Los K recuperan el aire perdido





Por Roberto García


Los traspiés del no oficialismo y la estrategia en el Senado, le otorgaron al Gobierno un pequeño respiro. El rubicón de De Narváez.

El pantano legislativo indica, por el momento, que el Gobierno cree que la oposición no quiere que gobierne y, al mismo tiempo, que el Gobierno no quiere gobernar si esto significa compartir poder con la oposición. En suma, una pérdida de tiempo substancial –pensar que el DNU de las reservas data del l4 de diciembre– que produce sensaciones diversas. Por ejemplo, el convencimiento general de que el Congreso no trabaja por el encierro en formalidades, causas judiciales, trabas pícaras del cuerpo cuando, nunca como ahora, legisladores de las dos cámaras asisten con tanta asiduidad a su tarea. Inútilmente, tal vez, pero ya ni vuelven los fines de semana a sus provincias.

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En este latoso ajetreo, la Administración Kirchner ha descubierto la eficacia de dominar el quórum –darlo, no darlo– y de ese modo no se atormenta con ser minoría en el Senado. Como esa debilidad no se expone y en ocasiones se vuelve mayoría, lo festeja con champagne o whisky; sólo debe conservar los señuelos sobre cuatro mujeres (Latorre, Bongiorno, Meabe y la pampeana Higonet) y algún otro varón con la misma pasión travestida del cuarteto. En la Argentina, el arte de quebrar voluntades, sea por tentaciones, dádivas, persuasiones, prebendas, presiones o ejercicios violentos exhibe una notable historia en los últimos cuarenta años.
Del otro lado, tanto la oposición política como las expresiones voluntarias –¿o voluntaristas?– de la Iglesia, los empresarios y hasta la Corte Suprema claman por el diálogo, la concordia, el acuerdo, y hasta piden respeto. Casi ingenuos –por no utilizar otro rótulo más gráfico–, son inocentadas de quienes jamás han entendido la diferencia cultural que los separa del matrimonio, formado éste en el colegio peronista, con criterios militares como sustento. Siempre están en guerra, los escrúpulos poco importan.
Tampoco los de enfrente comprenden la naturaleza que domina al dúo, el que nunca aprendió a ser buen perdedor y se alimenta de un código genético semejante al de ciertos animales: el que alberga el toro de Osborne o esa singular distinción que separa a unos pollos de otros, aplacados y dóciles unos, gallos de riña los otros, que nacieron sólo para pelearse con sus pares (también ciertas gallinas portan el mismo gen, la misma furia, pero sus combates no despiertan interés, son aburridos por falta de destreza). Podría firmar Konrad Laurenz estos conceptos, no necesariamente un misógino. Son temas para otra columna y de los cuales, mínimamente, algunos protagonistas de hoy no enrolados en el oficialismo debieran preocuparse para no salir tan groseramente distorsionados en las fotografías. Ya son muchos años de conducción patagónica para ignorar esta evidencia.
Si ahora ocurre que la pareja oficial hasta mejora en las encuestas –¡viste, Cristina!, el pueblo no nos va a defraudar, seguramente le ha señalado Néstor para que ella vuelva a cargar energía en el almuerzo de hoy frente a sus disciplinados parlamentarios– y el mes próximo empezará la lluvia de los dólares de la soja que, seguramente, minimizará la fuga de dólares (como se sabe, en estos años, la salida de dólares ha sido más alta que la acumulación de reservas). Por falta de control, diría Guillermo Moreno, quien parece desconocer el concepto de confianza. Además, como ya habían anticipado los gurúes odiosos del Consenso de Washington, se vuelve firme la recuperación económica, el crecimiento del PBI, se vislumbra en ese rubro una perspectiva más próspera. Con estos datos elementales para el discurso televisado de todos los días –pasional hasta la afonía, encendido, aunque sin descuidar el cambio de vestuario–, no interesa discutir otras cuestiones menores: inflación, por citar una. Congelada la oposición política y la economía en franca mejoría, un oficialista diría: se despeja la pista para completar el mandato y, en simultáneo, hay que insistir con la repetición del “proyecto” para 2011. Léase, candidaturas familiares. Si lo intentaban cuando el barco se perforaba, ¿por qué no continuar ahora que la bomba de achique funciona?
