Zambullirse en la incertidumbre



Por Mariano Rovatti

La victoria de Donald Trump sacude al mundo, y pone en el banquillo de los acusados a una serie de creencias asumidas cómo verdades. Más allá de que la cantidad de votos de Hillary Clinton fue levemente superior, el sistema electoral consagró al candidato republicano, dejando en offside a la clase dirigente norteamericana, y su constelación de intelectuales, analistas y encuestadores, obligados ahora a pensar de nuevo, bajo diferentes paradigmas.

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Al comienzo de la campaña electoral, comentamos en las redes virtuales que Donald Trump estaba logrando que todo el debate político girara en torno suyo. Esta centralidad suele ser un factor desequilibrante en procesos electorales que se presumen parejos.

Sólo el debate presidencial es sus tres episodios marcó una diferencia en esa tendencia, pero está visto que el hombre común no se conmueve ante esos lances televisivos, que sólo impresionan a no más de un cuarto de la población, que a esa altura ya decidió el voto, y consume el debate sólo para confirmar su creencias sobre partidos y candidatos.

Una vez más, las encuestas no fueron elaboradas para explicar la realidad, sino para modificarla. Hasta una semana antes de la elección, las mismas marcaban una clara ventaja para la candidata demócrata, hasta que un súbito “vuelco” llevó los números a un “empate técnico” similar al resultado final. Está claro que los últimos datos eran los verídicos, y que todo lo anterior fue parte de una operación destinada a influir sobre la voluntad de los votantes.

Estratégicamente, Trump logró que siempre se jugase el partido que a él le convenía. Mostrándose como un outsider autoritario, grosero, misógino, corrupto y sin escrúpulos, se impuso primero a su propio partido, luego a los medios de comunicación y el poder financiero y por último a su rival Hillary Clinton, a quien logró encasillar como una representante del establishment político, causante de los males de los norteamericanos.

La intuición de Trump captó los emergentes sociales del momento mejor que el profesionalismo de Hillary. La pérdida de fuentes de trabajo y nivel salarial, la injusta distribución de la riqueza generada en los últimos ocho años y la amenaza del terrorismo internacional fueron los puntos salientes de una agenda que resultó efectiva frente a la lista de posturas políticamente correctas de su rival.

Con astucia y cinismo a la vez, Trump pudo ubicar a su partido como el que impulsaba las transformaciones, arrinconando a los demócratas como garantes de la continuidad. Al revés de sus roles históricos.

Con su mensaje xenófobo, racista, misógino y autoritario, el nuevo Presidente le habló al oído a la parte más sombría del alma de los estadounidenses. Y les llegó.

A partir de enero, Trump tendrá el desafío de gobernar demostrando que sus excesos fueron sólo verbales. Que el mundo no corre peligro por su cercanía con líderes cesaristas como Vladimir Putin o Recep Erdogan. Que su aversión por los hispanos no derivará en un conflicto social imparable. Que sus políticas de gobierno en temas como medio ambiente, salud o seguridad no significarán un retorno al pasado.

Otra vez, lo predecible fue aquéllo que finalmente no sucedió. La política es dinámica y caprichosa, y no hay teórico, tecnócrata o especialista que merezca la arrogancia de profetizarla.

Buenos Aires, 9 de noviembre de 2016


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1 comentario:

albrtx1 dijo...

COMO SIEMPRE EL DR. ROVATTI NOS SORPRENDE CON SUS CERTEROS ANALISIS