El rumbo político y las elecciones de medio término



por Ricardo Auer 

 Luego de la acelerada introducción de las nuevas tecnologías en la sociedad global los pueblos han modificado su comportamiento social y su forma de relacionarse con la política. Pareciera que hubiese dos eras: antes y después de la Internet. Si bien esto puede plantearse desde lo tecnológico, el mundo sigue siendo igual que siempre en cuanto a la disputa del poder y a la distribución de los beneficios. Sólo que ahora se discute de otro modo, en otras plataformas y a otras velocidades; aunque como siempre, se trata de enmascarar las verdaderas intenciones. Ya los griegos usaron el engaño con el mítico Caballo de Troya, relatado en la Odisea de Homero. En el famoso manual de estrategia “El arte de la Guerra” de Sun Tzu, aplicar el engaño no es ajeno al conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación; donde la sabiduría pasa por comprender las raíces profundas de los conflicto, para buscar soluciones, siguiendo la máxima de que “la mejor victoria es vencer sin combatir”.

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Mientras décadas atrás estaba instalado un debate ideológico relativamente masivo, en los últimos tiempos, ha habido un distanciamiento generalizado de “lo político”, ya que ha sido instalado, que “la política es sucia”, que “todos mienten”, y que el “poder enferma”. En muchos casos es así, pero es peligrosa esa generalización. Esa sensación del “fallo” político sistemático, ha facilitado el dejar librado, el destino de los pueblos, a lo que las élites decidan hacer con el poder, sin apelar a tanto debate. La historia enseña que no han sido los sectores más excluidos los que producen revoluciones o grandes transformaciones, sino sectores medios y probablemente con cierta seguridad económica. 

El hecho novedoso es que el consumo masivo impuesto como religión ocupó las neuronas ociosas y todo marcha, en principio, en forma estable para el sistema. Así lo marcan las continuas novedades tecnológicas; pero hay que recordar que esto no es para siempre. En algún punto se alcanza una maduración del ciclo tecnológico y es allí donde se puede producir un punto de inflexión. El hecho disruptivo, que los centros de poder real se independicen de la representación política y operen independientemente del mandato político y sin asumir responsabilidades sociales, trae un profundo cambio en las relaciones democráticas. 

Es notable como los tradicionales partidos políticos de casi todo Occidente están siendo destrozados por el sistema, medible por su baja imagen popular, siendo renovados por nuevas y flexibles “creaciones políticas”, mientras las monarquías europeas se han adaptado rápidamente a los cambios y gozan de alta popularidad, siendo como son, instituciones medievales, cuya razón de ser es la resistencia al cambio. El secreto de dicha popularidad está en haber transferido su anterior poder político a un sector político-financiero enmascarado, que maneja sus resortes en las sombras; quedando así las monarquías “en apariencia” como decorativas y vistosas. El trabajo de ajuste queda, como siempre, en manos de los políticos, descartables y renovables. 

 Las disputas políticas quedan encerradas en pequeños círculos y el pueblo se aliena en el consumo masivo, ó entretenido en alguna participación menor en cuestiones secundarias o municipales. La diversidad y la multiplicidad de intereses parciales producen así un profundo fraccionamiento del poder social. Pocos espacios quedan entonces para discutir políticamente el rumbo futuro y las verdaderas causas de los problemas presentes. Solo se habla de los efectos y de cómo manejar la situación político-social, crecientemente incierta y azarosa. Los objetivos políticos y sociales; la inserción del país en el mundo; el debate educativo; o la cultura del trabajo, terminan reduciéndose en simples planteos y esbozos economicistas. Todo muy mediocre. 

