El moscardón del progresismo

por Abel Posse


Parecería que cuando un revolucionario siente que no puede cambiar al mundo por vía política, se hace progre.
En esencia, el progresismo es la sustitución de la acción transformadora profunda por la imposición de modificaciones tramitadas por vías no previstas por la democracia institucionalizada.
Ya no se pretende cambiar el Sistema sino de contrabandear modificaciones que a veces contradicen la estructura legalmente establecida, tradiciones, o realidades culturales.
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El progresismo se expresa opinativamente, creando corrientes de pensamiento, iniciativas movidas por minorías intelectuales dominantes, modas, ideas que se arrogan “lo políticamente correcto”.
Presenta sus convicciones como novedad ineludible, como nueva ética, como fuga del anquilosamiento, como único sendero hacia el futuro.
Renuncia al debate político frontal, procede por filtración de la opinión pública con ideas de cambio cuya calidad y veracidad no han sido adoptadas en un debate de fondo.
Se mueve en lo urbano, lo periodístico, lo actual, lo nuevo, lo moderno, lo juvenil. En suma, es un gramscismo costumbrista que descompone a la sociedad en sus tiempos y estilos culturales pero sin afectar la solidez del Sistema.

El progre actúa en contra de las mayorías: vence en los periódicos, no en los libros; se impone en las capitales, no en lo profundo de los pueblos. Es light, antifilosófico, trasnochadamente posmodernista.

En la España de Zapatero, campeón progre, la desocupación alcanza al 20 por ciento y las autonomías fragmentaron la unidad motora del país; pero lograron que las menores puedan abortar sin consentimiento paterno.

En Argentina, los progres de la educación sexual repartieron falos de madera y preservativos por las aulas, para horror de las familias de las provincias y de toda la Argentina profunda, que ven llegar a sus hijas con preservativos en los bolsillos del guardapolvo.

A lo largo de los años, en muchos temas importantes, han logrado ganarse la opinión y las consecuentes decisiones.

Después de un siglo XX de peligros y forcejeos, las izquierdas perdieron el gran desafío por el poder mundial sin derrotas militares, desde adentro, por implosión; desde la Rusia soviética hasta la China maoísta.

Y lo desolador para esa izquierda es que el fracaso se centró en la economía, justamente el pilar que para Marx regía tanto a las sociedades como al cosmos, según su materialismo dialéctico.

Los imperios comunistas son hoy emporios del capitalismo internacional y las socialdemocracias europeas son formas de capitalismo (en el mejor de los casos, capitalismo social de mercado…).

Sin embargo, el progresismo va sacando adelante sus expedientes. Influye poderosamente en las minorías motoras y opinativas, seduce a los medios masivos de difusión en temas tan importantes como la organización de la familia, la sexualidad, la educación, la situación de la mujer, el aborto. La frivolidad les da rédito.

Por cierto no se detienen a pensar con Marx que “rescatar lo bueno del pasado es tan revolucionario como edificar lo nuevo”.

Hace unos días, después de una importante votación en la Asamblea Nacional de Francia en la que se bochó una reforma sobre la organización de la familia, Nicolas Sarkozy, seguramente en el calor de la disputa, expresó su hartazgo ante la insolencia progre: “Hoy hemos derrotado la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas.

Desde 1968 no se podía hablar de moral. Nos impusieron el relativismo: la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes.

Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, que los vándalos son los buenos y la policía es mala… Que la autoridad estaba muerta, que las buenas maneras habían terminado, que no había nada sagrado, nada admirable.

Esta izquierda está infiltrada en la política, en los medios de comunicación, en la economía.

Firman peticiones cuando se expulsa a algún ocupa, pero no aceptan que se instalen en su propia casa. Son esos que han renunciado al mérito y al esfuerzo y atizan el odio a la familia, a la sociedad y a la república.

Hay debemos volver a los antiguos valores de respeto, de la educación, de la cultura y de las obligaciones previas a los derechos.

Publicado en Causa Argentina

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