Entre el realismo y la esperanza



por Orlando Novara

Año Nuevo. Nuevas expectativas. Algunas, al menos. Una es la posibilidad que desde el equilibrio parlamentario emergente de las elecciones del 28 de junio pasado, surja una mecánica de construcción por consenso que no sea una parodia como fue el “diálogo” político. Otra es que la demanda por un mayor federalismo encuentre algún punto de anclaje. Aunque en el primer mes del año la nómina de deseos es más amplia, otro de ellos también podría ser que el 2010 no sea una mera transición conflictiva hacia la elección del 2011. Es decir que se concreten proyectos útiles para el país que también sirvan para reducir el dramático cuadro de desempleo y pobreza.

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Para la actual composición legislativa, la exigencia de un quórum de 129 legisladores en la Cámara de Diputados y de 37 en la de Senadores, obligaría tanto al oficialismo como a la oposición ha buscar y encontrar un horizonte de acuerdos. Sin ellos no habrá posibilidad de promulgar leyes. De allí que sea legítimo aspirar a recuperar los perdidos hábitos del consenso.

Por supuesto que también la inercia de las prácticas gubernamentales, pueden frustrar esta alternativa por la expeditiva vía del poder de veto de la Presidenta de la Nación, Cristina Kirchner. Lamentablemente el recurrente y ahora renovado atajo de los superpoderes, a igual que el unilateral hiper-activismo legislativo del último semestre, abonan también como probable esta última salida.

En el caso que por ausencia de hegemonía la voluntad negociadora se impusiera, es muy posible que los realineamientos varíen según los temas que se traten. También lo es que el fiel de la balanza pase muchas veces por la centroizquierda en Diputados y por el ajustado desempate en el Senado. Un desenlace que, en este caso, puede repetirse pero no necesariamente debe recaer sobre Cobos sino que también puede requerir de otros protagonistas como los senadores del P.J. por La Pampa.

En materia de realineamientos queda también por verse como harán los gobernadores de distinto pelaje para defender y/o hipotecar el federalismo que la sociedad empezó a visualizar con mayor nitidez, desde el conflicto del campo en el 2008. No solo por las retenciones concentradas por el poder “unitario” de los Kirchner, en desmedro de las provincias que aportan la producción sobre las que se aplican. Está, también, la ya conocida inequidad de la Coparticipación Federal y el impuesto al cheque (70% para la Nación) por no hablar de otras asimetrías estructurales de naturaleza histórica.

El dilema que durante el 2010 deberán resolver los gobernadores es, justamente, como posicionarse entre este requerimiento estratégico de carácter federal y las necesidades cotidianas, constantes y sonantes, de dinero fresco para hacerse cargo de los sueldos y del financiamiento de servicios (educación, salud, etc.) que fueron descentralizados sin las partidas presupuestarias necesarias para cubrirlos. En orden a estas necesidades, ya se sabe, chocan y habitualmente deben subordinarse al condicionamiento de la “caja” del Poder Ejecutivo central y su fluidez discrecional.

Que se abandone el sistema de conducción por “extorsión” a favor de una mayor vigencia del federalismo, puede ser una aspiración ingenua pero no por ello menos necesaria. En las últimas décadas, por falta de respuestas efectivas, progresivamente los partidos y la política se fueron desnaturalizando y personalizando en favor de candidaturas y hombres presuntamente providenciales.

El fenómeno de desgaste ahora pasó de las instituciones a los propios dirigentes. Pareciera alcanzar con que estos gobiernen o solo intenten hacerlo para que el deterioro los alcance. Se verifica en la reciente y fuerte caída de imagen de todos los que detentan el poder de las gobernaciones (por no hablar de la Nación) No es buena, entonces, la deslegitimación generada por esta manipulación de los recursos fiscales de quien y quienes, entre bambalinas y programados con ADN de usureros, hoy concentran dinero y poder.

Las cuentas en “rojo” de las provincias y el desenlace de su dependencia económica no es, con todo, el único interrogante que nos depara el 2010. No hay que olvidar que durante el pasado año no solo cobró fuerza la inflación sino que también se acabó el superávit fiscal. Lo primero se trató de ocultar remplazando el INDEC por el INDEK y lo segundo se “resolvió” a golpe de timón. Cuando la escasez no pudo cubrirse con más retenciones al campo (125 mediante) se apeló a la plata de los jubilados con el dinero acumulado en las AFJP y con los préstamos de la ANSES.

La utilización de estos recursos extraordinarios puede alcanzar para disimular la ausencia del superávit pero no para crearlo. Por si quedara alguna duda ahora el
gobierno decidió romper el “chanchito”, con la controvertida apropiación de los recursos del Banco Central (Fondo del Bicentenario). Lo hace para respaldar el pago de la deuda externa cuando debería respaldar a su principal acreedor interno (la pobreza) además del valor de nuestra moneda.

Nuestro país necesita financiamiento interno y externo. Pero si nos atenemos a los antecedentes, este último camino puede también suponer la tentación de lanzar un nuevo capítulo de nuestro endeudamiento externo. Un recurso que cubra lo que las retenciones y las jubilaciones no pueden cubrir. El riesgo de un atajo gubernamental (que pagarán otros) que solo sirva para apretar el acelerador de un gasto público ineficiente, con la exclusiva y estrecha mirada de objetivos electorales para el 2011.

Esperemos que así no sea. Que podamos honrar el año del Bicentenario con una salida más digna que endosar hacia el futuro la deuda de los problemas pendientes.
La asignación por hijo de $ 180 es un paso adelante aunque no despeje totalmente el tradicional e inescrupuloso clientelismo y aún sabiendo que siempre la caña de pescar (el trabajo) es mejor que el pescado. Aceptemos la emergencia sin perder de vista donde estamos parados. Un gobierno y un país con casi un 10% de desempleados y otro tanto subocupados; donde la mitad de la ocupados son pobres (ganan menos de $ 1.500 por mes) y el 40% de los asalariados trabajan en negro sin aporte previsional ni de obra social; no tiene casi nada para enorgullecerse.

No perdamos el deseo de poder empezar a dejar atrás un país que no se decide a ser Nación. Donde sin corrupción y más seguridad se recupere el bienestar y un horizonte para las mayorías. Donde este vigente el círculo virtuoso del crédito, la inversión y el consumo, sin expropiación inflacionaria a los que menos tienen. Aunque la realidad a menudo nos asuste, no perdamos la esperanza de construir una Argentina a la altura de los sueños propios y la de aquellos que con visión y esfuerzo fundaron la Patria.

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