Maldita campanita


por Mariano Rovatti


Domingo Faustino Sarmiento decía que en la Argentina, los vicepresidentes sólo servían para tocar la campanita del Senado.
Nuestra Constitución unifica el mandato del Presidente y del Vice, impidiendo más de una reelección recíproca. Ello provoca que los Vices deban subordinarse mansamente al proyecto político del Presidente, o en algún momento romper vínculos con él y seguir su propio camino.

Hortensio Quijano, Carlos Perette, Víctor Martínez y Daniel Scioli fueron ejemplo de lo primero. Se encuadraron detrás de Juan Domingo Perón, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, respectivamente.
Alejandro Gómez, Eduardo Duhalde, Carlos Alvarez, y Julio Cobos en cambio, rompieron, a pocos meses de asumir sus funciones, con sus respectivos números uno: Arturo Frondizi, Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Cristina Fernández-Kirchner.
La Constitución de Estados Unidos le permite al Vice ser candidato a Presidente luego de acompañar a otro durante dos períodos. Lyndon Johnson, Gerald Ford y George Bush (p) pudieron seguir su propia estrella, después de escoltar a John F. Kennedy, Richard Nixon y Ronald Reagan.
En el esquema político argentino, en el que conviven a las patadas el país unitario y el país federal, las fórmulas presidenciales –por un imperativo electoralista- suelen armarse con un integrante de cada hemisferio: un hombre de Buenos Aires y otro del Interior: Alfonsín- Martínez, Menem-Duhalde, Menem-Ruckauf, Kirchner-Scioli y Fernández-Cobos son ejemplos de ello. De la Rúa-Alvarez, la fórmula del obelisco, configura la excepción de la regla.
Considerando ambas circunstancias, toda fórmula presidencial en la Argentina encierra una compleja contradicción: en ella conviven dos proyectos personales y dos proyectos de país. En ambos casos, las diferencias son tan esenciales que se convierten en opciones excluyentes entre sí.
El conflicto desatado entre el kirchnerismo y Julio Cobos es un nuevo capítulo de la vieja novela.
La reciente reunión del Vicepresidente con referentes opositores, coincidiendo en su estrategia frente al proyecto de ley de medios, generó una virulenta reacción de exponentes oficialistas, que nuevamente salieron a pedirle la renuncia.
Argumentan que el Vicepresidente integra el gobierno, y por lo tanto, le debe lealtad a la Presidenta. Al respecto, cabe analizar dos aspectos, uno jurídico y otro, político.
Según el art. 87 de la Constitución Nacional, “El Poder Ejecutivo de la Nación será desempeñado por un ciudadano con el título de Presidente de la Nación Argentina”. Según la misma ley fundamental, las funciones del Vicepresidente son presidir el Senado y reemplazar al Presidente en ausencia, muerte, renuncia o destitución del mismo. Conclusión: el Vicepresidente es elegido junto al Presidente, pero no forma parte del Poder Ejecutivo.
Políticamente, podríamos establecer que los límites de la lealtad los establece la contención.
Cuando Julio Cobos votó en contra de la resolución 125, ¿fue una traición? ¿Hasta dónde se hallaba obligado a mantener lealtad a la Presidenta?

En verdad, Julio Cobos nunca estuvo contenido dentro del mundo kirchnerista. En la campaña del 2007, fue dejado de lado sistemáticamente. La única vez que lo dejaron fotografiarse con Cristina, le cantaron desafinadamente la marcha peronista en la cara. A ninguno de sus hombres le dieron ningún cargo relevante en el nuevo gobierno, y jamás se le permitió participar de ninguna mesa -chica, mediana o grande- en la que se alumbrara una decisión. Apenas asomó la cabeza para citar a los gobernadores, los alcahuetes del palacio lo desautorizaron.

Finalmente, él tuvo la idea de enviar la resolución 125 al Parlamento para su ratificación. La Presidenta -presa de su propia dinámica confrontativa se arrinconó a sí misma, y no tuvo más remedio que aceptar. Aquella madrugada de julio de 2008, entre propios y extraños le sirvieron el plato, y Cobos se lo comió. ¿Eso es traición?

Desde que asumió la vicepresidencia, Cobos intenta volver a su vientre materno, la Unión Cívica Radical, que tiene estructuras y territorio, pero no un líder. Cobos es hoy el dirigente con mayor prestigio en la sociedad, pero no tiene un armado que lo contenga. Muchos dirigentes radicales están dispuestos a perdonarlo. El viejo partido ha admitido su vuelta, siempre y cuando deja el cargo que actualmente ostenta. Sólo se oponían los celos del presidente del Comité Nacional, Gerardo Morales, hasta que los resultados de la elección de junio dejaron al radicalismo sin otra opción viable.

En la sociedad aún está fresco el recuerdo de la irresponsable renuncia de Chacho Alvarez. El parroquiano de Varela-Varelita pegó el portazo y creyó convertirse en el referente moral de la Patria. Terminó siendo un prematuro cadáver político al iniciar un camino de deterioro institucional, económico y social que derivó en la caída de Fernando de la Rúa un año y medio más tarde.

Por ello, Julio Cobos seguirá caminando por un sendero, que en verdad, cada vez resultará más estrecho. Pero mientras más insista el oficialismo con su estrategia de confrontación, el Vicepresidente no necesitará trabajar para consolidar su figura. Es el mismo gobierno el que lo está haciendo.

Buenos Aires, 16 de septiembre de 2009

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