Patear el tablero

por Mariano Rovatti 

Si hay un deporte o juego que se parece a la guerra y a la política, ése es el ajedrez. Quienes lo dominan, manejan conceptos esenciales: la ocupación del territorio, el uso del tiempo, la optimización de los recursos propios y el aprovechamiento de las debilidades del rival.

Durante años, Daniel Scioli y Eduardo Duhalde solían encontrarse para encontrarse a jugar juntos al ajedrez. ¿Quién ganaba? Sólo ellos lo saben.

Lo que sí trascendió fue la mutua empatía entre ambos, materializada en la gestión de Scioli como Secretario de Deportes y Turismo entre 2002 y 2003, y su posterior proyección a la Vicepresidencia de la Nación impulsada por Duhalde cuando cerró con Néstor Kirchner.

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El ex campeón de motonáutica fue la figura de contrapeso que el kirchnerismo puso contra el talante progre que imponía aquél. En 2007, cuando Scioli tenía todo listo para lanzarse a la candidatura por la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Kirchner lo llevó a la provincia de Buenos Aires, sin darle opción, pese a no reunir los requisitos constitucionales para ser gobernador.

Desde el sillón de Dardo Rocha, y apoyado en su alta consideración pública, superó las resistencias iniciales de los intendentes. Para ello fue clave la gestión de Alberto Balestrini, hoy fuera de escena por su ACV. Esa tarea política la asumió Scioli en persona, quien hoy cuenta con el apoyo estrecho de la mayoría de los jefes del conurbano, asiento del poder real en la provincia más grande del país.

La muerte de Néstor Kirchner, más el lógico desgaste tras ocho años de gobierno, potenciaron a Scioli en términos relativos, ya que no es más el delegado de nadie, sino un referente con peso propio, capaz de imponer condiciones.

Con el actual panorama político, la lógica aconsejaría que Cristina Fernández y Daniel Scioli fueran por sus respectivas reelecciones, apoyándose recíprocamente. Para la oposición sería difícil enfrentar con éxito una alianza de este tipo.

Pero la sana lógica no es la energía que alimenta al motor de la política. Las ambiciones sin límite, las miserabilidades, la soberbia, las venganzas y los prejuicios ideológicos también juegan, y cuando son preminentes, llevan a cometer errores insalvables.

Desde octubre para acá, las piezas se acomodaron distinto en el tablero kirchnerista. El liderazgo de Cristina Fernández es distinto al de su difunto marido. Ella -por estilo y por imperio de las circunstancias- permite un juego propio a cada actor político, que Kirchner no toleraba.

Scioli y Hugo Moyano han crecido desde entonces, condicionando el poder de decisión de la Presidenta. Esta situación la ha llevado a armar un espacio íntimo propio, en el que conviven -entre otros- Carlos Zanini, Carlos Bettini, Nilda Garré y Horacio Verbitzky. 

Este grupo trabaja para esmerilar el poder de Scioli y Moyano, con el objtivo de consolidar el poder actual de Cristina, sin tener en cuenta la potencialidad electoral de ambos. Hasta ahora, tras ese cometido, sólo han cometido torpezas.


Una de ellas fue el reciente episodio protagonizado por Gerónimo Venegas, jefe de uno de los principales gremios del país, la UATRE, y de las 62 Organizaciones, histórico brazo político del sindicalismo peronista. El Momo fue detenido y liberado por el diligente juez Oyharbide. Su aprehensión se llevó a cabo mediante un procedimiento reñido con el Derecho.

El sainete terminó convirtiendo al líder ruralista en un perseguido político, potenciando la figura de Eduardo Duhalde, y revelando un inesperado pero lógico apoyo del resto de la dirigencia sindical, quienes, una vez más, mostraron que primero son sindicalistas, y después adherentes al proyecto oficial. 

Frente al embate judicial por la causa de los troqueles falsos, puede considerarse que la reacción sindical fue corporativa, temiendo que los próximos serán ellos, pero ¿podía esperarse algo distinto? Justamente, la naturaleza del gremialista es agremiarse, conciente de que lo esencial de su poder reside en la unidad. Los iluminados lectores de Laclau parecen ignorar este hecho elemental.