 Cambiar el rumbo 

Como expresara en un documento anterior, “Las sociedades conformadas por seres individualistas, acríticos, conformistas, facilistas y consumistas caen en un estado de ansiedad permanente; y acuciados por la inseguridad, que genera miedos enfermizos, son fácilmente manipulables por los mecanismos de Acción Psicológica, muy estudiados desde hace casi un siglo. Más aún hoy, con los modernos medios de comunicación masiva apoyada en sistemas audiovisuales y las redes sociales. Una sociedad angustiada, sin esperanza y desconcertada sobre el rumbo a tomar es el resultado práctico de un modelo que fenece sin que uno nuevo haya sentado las bases que permitan visualizar un porvenir medianamente previsible. 

En estas épocas donde no hay dirigencias que puedan orientar a la sociedad, se anula precisamente la posibilidad de mejorar la situación, de corregir los errores y los excesos políticos y sociales, de reordenar la moral ciudadana hacia criterios del Bien Común. Esto explica que nadie quiere poner un mínimo de orden, de institucionalidad, de reglas comunes cumplidas por todos; de responsabilidades compartidas. Nadie quiere jugarse por algo quecambie realmente el rumbo. Todos son hijos de los focus group, de laencuesta, contestada por gente asustada del futuro. 

 En Occidente, las generaciones anteriores tenían la certeza que el mundo era un lugar de fuertes competencias, de lucha; que había que prepararse para enfrentar esos desafíos; la educación era un campo decisivo para ello. Esas convicciones se han perdido en la sociedad consumista, incapaz de comprender su verdadero destino” 

 Lo viejo y lo nuevo 

El analista y consejero electoral Durán Barba viene a ratificar y confirmar este estado de situación: para él existe un desgaste completo de las ideologías tradicionales y la despolitización del hombre común: "Hay más pobres consiguiendo un perrito para su hijo que leyendo a Lenin; sólo el 20% de la población sigue sujeto a esas supersticiones, y nadie escucha en los iPods la Internacional ni la marcha peronista; en las últimas décadas la gente tuvo acceso a una enorme cantidad de información, desmitificó a las autoridades, desarrolló un sentido común más agudo que el de las elites y perdió el respeto por el criterio de autoridad; las verdaderas conversaciones y los intereses reales de la calle están alejados incluso de los temas que la ciudadanía, siguiendo el deber ser, puntualiza ante los encuestadores. 

Todos somos hoy emisores desde que se han masificado los smartphones: la opinión pública tomó vida propia y es anarquizante, lo único permanente es la fugacidad, los votantes ya no son de nadie, los oradores no son escuchados, los aparatos partidarios no sirven para nada, y los dirigentes pescan en una pecera cerrada mientras el 80% de la sociedad nada en mar abierto”. Su descripción social no es ajena a la realidad. 

Para DB el pensamiento político se divide entre el pasado y lo “nuevo”. En el “pasado” están los que “necesitan ordenar los acontecimientos históricos y los sucesos individuales para darles un sentido; creen en una verdad unívoca, una respuesta para cada pregunta, un ordenamiento de buenos y malos; en creencias estáticas de sectas que se cierran en su pequeño paradigma y se niegan a discutir las hipótesis que contradicen la doctrina del partido o las imaginaciones del líder”. En lo “nuevo” están los que "tienen una visión dispersa y múltiple de la realidad, que no se angustian por integrarla dentro de una explicación coherente, y que perciben el mundo como una diversidad compleja, tumultuosa y contradictoria". 

Para DB estamos en la era de la "política horizontal", donde el ciudadano se independizó por completo de la dirigencia. De allí deduce que se hace necesario gestionar permanentemente una seducción política sobre los ciudadanos que permita una "popularidad permanente" que permita ganar una elección tras otra. La técnica para ello es precisamente una cuestión de expertise en marketing político, nuevo nombre para la vieja Acción Psicológica. Es así como DB entiende la “nueva” democracia, surgida de un supuesto “espontaneísmo de las masas”; criterio no demasiado lejano de otras variantes irresponsables de “populismo demagógico”, que por facilismo o “no sustentabilidad” de acciones, lleva a la decadencia. 

