Un voto de corazón

Por Mariano Rovatti


Justo es reconocerlo. Nuevamente, los radicales han elegido democráticamente a sus autoridades. Lo que debería ser un hecho normal y habitual, en la política argentina no lo es. Y además, produjeron uno de los acontecimientos más trascendentes de los últimos tiempos. Contra los pronósticos de la cátedra, Ricardo Alfonsín derrotó al aparato radical bonaerense.

Si bien sólo se elegían autoridades partidarias, el hecho político supera a las formas que lo contienen. En la lista perdedora se alinearon los principales referentes partidarios: Federico Storani, Leopoldo Moreau, Enrique Nosiglia, el intendente de San Isidro Gustavo Posse, el diputado Daniel Katz, la mayoría de los legisladores nacionales y provinciales y la casi totalidad de los intendentes radicales del interior bonerense. Gran parte de ellos auspician la candidatura presidencial de Julio Cobos. Algunos pocos, la de Ernesto Sanz.

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Del lado de los triunfadores está Ricardo Alfonsín, postergado varias veces por el establishment partidario, el intendente de Vicente López, el Japonés García, y un puñado de dirigentes sin estructuras, junto con el apoyo de referentes ajenos al distrito, como el jujeño Gerardo Morales, el porteño Ricardo Gil Lavedra o el chaqueño Angel Rozas. También lo respaldaron dirigentes emigrados de la UCR, como Elisa Carrió.

Votaron más de 120 mil radicales. Si bien es sólo el 15% del padrón, es mucho más que lo habitual en esete tipo de comicios, que suelen ser poco más que un tedioso trámite.

Ello implica que participaron muchos afiliados independientes. Aquéllos que conservan su identidad desde el lazo afectivo con el radicalismo, más que desde el cálculo táctico. Ese vínculo, la mayoría lo ató en la primavera del ochenta y tres, cuando Raúl Alfonsín sometió por primera vez al peronismo en una elección presidencial.

La muerte del último caudillo potenció la figura de su hijo Ricardito, hasta ese momento un dirigente de segundo orden, que impresionaba sólo por el parecido físico, gestual y discursivo con su padre.

Desde su voto no positivo, parando la irracional embestida kirchnerista contra el sector agroganadero, Julio Cobos era el político argentino más prestigioso, en aquel marzo de 2009.

Las exequias del ex Presidente lo tuvieron como principal autoridad nacional presente, dado que Cristina Kirchner había salido en uno de sus escasos viajes por el mundo.

Parecía que Cobos se encaminaba sin obstáculos hacia su retorno al centenario partido desde su rol de candidato a Presidente. Pese al rencor manifiesto de algunos de sus referentes, como Gerardo Morales, la UCR lo recibió con la condición de que renunciara a su cargo de Vicepresidente de los Kirchner.

Cobos se mostró remiso a cumplir con ese requisito. Para las cámaras de televisión, manifestó que una renuncia sería un acto irresponsable, como el que cometió una década atrás su antecesor Chacho Alvarez. A principios de este año, admitió su intención de candidatearse, aclarando que sólo se alejaría del cargo dos meses antes de la elección primaria.

Íntimamente, Cobos especuló con una eventual caída de Cristina Fernández, insinuada por ella misma tras la derrota oficial en la guerra gaucha. El traspié electoral de junio del 2009, alimentó esa hipótesis, junto a la nueva composición de las cámaras legislativas, pese a estar aún lejos de los números necesarios para la viabilidad de un juicio político.

Pero el gobierno aprovechó la larga transición entre junio y diciembre para radicalizar su discurso,  redoblar su apuesta beligerante, elegir al grupo Clarín como su principal enemigo y obtener la sanción de las leyes de medios y de elecciones primarias, entre otras medidas tendientes a consolidar su poder político.

El conflicto con el Banco Central colocó al Vicepresidente en una incómoda situación quien terminó tomando una decisión contraria a sus convicciones, dejando insatisfechos a propios y extraños.

En esa ocasión, señalábamos que el tiempo disponible para la ambigüedad había llegado a su fin.

Cobos debía elegir entre llegar a la Presidencia por el voto o por la caída de la Presidenta. En el primer caso, debía anticipar su renuncia, por ser insostenible el doble rol de oficialista y opositor. En el segundo, sentarse a esperar algo que quizás jamás ocurra, con el riesgo de diluir su figura en el pálido espectro opositor.

Los cuadros radicales reaccionaron de distintas formas. Algunos vieron en Cobos al único que podía ofrecer la posibilidad concreta de volver a ser gobierno. Otros, desconfiaron de sus antecedentes: para la ética radical, Cobos traicionó dos veces, una al radicalismo en 2007, y otra al kirchnerismo en 2009.

Cobos buscó aliados entre los referentes de peso, con poder político concreto, quienes optaron por fortalecer el partido. Otros dirigentes lo presionaron para que definiera un rol más opositor. En este aspecto, les resultó más afín Elisa Carrió, pero su estilo confrontativo e intolerante le resta apoyo popular. La sociedad muestra hartazgo de los enfrentamientos entre dirigentes.

Tras la crisis del BCRA, la imagen de Cobos sufrió un ligero daño, sorprendiendo el ascenso de Ricardo Alfonsín, quien quedó a pocos puntos de igualarlo en la consideración social. Ello animó a varios exponentes del radicalismo, alejados de las mesas de las decisiones, a promover su candidatura presidencial. Parecía una imprudencia.

La ocasión para demostrar lo contrario fue la elección de ayer. Ricardo –ya no Ricardito- logró conducir una alternativa más claramente opositora, representativa del paladar del simpatizante radical común, frente al armado cupular de sus oponentes.

Los radicales votaron con el corazón, pero con razones que la razón sí comprende: definir un perfil que no ofrezca dudas a la sociedad, en alianza con otros partidos, como el socialismo, y convocando a Elisa Carrió y Margarita Stolbizer a volver a casa. Encerrarse entre los muros partidarios los alejará de la posibilidad de volver a ser gobierno.

Pero no está dicha la última palabra: si bien Alfonsín ha sido potenciado para ser candidato a Presidente en el 2011, el sistema de primarias abiertas beneficia al Vicepresidente, quien –por ahora- mide mejor fuera del partido.

Esta situación puede sufrir una impensada vuelta de tuerca: si la votación en el recinto senatorial fuera hoy, Julio Cobos debería desempatar en la sanción de la ley de reforma del matrimonio civil. Haciendo el conteo entre los senadores, el matrimonio gay da empate.

Para el Vicepresidente, sería un conflicto tan inesperado como innecesario. Pero de ocurrir, deberá enfrentarlo y tomar una decisión. Cualquiera que sea, le significará una pérdida política.

Si lo hace conforme a sus convicciones, votará en contra, parando una iniciativa del kirchnerismo tendiente sólo a frenar la reforma a la ley del impuesto al cheque, que le hubiese significado al gobierno central perder enormes recursos financieros en manos de las provincias. Ello le generará nuevos ataques del gobierno, de los medios, la centroizquierda y sectores de su propio partido, que lo ubicarán en el lugar incómodo de conservador.

Si vota a favor, será criticado por la Iglesia Católica, y sectores moderados y tradicionalistas que hoy lo apoyan, desdibujando su perfil. Si no decide nada, le endilgarán –esta vez con razón- un carácter especulador y ambiguo.

En el origen está el destino, dicen los psicoanalistas. Un desempate le dio vida y otro lo puede herir.

Buenos Aires, 7 de junio de 2010
Día del Periodista

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