El orden y la libertad

por Mariano Rovatti

Hasta que el pueblo las canta, 
las coplas, coplas no son 
y cuando las canta el pueblo 
ya nadie sabe el autor 
(Antonio Machado)


Y aunque me quiten la vida
 o engrillen mi libertad
 o aunque chamusquen quizá 
mi guitarra en los fogones
 han de vivir mis canciones
en el alma de los demás 
(Atahualpa Yupanqui)

Vivimos en medio de un tiempo de cambio de paradigmas. Viejas instituciones y poderes establecidos caen bajo la irrupción de nuevas formas de comunicación, achicando brutalmente distancias y plazos. (para leer el artículo completo, cliquear sobre el título)

Las leyes SOPA y PIPA sancionadas en los Estados Unidos, y el reciente cierre del sitio Megaupload ponen sobre la mesa un choque de valores de difícil resolución.

Por un lado, el de los derechos de autor de los creadores de todo material que circula por la web. Está fuera de discusión que la ley debe protegerlos, porque cada obra es parte del patrimonio de su hacedor, fruto de su trabajo.

Por otro lado, los derechos comerciales de las grandes compañías que difunden música o cine, con el formato tradicional de discos, CDs., DVDs, etc., para la que han hecho inversiones cuantiosas en tecnología, publicidad y cachets.

Estos entran en colisión franca con los recursos generados por sitios de descarga gratuita, en donde se suben y bajan archivos con los mismos contenidos que las compañías comercializan pagando derechos de autor. Allí, el negocio se basa en la masa de visitantes y usuarios que permiten a los sitios vender publicidad a valores millonarios.

Pero también el derecho del público común. ¿por qué pagar por un disco o video, si se lo puede obtener gratis, en pocos segundos, y sin moverse de su casa?

La actividad de sitios como Megaupload, es denominada piratería por las empresas tradicionales. Pero ¿no constituye también piratería el comercio monopólico, o los derechos exclusivos que se les exigen a los artistas para celebrar un contrato? De hecho, muchos artistas renuncian voluntariamente a sus derechos a cambio de que circulen por la red sus obras, y a la vez, eludir quedar atrapados por las grandes compañías.

En verdad, desde la explosión de Internet, se ha producido una transferencia de recursos desde las grandes compañías hacia estos sitios, que por lo general, no requieran grandes inversiones ni estructuras piramidales, cuyos dueños son todos muy jóvenes, rebeldes y mercantilistas a la vez. Para peor, muchos de ellos, tiene como sede de origen a países que no pertenecen al mundo desarrollado. Por ejemplo, Cuevana, sitio líder a nivel mundial de películas on line, es una creación de un inquieto muchacho sanjuanino de menos de 25 años.

El fenómeno es símbolo de este tiempo, en donde las viejas estructuras son demolidas por las nuevas conductas humanas, individuales y sociales. Esos cambios de hábitos derivan en cambios culturales, es decir, en cambios de valores y paradigmas. Hoy día, quien baja música por el Ares lejos está de sentirse un ladrón.

El hecho también hace renacer un viejo debate jurídico-filosófico sobre el rol de la Ley y el Derecho, y la obligación del Estado de garantizar su vigencia utilizando su poder de imperio.
En este caso ¿a quién debe protege la ley? ¿al autor? ¿a las compañías? ¿al público en general? ¿Cuál es el interés superior? ¿La ley debe generar cambios de conducta social, o es ésta la que al modificarse, obliga al Estado a reformar sus normas, adecuándolas a los nuevos tiempos?

Otro conflicto es el la territorialidad de la ley, y la capacidad del Estado para garantizarla. ¿Cuál es el territorio de Internet? ¿cuál es la nacionalidad de la web? ¿Tiene derecho un estado nacional a reglamentar el uso de Internet? ¿Y si tiene derecho, está en condiciones fácticas de hacerlo, teniendo en cuenta la inmaterialidad y transnacionalidad de la web? ¿no es como barrer en el desierto?

Cuando estalló el escándalo de Wikileaks, el sitio fue bloqueado por las autoridades. En menos de cuarenta y ocho horas, alguien subió un sitio idéntico con nombre similar,reproduciendo sus contenidos, los que siguen circulando por el mundo.

Internet es ingobernable por su propia naturaleza anárquica, espontánea y reticular. Es en sí misma, un desafío al poder establecido. Un reto que aún no fue resuelto por la autoridad formal, pero que aún está lejos de alcanzar su máximo potencial.

Paradojalmente, Barrack Obama había roto el molde y fue el primer negro en llegar a la presidencia de los Estados Unidos, derrotando en las primarias demócratas a la favorita Hillary Clinton, y luego al gobernante Partido Republicano. Su novedad, fue el uso de las redes sociales, que lo llevaron en semanas de ser un senador casi desconocido para el gran público al sillón mayor , antes de cumplir cincuenta años de edad. Hoy es su propio gobierno el que lleva adelante esta iniciativa. Quizás, él sepa mejor que nadie cuál es el poder de la web.

Las redes sociales también tuvieron un papel importante en la rebelión desatada en el mundo árabe durante el 2011, que generaron las cáidas del egipcio Hosni Mubarak y el libio Muhammar Kadafi, entre otros.

¿Qué hacer? Es evidente que lo nuevos hechos obligan a nuevos esquemas de pensamiento y acción. Siendo Internet de carácter trasnacional, ningún Estado tiene per se el derecho a tomar medidas restrictivas sobre los contenidos que circulan por la web. Quizás, tendría mayor legitimidad un acuerdo celebrado entre todos los gobiernos del mundo. Podría empezar a discutirlo el G-20, llegar a un marco común, y convocar al resto a adherirse.

Pero ese acuerdo tendría que tener bases razonables, admitiendo las limitaciones fácticas de hacer ejercer el poder estatal sobre los sitios.

Un nuevo round de un viejo combate de la humanidad: la libertad vs. el orden. ¿Quién lo ganará? 



Buenos Aires, 24 de enero de 2012

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