Del centro político al centro estratégico



por Jorge Raventos

Después de más de diez años de un gobierno de modales extremos y confrontativos, la opinión pública se muestra harta y las fuerzas políticas que buscan suceder al kirchnerismo procuran tomar distancia de ese estilo. El resultado es una masiva convergencia en el centro del espectro político.

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Por ese espacio circulan los renovadores de Sergio Massa, el Pro de Macri, radicales, socialistas y otros sectores del Frente Amplio UNEN y también el candidato más fuerte que se mantiene en la coalición oficialista, Daniel Scioli, que siempre se empeñó en un compromiso entre la disciplina que impone la Casa Rosada y un estilo propio moderado y dialoguista.

Congestión

Para cada uno de los competidores por la presidencia ese embotellamiento representa un desafío: cómo diferenciarse del resto cuando todos se parecen tanto. Hasta el punto de que los deportes favoritos de esos candidatos son sacarse fotos con cada uno de los otros y, paralelamente, intentar la seducción de figuras que ya han sido conversadas por alguno de los adversarios.

Que busquen fichar a los mismos personajes es otro fuerte indicador de semejanzas (y probablemente de confusión). Martín Lousteau, flamante diputado por UNEN, codiciado tanto por el Pro como por el Frente Renovador. Gabriela Michetti, estrella del Pro, coquetea con Elisa Carrió y Ernesto Sanz y habla de crear “un nuevo partido”; Scioli, Massa y Macri codician a Guillermo Francella. Scioli y Massa dialogan con frecuencia con Roberto Lavagna y también con José Manuel de la Sota (ambos parecen aproximarse a algún acuerdo con el tigrense).

Para distinguirse en ese paisaje abigarrado, los competidores tratan de destacar atributos o peculiaridades en los que se sienten fuertes. Macri habla de gestión (pero eso hacen también Massa y Binner, por ejemplo); Scioli apunta que no se puede comparar la administración de una ciudad con recursos, como Buenos Aires, con la de una provincia como la propia, “que es un país”; el Frente Amplio Unen trata de subrayar su carácter no peronista, un guión que, interpretado por Elisa Carrió, se desplaza del equilibrio buscado por sus socios políticos y revive el perimido antiperonismo; Macri, por su lado, también toma distancia del peronismo pero matiza la diferenciación y habla de “los que siempre gobernaron”, una alusión que claramente suma a la UCR.

Esos roces y suaves topetazos, comprensibles cuando se maneja en condiciones de atasco, no ponen en cuestión los buenos modales con los que se tratan todos los candidatos alternativos al kirchnerismo (sin excluir a Scioli que, si se quiere, es doblemente alternativo). Pero hay que señalar que el centro al que todos ellos se han ido desplazando y en el que conviven está todavía lejos de ser el centro de gravedad de los problemas del país.

Los buenos modales

Aunque importante, el eje de los buenos modos (la propensión al diálogo y la capacidad de acordar inclusive sobre los desacuerdos sin tratar a la otra parte como un enemigo) es, de todas manerass, un aspecto subalterno del debate y la convergencia de que son deudoras las fuerzas políticas..

El centro de gravedad de la acción política es el lugar o el objetivo principal en el momento decisivo. Allí hay que concentrar las fuerzas. No se lo encontrará en un listado de coincidencias sobre buenos deseos y temas “de gestión”, por más que se lo bautice como “políticas de Estado”. El centro de gravedad reside en la definición de las vías para asociar virtuosamente al país a un diseño económico globalizado y cada vez más integrado mundialmente.

Argentina tuvo un consenso de esa naturaleza durante más de medio siglo, a partir de 1870, y entonces se convirtió en un país abierto y próspero, con un papel en el mundo que le daba mercados e inversiones y lo hizo capaz de incorporar masas de nuevos ciudadanos, educarlos, abrirles caminos de progreso y alcanzar como nación respeto e influencia. Hoy, en paralelo a una situación que va allanando el camino para nuevos consensos, todavía se observan –tanto en las elites políticas, como en las bases sociales que les dan y les quitan sustento- vastas cuotas de anacronismo, pasión por juicios, prejuicios y clichés que ya eran obsoletos décadas atrás, y puntos de vista que no se aventuran más allá del cortísimo plazo.

En los últimos años, por caso, la buena noticia de que el país es una potencia agroalimentaria fue largamente juzgada (y no sólo por el ideologismo oficialista) como una suerte de maldición; la soja fue reputada de yuyo que condenaba a la Argentina a la “reprimarización” económica y no como una ventaja competitiva que nos abría la puerta a ulteriores pasos productivos y de agregado de valor. Tal postura no impidió (más bien estimuló) el usufructo rentístico de esa ventaja, la confiscación parcial de sus beneficios por la caja central y la derivación de buena parte de esos recursos por canales parasitarios e ineficientes, cuando no corruptos. Sobre ese uso rentístico se asentó –hasta que terminó claramente desquiciado- el llamado “modelo” K.

Con el conocimiento de que el país no sólo alberga su vigor agroalimentario, sino también enormes recursos en materia de combustibles no convencionales (los segundos del mundo), minerales tradicionales y litio (esencial para el desarrollo de la nueva generación de vehículos híbridos), ¿en qué proyecto estratégico se enmarcará su explotación?¿Se impondrá, una vez más, la combinación de autoincriminación (por poseer y extraer esos recursos) y conducta rentística?

Hacia un nuevo consenso

He allí una cuestión en la que los argentinos deben elaborar un nuevo consenso, que vaya más allá de las evocaciones retóricas de ideas y (grandes) figuras de un mundo que ha cambiado radicalmente, que no es ya el de la segunda posguerra, ni el de la guerra fría, ni el del unipolarismo estadounidense posterior a la caída de la Unión Soviética. Es el que motorizan los países emergentes (especialmente China), el que se asienta en la creciente integración económica global.

Ya definido el fin de la etapa argentina que hoy se descompone (“la década ganada”) y alcanzados ciertos acuerdos sobre el eje de los buenos modales, sería penoso que el nuevo ciclo no se coronara con un nuevo sistema político, apoyado sobre un nuevo consenso y sobre verdaderas políticas de Estado adecuadas a la época, en cambio de rémoras recauchutadas de los tiempos en que se podía imaginar autarquías económicas. Ese es el centro de gravedad. Allí hay que agrupar fuerzas.

Publicado en el perfil de Facebook del autor

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