Paralelamente, los promotores de la idea de perseguir a Moyano y compañía son los mismos que estimulan la postulación de Martín Sabatella a la gobernación bonaerense, utilizando el sistema de colectoras.

Las mismas se creían derogadas tras la última reforma electoral, pero una lectura atenta de su texto legal, permite ver la posibilidad de colar este método de manipulación de la voluntad popular.

Al permitir que Sabatella cuelgue su boleta con la de Cristina, se pone en riesgo la reelección de Scioli, no sólo por el 5% de votos que le va a sacar, sino por la evidente confusión que se le genera al elector -aún al más avezado- en los escasos minutos en que se halla dentro del cuarto oscuro, delante de un mar de boletas con nombres repetidos.

Recientemente, y tras haberse tragado el sapo de la colectora, Scioli vio por cadena nacional un acto público en el que la Presidenta llenaba de elogios al ex intendente de Morón. Lo mismo hacen distintos operadores gubernamentales, con la venia de la jefa.

En este contexto, Scioli se halla frente a la disyuntiva de tener que patear el tablero, presionado más por las circunstancias que por sus propias convicciones.

El respaldo de los intendentes y la agresión del gobierno nacional lo empujan a romper, pero las características personales de Scioli invitan a desconfiar de su determinación.

Dos veces Scioli dejó colgados a sus seguidores -2003 y 2007- por seguir a los Kirchner. En estos ocho años, se comió impertérrito más de un maltrato público de ambos. En el conflicto del campo y en las elecciones testimoniales del 2009, actuó contra sus convicciones para no malquistarse con sus jefes.

Pese a ello, merece observarse que desde la segunda mitad del año 2010, su camino ha sido de una lenta pero invariable tarea de diferenciación respecto del gobierno nacional. Designó funcionario a Santiago Montoya, eyectado por no adherir a las testimoniales; tomó un crédito internacional a tasas muy altas, para no depender de ayuda financiera alguna del gobierno central durante todo el ejercicio 2011. Se definió en temas como la inseguridad con posturas más cercanas a la oposición que al catecismo progresista. En la actual temporada veraniega, su protagonismo mediático fue desproporcionado a la relevancia informativa del momento. Son datos.

Scioli podría patear el tablero de dos formas: una, compitiendo por la presidencia en las primarias de agosto, lo que es poco probable a menos que la Presidenta no vaya por su reelección, posibilidad también poco probable, teniendo en cuenta la naturaleza política de este gobierno. Otra, más lógica y sencilla de consumar, que el gobernador convoque a elecciones provinciales en fecha diferente -o sea antes- que las elecciones presidenciales, lo que está dentro de sus atribuciones. Esa decisión sería apoyada por su principal contrincante, Francisco De Narváez, quien así se vería liberado de la necesidad de concurrir a elecciones adherido a un referente nacional.

De esa forma, Scioli correría menos riesgos en su reelección, beneficiría indirectamente a Mauricio Macri -ya definido por la opción presidencial y a Eduardo Duhalde, o al frente que ambos eventualmente construyan, y heriría de gravedad al gobierno nacional. Los intendentes -ya reelectos- no moverían el aparato en octubre, y la reelección de Cristina sería más mucho más difícil de concretar.  Además, con cualquier resultado nacional, Scioli podría quedar como el principal referente peronista del poskirchnerismo.

Sólo podría frenarse esa posibilidad si -frente a esta decisión del gobernador- la Presidenta se abstuviera de ir por su reelección, y no hubiera tiempo para cambios de planes en la provincia. Así, podría quedarse el kirchnerismo sin candidato a la presidencia.

Sería una cruel broma del destino.

Buenos Aires, 14 de febrero de 2011

1 comentario:

albrtx1 dijo...

sr dr rovatti:

cumplo en informarle

que evidencia noTables CONDICIONES

PARA LA politica, seria de mi agrado

verlo afiliado al partido UNIONISTA

LIBERAL AUTARQUICO Y FEDERAL