No hay que ser frívolo con el consumo de drogas

Por Eduardo Amadeo

La relación del progresismo argentino (¿progresismo?) con el tema de las drogas es, cuanto menos, fluctuante.
Tal vez, por su simpatía con algunas variaciones del pensamiento avant- garde, o por su intento de incorporar jóvenes a sus filas, o por considerar a la guerra antidrogas un patrimonio de una ideología de derecha con sabor yanqui, lo cierto es que es difícil encontrar un eje estratégico en los gobiernos del matrimonio Kirchner que tome al consumo y el tráfico de drogas como el dramático problema social y político que es hoy en la Argentina y en la región.

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Hay que hurgar mucho en los discursos presidenciales para encontrar referencias explícitas al problema. Néstor Kirchner sólo condenó a las FARC (que lo llamaron "latinoamericano ilustre") al final de su vida, para sostener su puesto en la Unasur, pero su gobierno no actuó con la severidad debida ante los coqueteos de Hebe Bonafini con esa banda narcotraficante.
No hay iniciativas diplomáticas argentinas de apoyo explícito a la acción del gobierno colombiano, muchas veces sometido a la soledad. El fiasco con el tema del lavado de dinero indica la pobre prioridad otorgada a esta cuestión crítica para el narcotráfico.
El secretario de la Sedronar sólo pudo sobrevivir con un menguado presupuesto, por su amistad personal con Néstor Kirchner. Las iniciativas sobre despenalización, impulsadas por Aníbal Fernández, se dieron con un aroma de frivolidad pavorosa, y con un discurso más dirigido a complacer las demandas de jóvenes consumidores de marihuana que a asumir la responsabilidad de un gobernante. Para Fernández ha sido más importante recibir un aplauso en un recital que sostener la dura tarea de gobernar sin demagogia en este tema.
La complejidad del problema de las drogas ha hecho que se propongan atajos mágicos para tratar de resolverlo rápidamente: desde la legalización (¿quién aceptaría que se vendiese cocaína en la puerta del colegio de sus hijos?) hasta la despenalización, pasando por una suerte de resignación pasiva, llamada "reducción de daños", que cuenta con adherentes importantes en este gobierno.
La despenalización que defiende el progresismo vernáculo supone que quien consume es algo así como un intelectual que usa la marihuana como una herramienta de creatividad, pero que puede abandonar ese consumo no adictivo cuando quiere, y por ello no se lo debe penar. Y -peor aún- que no hay relación entre la marihuana y otras problemáticas que, en realidad, sí tienen una vinculación innegable con el uso de esa droga.
La realidad nos demuestra que esta política es errada: desde que el Gobierno emitió ese mensaje frívolo, aumentó el número de jóvenes que consumen marihuana y -más grave aún- el de quienes no ven en la marihuana ningún peligro para su salud o su comportamiento. O sea, las barreras de la tolerancia social (componente clave de la estrategia preventiva) se han levantado aún más.
Grave error: los consumidores son básicamente jóvenes que necesitan que los ayuden, no que los aplaudan.
El mensaje sobre el paco entre los más pobres es otra herramienta cultural perversa, ya que confina el problema de la droga al "otro país", el de los excluidos, mientras que los jóvenes con mejores recursos económicos utilizan el porro (o la merca ) sin problema en los recitales o en el baño de la escuela, protegidos por esta "no política preventiva progresista", que sólo se limitará, si es que lo hace, a tratarlos cuando pasen a la siguiente etapa de su proceso adictivo.
El problema de la droga no es tampoco causado sólo por la oferta de drogas, cuestión que tampoco tiene la prioridad que se merece. Se trata de una combinación de múltiples variables: tolerancia social al consumo, oferta del producto y vulnerabilidad personal, que exigen un enfoque igualmente complejo, constante y con recursos, pero, por encima de todo, del convencimiento absoluto de los líderes políticos sobre la importancia que eso debe tener dentro de su acción de gobierno.
Cambiar "voto joven" por inacción o silencio cómplice es de una irresponsabilidad sin límites. Los chicos que fallecen en la calle tras una noche de alcohol y droga son también el resultado de esta política.

Publicado en La Nación

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