Por otra parte, temas menores como la inflación parece que no afectan ni hacen perder el sueño a nadie: hace más de cincuenta años que los argentinos ven la misma película, no se angustian con el fenómeno, más bien se resignan, aceptan como manada la reiteración estúpida de que el castigo se corresponde al hecho natural de crecer. Sólo permanece y se reitera el insensato debate sobre la culpa, una forma de escapar a la responsabilidad: puja distributiva, aprovechadores grupos concentrados, demandas salariales arrebatadas, gasto fiscal, expansión monetaria, conjunción de todas las variables. Cada uno elige el sillón más cómodo. Esa impavidez general, la despreocupación, hasta puede convertir al INDEC en una aceptable regla estadística y su auspiciante Moreno –en estos momentos de recuperación– reaparecer junto a la señora sin explicar los fracasos ufanándose de que la opinión pública ha empezado a comprenderla. Cinco puntos en las encuestas para arriba animan a cualquiera.
Mal asesorada frente a esta realidad o, quizás intrigante, lo cierto es que a Cristina le atribuyen una infidencia (“preparate, que en marzo tenemos elecciones”, dicen que le dijo al gobernador misionero Maurice Closs, proposición que nadie parece dispuesto a negar en el clima eufórico de Olivos). Y la oposición, otra vez entusiasta, se anotó en su propia fiebre electoral a partir de ese globo de ensayo. ¿Para qué los Kirchner adelantarán los comicios si los nubarrones más oscuros parecen disiparse? La explicación no se escucha, más bien progresan las fantasías: los sueños con la herencia de Daniel Scioli, César Gioja o Jorge Capitanich, en algún sentido amables críticos que aspiran a probarse el traje, como Juan Manuel Urtubey y, del otro arco, los conocidos de siempre del peronismo postergado (Eduardo Duhalde, Francisco de Narváez, Carlos Reutemann, Alberto Rodríguez Saá, Mario Das Neves), más Mauricio Macri y no menos de cuatro radicales (Cobos, Sanz, Morales, Alfonsín). Por no hablar de Elisa Carrió. ¿Quién podría asegurar que esta muchachada no se conforma con un caramelo cuando, en verdad, los están apartando de la torta? ¿O acaso se puede pensar que los ansiosos por quedarse hasta 2020 van a correr riesgos acelerando su despido varios meses antes?
Sea como sea el futuro, lo cierto es que de tanto hostigarse los propios radicales parecen derrumbar al candidato más seductor de que disponían (Cobos), mientras del otro lado se vive la graciosa situación del odio y la burla a De Narváez (Macri y Duhalde) si éste insiste con su pretensión presidencial, pero de amarlo hasta el cielo si con ellos se postula como gobernador de Buenos Aires. Queda aún, en este caso, la interpretación constitucional sobre si este diputado nacido en Colombia puede aspirar al Ejecutivo. Para él, sirviéndose del Tratado de San José de Costa Rica, en igualdad con la Constitución Nacional, el artículo 23 de ese instituto lo habilita. Caso contrario, podría ofenderse hasta denunciar discriminación. Quienes lo desean gobernador, a su vez, sostienen que en ese mismo artículo también se le concede a la Constitución Nacional la potestad de precisar exclusiones de acuerdo a la nacionalidad. De Narváez entiende que su nacionalidad, como está registrado, es argentina; no vale, en todo caso, el lugar de nacimiento (Colombia). También, claro, puede invocar otros antecedentes, como la igualdad de los ciudadanos de la Constitucion Nacional y el caso de un juez nacido en Holanda que fue habilitado para ejercer en el país. Biblioteca para todos los gustos, la actual de la Corte –dicen– observa como díficil esa habilitación. Habrá que esperar. Como la performance de Duhalde, quien puede afirmar ante extraños que su mayor propósito es desmontar al kirchnerismo del poder, no tanto su voluntad por volverse a sentar en el sillón de Rivadavia. Aunque, claro –señala– ésta debe ser manifiesta y explícita para que ese convencimiento recoja y concentre adeptos para su causa. Hay algunos que le creen, otros que disfrutan verlo en la constante lectura de encuestas: repasa y repasa números, admite que se mantiene firme y caudalosa la opinión contraria a su figura, pero también señala que el resto de los consultados han comenzado a variar su gusto y podrían aceptarlo como candidato. Lo votarían con la nariz tapada. La misma realidad que también congratula al último ascenso de los Kirchner en los sondeos. Para Ripley, quien debió ser argentino. Como Dios.

Publicado en Diario Perfil

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