El empirismo como método práctico (o pragmatismo técnico) para ganar elecciones, en modo alguno reemplaza al necesario debate acerca de las aspiraciones de la sociedad de cara al futuro. Ganar siempre es bueno para el que gana. Pero en democracia se supone que el pueblo tiene derecho a saber hacia dónde se dirige. Parecería que en el esquema divisorio de DB, los “valores” no entran demasiado en juego; la “verdad” parece bastante relativa; los “fines” de la sociedad son claramente difusos y la “cultura” es aquello que se vaya produciendo, sin criterios fijos de belleza. Lo importante primordialmente es la “victoria” electoral. Pura casualidad con aquel FpV? 

 La emotividad difusa 

Eduardo Fidanza coincide en que “la gente está en otra cosa, preocupada por llegar a fin de mes, con presupuestos que se estrechan cada vez más debido a la inflación y la disminución de ingresos. Las elecciones no son la prioridad de estas personas”; en general, saben poco de las próximas elecciones (cuándo son, qué se elige) y los eventuales postulantes, con escasas excepciones, no los entusiasman”. Los focus groups muestran que “el votante, que tiene poca información, utiliza atributos morales y psicológicos de la vida privada para decidir sus opciones públicas; más que la ideología y la pertenencia a partidos, importan la honestidad, la empatía, el liderazgo, la eficacia, los gestos que indican familiaridad o extrañeza”. 

Según EF en las democracias modernas el elector medio es apático y está desinformado; sus decisiones surgen de una emotividad difusa más que de un cálculo racional; son las impresiones y los sentimientos quienes determinarán qué boleta elegirá; un collage cultural donde se superponen imágenes, consumos, espectáculos, tecnologías, violencias, ansiedades y deseos de bienestar, entre otras excitaciones, opera como telón de fondo del voto. Lo condiciona y lo prefigura”. Sobre esa base operan los consultores de campañas políticas. 

Los electores ven en los candidatos, ya no proyectos o programas, sino sólo “figuras cambiantes de acuerdo con su percepción emocional”. Según EF los atributos más observados por los electores son: “el género, la capacidad de liderazgo, la honestidad, la cercanía o empatía con la gente común, y la eficacia material; la capacidad de lograr condiciones favorables de ingreso, empleo y consumo, aunque no sean sustentable”. 

El combo de opciones es demasiado grande como para sacar conclusiones, más aún cuando, como se ha descripto anteriormente, “la opinión pública tomó vida propia y es anarquizante; lo único permanente es la fugacidad”. El orden viejo y el desorden nuevo. Tenemos entonces un mundo viejo ordenado y un mundo nuevo desordenado, bastante caotizado. Si bien siempre hubo una manifestación de “orden”, éste siempre fue interpretado para mantener el status quo del poder político dominante. 

Las empresas han hecho un culto perfeccionista del orden y la previsibilidad de sus acciones. Sin embargo en los últimos tiempos se ha estado manejando el “poder del desorden”. Resulta que la “magia del orden” ha resultado castrante de la creatividad. Y como estamos en un mundo con una gran dinámica de cambio tecnológico, resulta necesario fomentar “algo de desorden” para activar la creatividad y fomentar la resiliencia para los momentos de incertidumbre. Todo el mundo ha sido educado para temerle al desorden, como a la pobreza, a la degradación y a la vejez. 

Pocos son los defensores del desorden, a veces elevado a la categoría de flexibilidad, creatividad y desafío; casi siempre asociado a transgresión, desacartonamiento, liberalidad; frecuente en los ámbitos juveniles, bohemios, de artistas, de anarquistas. Pero siempre ha existido la utilidad de establecer un mundo ordenado, sistematizado, cuantificado, claramente diferenciado en categorías, planificado y predecible; instinto bien arraigado en diferentes culturas y sociedades. En un estado de desorden, que generalmente es un tiempo de transición entre dos períodos de orden, hay vértigo y no hay control, o mejor dicho el control solo puede ser ejercido por las minorías que tienen el “poder de ejercer su poder”. 

En tales circunstancias el ciudadano común se encuentra desprotegido; el asociado a un gremio, al menos tiene un cierto poder de negociación; una situación caótica, desordenada, anarquizante siempre favorece en forma relativa a los poderosos, sean éstos el sistema financiero, al narcotráfico, o al gobierno de turno, quien dispone de mayores medios materiales para impactar emocionalmente a la sociedad. 

 Obviamente el desorden es también el producto o la causa de una acción de cambio. Sea en el plano de la creatividad empresarial o en términos políticos. Puede ser bueno o malo, depende de la dirección que se le quiera dar. Un “desordenado” pelea primero contra un mandato social y por la emancipación de las reglas que no le son propias. Eso les pasa a muchos jóvenes que no tienen nada que perder; que no tienen una causa justa por la cual luchar; los excluidos de todo beneficio social. Sin embargo el orden necesario es el precio que pagamos por la socialización y una forma de convivir con los demás ciudadanos. 

 Qué se puede esperar Finalmente, si los sentimientos y la emotividad son los que conducen el actual proceso, que es desordenado y cambiante (fugaz); que depende más del impacto que pueda lograr algún atributo de una figura pública, generalmente “trabajado” para que luzca en los medios de comunicación, poco puede esperarse de alguna modificación sustancial del presente actual. Seguirán funcionando los mismo criterios y los mismos sentimientos anidados en el interior de la gente. Siendo poco racional el actual proceso; entendido racional como debate de ideas, es probable que los sentimientos no cambien demasiado el proceso político. 

No hay un liderazgo demasiado contundente en ninguna de las fuerzas que pueda modificar sustancialmente el poder político relativo de cada fuerza. Si nadie muestra un programa coherente; si no hay proyectos integradores; si sólo hay propuestas parciales (antes que parciales definamos un objetivo macro) sobre temas sectoriales; si nadie explica las causas y no sólo los fenómenos; lamentablemente el futuro estará determinado por la nada actual. Los mandatos ocultos sólo se mostrarán luego de visualizarse los resultados finales. El verdadero poder detrás de esta mascarada va conduciendo el rumbo de todos nosotros, y como no tiene una doctrina amigable para ofrecer a la sociedad, intentará seguir con la creencia que las supersticiones(como llaman a las doctrinas políticas) no tienen la capacidad de discutir la distribución del poder. Algunos amigos plantean que los mesianismos y los personalismos del pasado deberían ser considerados como parte de la adolescencia y de la experiencia nacional y que hoy hay que dar un paso adelante, asumiendo los riesgos necesarios, en otra dirección. 

Más que un liderazgo único reconocido, lo que debería surgir necesariamente para transformar la realidad, es un grupo de personas agrupadas tras un destino de bien común. Obviamente “el destino” no son las elecciones, que son una herramienta o un instrumento. Lo absolutamente necesario es un proyecto de país, un modelo económico y político a seguir, una hoja de ruta que explique el rumbo a tomar, cómo vamos a llegar, qué utilidad va a brindar iniciar el camino, en cuánto tiempo podríamos llegar y cuáles son los obstáculos que podemos encontrarnos y cómo vencerlos. Sería hora de firmar un nuevo contrato social, con estatuto y todo; objetivos (qué), medios (quiénes, con qué y cómo) y términos (cuándo). 

No debemos seguir confundiendo medios con fines. El cortoplacismo es un mal endémico argentino. Una empresa habitualmente se constituye por un plazo de 99 años, un país debe pensarse en un plazo mayor; una familia, todos deben definir sus objetivos como colectivo más o menos grande. Sin metas, sin fines, sin razón de ser, no puede hablarse de Estado. Hay que definir qué país deseamos, cómo vamos a conseguirlo, con qué medios. Ese es el verdadero debate nacional que hace falta; no las falacias y entretenimientos secundarios a los que nos someten. Es cuestión de empezar, porque es la época de los recambios.



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