc. – y no a los usuarios de esos servicios que, por su situación de pobreza, necesitan de esos subsidios, con lo que se tornan en instrumento de clientelismo políticos y negociados espurios.
En este punto cabe mencionar que el período de la historia argentina en el que hubo un mayor grado de inclusión y ascenso social fue el de las dos primeras Presidencias de Juan Domingo Perón (1946/1955) y esa realidad virtuosa de justicia social - que sigue presente en la memoria colectiva de los argentinos lo que, en gran medida, explica la continuada vigencia del “incorregible” peronismo - se basó en el pleno empleo y en altos salarios y no en la dádiva de subsidios poco transparentes.
Es por eso que creemos que trazar el camino que conduzca a hacer realidad aquel apotegma según el cual “cada argentino debe producir, por lo menos, lo que consume” tendría que ser un tema central del debate de ideas en el que debería consistir la campaña política en vistas a los comicios de octubre próximo, en los que hemos de elegir un nuevo presidente.
En esa perspectiva es alentador el compromiso asumido por Eduardo Duhalde en una carta dirigida a los argentinos que se distribuyó en el acto de proclamación de su candidatura presidencial, que plantea lo siguiente: “Sabemos y podemos construir una nueva matriz industrial que amplíe y sustente el camino abierto por las cadenas agroalimentaria, automotriz y siderúrgica, fuentes principales de nuestro potente crecimiento económico, al que hemos de armonizar con la calidad ambiental y la integración y justicia social, generando pleno empleo con trabajos estables, creadores de valor y por ello bien pagos, conducente a que cada argentino produzca el doble de lo que consume”.
En este punto tendemos a coincidir con las ideas de Rajiv Bantra, economista indio residente en Estados Unidos, en cuanto plantea que la demanda debería basarse más en la capacidad de compra de los salarios que en el endeudamiento de los consumidores, para evitar recaer en crisis como la que estalló en septiembre de 2008.
Con esta nota quisimos hacer un aporte a ese debate aún pendiente y con el mismo espíritu terminamos reproduciendo párrafos de un reportaje a Gustavo Grobocopatel que publicó el diario Perfil, que nos resultan ilustrativos acerca de nuestras asignaturas pendientes en cuanto a la relación entre producción y consumo.
“Hoy día no es “exportar más valor agregado”, como se dice vulgarmente, sino “exportar productos que incluyan a más gente en la cadena”. Creo que estos son los términos más apropiados para definir este tema. ¿Por qué? Porque es necesario generar puestos de trabajo y mano de obra calificada aquí en Argentina. Debemos dar más trabajo a la gente. Fundamentalmente, en el interior. Si no logramos transformar este proceso en estos próximos años en algo de este tipo, que revierta el sentido de las migraciones y permita desarrollar el interior, esta oportunidad que tenemos ahora habrá pasado de largo. Que la soja valga mucho y que tengamos éxito puede ser pasajero si no nos capitalizamos en generar este desarrollo en el interior”
Buenos Aires, 22 de enero 2011

No hay comentarios: