La vuelta de los profesionales



Por Mariano Rovatti

El reciente cierre de alianzas y las candidaturas que próximamente se presentarán, sugieren el comienzo del fin de la grieta cavada en 2008, a partir de la batalla entre el gobierno y las organizaciones rurales de entonces. Quienes fueron los promotores de la polarización, son quienes han decidido atenuarla, recurriendo a profesionales de la política. Tanto en el gobierno como en el peronismo, los impulsores de la confrontación quedan relegados a ejecutar funciones relacionadas con el marketing y la publicidad, quedando las decisiones y las candidaturas para los políticos más tradicionales. Los polos se corren hacia el centro, vaciando de contenido y posibilidades a quienes intentaron construir una tercería vía.



El primer paso lo dio la ex presidenta Cristina Fernández-Kirchner. Tras su presentación en la Feria del Libro y su reunión con el Consejo Nacional del Partido Justicialista, sorprendió a propios y extraños lanzando la candidatura presidencial de Alberto Fernández, reservándose para sí el segundo término de la fórmula.

La jugada desacomodó a toda la dirigencia, que tardó en reaccionar. Generó miles de especulaciones sobre la intencionalidad de la decisión, pero en política éso es lo que menos importa.

Alberto Fernández se había distanciado del kirchnerismo en 2008, tras la derrota en el senado en la mencionada batalla contra el campo. Su caída fue también la de la transversalidad, iniciando un período de un liderazgo más concentrado en el matrimonio presidencial, que se agudizó tras la muerte de Néstor Kirchner en 2010.

Tras un período de silencio, desarrolló un rol de operador en el armado del Frente Renovador que lideró Sergio Massa, y en el Frente Cumplir que tuvo a Florencio Randazzo como impulsor. Fernández fue crítico de la gestión de Cristina, tanto en materia institucional como en cuestiones económicas y sociales, aunque lo hizo manteniendo un trato respetuoso hacia su persona y al recuerdo de su marido. Tras el fracaso electoral del chivilcoyense, volvió a encontrarse con la ex Presidenta a principios de 2018, repitiendo como un mantra ante quien se le cruzara con Cristina no alcanza pero sin Cristina no se puede.

La actitud de Fernández fue replicada por Felipe Solá, Alberto Rodríguez Saá y Hugo Moyano, entre otros. Los números de las elecciones de 2017 evidenciaban que el peronismo fragmentado era vulnerable frente a Cambiemos, pero unido estaba en condiciones de obtener la victoria.

Cristina mantenía una pequeña ventaja en las encuestas frente a Mauricio Macri, en un esquema de fuerte polarización, con una franja en el medio de aproximadamente el 30%-35% de electores independientes, decepcionados con Macri y/o asustados frente al eventual retorno kirchnerista. Esa franja tenía varios pretendientes –Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Roberto Lavagna- pero ningún líder capaz de aglutinar a todo el espacio y hacerlo competitivo.

Usando una vez más el efecto sorpresa, Cristina promueve a su ex Jefe de Gabinete, con quien había estado diez años sin hablarse. Implícitamente, hace una autocrítica de su accionar, sobre todo de la política de confrontación permanente, aprendida quizás de Ernesto Laclau, quien sostenía que se construía poder político a partir de la definición clara de quiénes son los enemigos. Quizás exagerando, podría afirmarse que con esta decisión, Cristina dejó el kirchnerismo.

El sector más ultra de sus seguidores quedó rezagado en las posiciones de poder. El entorno más próximo a Cristina lo integran dirigentes con perfil negociador, logrando a partir de la postulación de la dupla Fernández-Fernández, la adhesión de casi todos los gobernadores peronistas, el sindicalismo y organizaciones sociales.

La movida disparó un proceso de unidad que culminó con la reciente incorporación del zigzagueante Sergio Massa al espacio, pocos días después de haber acordado con sus ex socios de Alternativa Federal los mecanismos de selección de candidaturas. Tardíamente, Massa admitió que la imaginaria avenida del medio no lo llevaría a ningún lugar, resolviendo por la opción más lógica para el peronismo y para sí mismo.

Inteligentemente, se han dejado atrás los nombres Frente para la Victoria y Unidad Ciudadana, asociados al kirchnerismo. Frente con Todos(as/es) simboliza la construcción de un espacio que pretende mostrarse como nuevo. En menos de dos años, el peronismo logró encontrar un mecanismo de unidad, enarbolando un puñado de ideas fuerza basadas en la recuperación del mercado interno, la protección a la producción nacional y el empleo, el fortalecimiento del salario y la renegociación de la deuda externa. Si logra imponer estos temas en la campaña, sus posibilidades crecerán, en medio de una situación económica y social decepcionante para amplias capas de la sociedad.

Si en cambio, el peronismo intenta restaurar el orden de cosas anterior a 2015, entrará en la agenda propuesta por el gobierno, y le dará chances de victoria. Pretender volver a un pasado que ya fue, será seguirle el juego al macrismo, por lo que tendrá que ofrecer un futuro mejor, con esperanzas en un nuevo proyecto de desarrollo económico y justicia social.

La respuesta del gobierno sucedió en los últimos días. Mauricio Macri también resolvió sorpresivamente. Tras la convención radical, en donde algunos analistas auguraban algo así como el Cisma de Occidente, Macri habría ofrecido la vicepresidencia a Ernesto Sanz, y luego a Juan Manuel Urtubey, quienes rechazaron el convite. Sí aceptó de inmediato Miguel Pichetto, titular del bloque peronista en el Senado.

La oferta de Macri implicaba también un grado de autocrítica al dejar a un lado los consejos de Jaime Durán Barba y las operaciones de Marcos Peña, devolviendo protagonismo a Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, entre otros. También en el lado macrista de la grieta, sus patrocinantes perdieron poder de decisión en favor los profesionales de la política.

Macri resistió el embate de algunos sectores de Cambiemos, que pretendían ubicar a la gobernadora bonaerense en el sillón mayor, dada la declinación de la figura presidencial. Allí sí se impuso el purismo del PRO, que no tenía alternativa frente a la hipotética abstención del presidente.

La llegada de Pichetto al oficialismo le representa la posibilidad de sobrevivir políticamente frente a una perspectiva de final de carrera hacia diciembre próximo en razón de la conclusión de su mandato y las nulas posibilidades de reelegir como senador por su provincia. Al igual que Alberto Fernández –cuya última participación había sido en la fallida experiencia de Randazzo- la oferta recibida es la ocasión de salir del ostracismo y recuperar o acrecentar poder político.

Para el gobierno, Pichetto le aporta visión política, algo de lo que no puede alardear el colectivo amarillo. Y también la posibilidad de estar más cerca del control del Consejo de la Magistratura.

La presencia de Pichetto da a la coalición de gobierno un perfil ideológico más nítido, constituido como una unión de derechas, incluyendo a la radical y a la peronista. Cuatro años atrás, el PRO se presentaba como lo nuevo, lo apolítico, en donde todo podía suceder. Tras un período de gobierno, esa incógnita no puede sostenerse, asumiendo Macri el liderazgo de una corriente instalada claramente en el espacio liberal-conservador, necesaria en cualquier democracia moderna.

Hace un tiempo, en este portal imaginamos cómo sería el futuro de las corrientes políticas en el país. Algo de eso ya está ocurriendo. (para leer el artículo, cliquear aquí)

Las chances de reelección de Macri recaerán en una mejora de la situación económica y social del país y su gente, cosa difícil de ocurrir con la actual política de gobierno. También dependerá de imponer su agenda, que incluye la preeminencia política y mediática de las causas judiciales por corrupción contra el kirchnerismo. Ello irá atado a lo expresado en la frase anterior: difícilmente una situación económica apremiante sea el marco ideal para discutir sobre corrupción.

También serán ejes del discurso oficial la profundización la política actual en materia de seguridad, legislación laboral y régimen previsional. Lo hará desde la experiencia de cuatro años de gobierno, por lo que el tono de sus promesas estará condicionado por la ponderación social de su gestión.

El rosario de derrotas provinciales que van acumulándose para el gobierno, no es tampoco el mejor antecedente para su chance reeleccionista. Incluso la marca Cambiemos ha sido archivada por el oficialismo, que ahora se llama Juntos por el Cambio.

Pero el gobierno conserva como fortaleza, éso mismo: ser gobierno. Maneja las tres cajas principales del poder (Nación, Provincia de Buenos Aires, Ciudad de Buenos Aires), el apoyo de los principales multimedios, del establishment económico y financiero y de los principales factores del poder mundial.

En el medio de ambos polos quedó una alicaída expresión de lo que pudo ser más importante. Las movidas hacia el centro de Macri y Cristina le quitaron sentido a la avenida del medio, encarnada por Alternativa Federal, un consorcio de egos sin liderazgo que se desvaneció al angostarse el campo de acción.

Hoy quedaron Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey como miembros de una fórmula que carece de cuadros relevantes y de candidatos a gobernador competitivos, sobre todo en la estratégica Buenos Aires. Encima, uno de sus mentores principales –el socialismo santafecino- acaba de perder el poder en su provincia.

Pese a tener fórmula de origen peronista, Consenso Federal 2030 tendrá su clientela en los votantes decepcionados de Cambiemos. Por ello es que el gobierno operó para su eliminación de la oferta electoral. El tener una sola fórmula no les favorece para ser atractivos en las PASO, que funcionarán seguramente como una virtual primera vuelta. 

Lo curioso es que si se comparan las propuestas económicas de Lavagna con las de Fernández, no se van a encontrar diferencias estructurales. Los ejes programáticos son básicamente los mismos, pero los votantes son distintos. Las motivaciones para decidir el sufragio pasan más por lo emocional y lo simbólico que por lo programático.

En un umbral que no supera el cinco por ciento, hay dos candidatos nuevos: el mediático José Luis Espert, representante de un ultraliberalismo económico, y Juan José Gómez Centurión, veterano de guerra y ex funcionario macrista, quien portará el estandarte del conservadorismo social y religioso, con base programática en su rechazo a la legalización del aborto.

La presencia de ambos perjudica electoralmente al gobierno, ya que sus votantes eligieron a Cambiemos en 2015, y lo harán en un eventual ballotage. Pero en las PASO y la primera vuelta le quitarán votos a Macri, poniéndolo en riesgo de no llegar a la segunda vuelta, si el peronismo supera el 40%.

Por último queda el frente de la extrema izquierda, la que ha alcanzado su grado máximo histórico de unidad. Su aspiración se limita a acceder a una pocas bancas en el Congreso.

Quedan pocos días para el cierre de candidaturas, y escaso margen para las sorpresas relevantes. Las dos corrientes principales librarán una batalla en distintos frentes, pero en la cabeza de sus referentes se advierte una vocación por liderar una nación que no quede devastada por los enfrentamientos internos. Quien gane esta elección no podrá gobernar en soledad en los próximos cuatro años.

Buenos Aires, 17 de junio de 2019

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