Gobernar es poblar, creando trabajo

Para que la Argentina Ingrese al Siglo XXI

Por Víctor E. Lapegna

“Gobernar es poblar” fue la consigna programática que enunció Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX y Juan Domingo Perón, en el siglo XX, la replanteó al decir que “Gobernar es crear trabajo”.
Los gobiernos de las dos últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX atendieron a la consigna de Alberdi y mediante la cuantiosa incorporación de inmigrantes, nació un pueblo argentino nuevo y diferente al que había habitado estas tierras hasta 1880 y ese nuevo pueblo construyó un nuevo país, a tono con la evolución histórica mundial[i].(si no sale el artículo completo, cliquear en el título)

A su tiempo, el gobierno que presidió Perón entre 1946 y 1955 supo adaptar el apotegma alberdiano a las condiciones diferentes que planteaba una nueva fase de la evolución y así realizó aquello de “gobernar es crear trabajo”, logrando que el pleno empleo y buenos salarios sustentaran una década de justicia social con desarrollo económico, en un proceso de modernización que situó al país a tono con la época que vivía el mundo.
La migración interna de pobladores del campo a las ciudades (los “cabecitas” o “pajueranos”) fue el hecho demográfico – amen de social, cultural y político – que distinguió a ese período y uno de los elementos que produjeron un cambio profundo de la realidad nacional.
Sin mengua de los grandes avances y realizaciones alcanzados en esas dos etapas de nuestra historia, en ambas se fue incubando un proceso de creciente concentración de los habitantes en algunos centros urbanos, lo que ya en la década de 1930 inspiró a Ezequiel Martinez Estrada para comparar la distribución poblacional en la Argentina con una cabeza de gigante en un cuerpo raquítico.
Sin desconocer que la urbanización creciente es un fenómeno universal de los últimos siglos y que el hecho de que esa tendencia también se verifique en la Argentina confirma que, pese a lo que algunas y algunos parecen creer y querer, nuestro país no está aislado de la evolución histórica del resto del planeta; ha de admitirse que la desproporción entre la dimensión de los espacios de nuestro territorio aptos para la vida humana y la concentración del asentamiento de los núcleos poblacionales, alcanza entre nosotros dimensiones colosales.
Así es que hoy, según datos del censo 2010 del INDEC referidos a población que parecen ciertos y confiables, el 50,08% de la población total del país vive en los diez más grandes conglomerados urbanos, que cubren apenas el 1,07% del territorio continental argentino.
Esto significa que alrededor de 20.650.000 personas nos apiñamos en apenas 5.642 km² (unas 3.660 personas por km² o 3,66 personas por m²), en tanto que otras 20.650.000 personas se dispersan en los 2.786.168 km² restantes de nuestra superficie (7,41 personas por km² o 0,00741 personas por m²).
No es preciso ser un experto demógrafo para comprender que esa desproporción tiende a ser ya insostenible y que es una de las causas relevantes de muchas de nuestras carencias y problemas económicos, sociales, ambientales e institucionales.
Para más datos, como puede apreciarse en el Cuadro 1, en los últimos veinte años se produjo un aumento de la población de los diez principales conglomerados urbanos cuyo pico más llamativo se registró en el Gran Tucumán, con un aumento de su población del 139,15% en las dos décadas. También hubo un aumento notable en el conglomerado Gran Salta (42,6%), seguido de San Juan (30,7%) y Santa Fe (23,03%). En las restantes seis jurisdicciones los aumentos de población en las últimas dos décadas fueron del 18,78% (Mar del Plata), del 15,63% (Gran Mendoza), 15,01% (Gran Córdoba), 14,4% (Gran Buenos Aires), 13,72% (Gran La Plata) y 11,8% (Gran Rosario).
Vale reiterar que en esos diez grandes conglomerados, que ocupan apenas el 1,07% del territorio continental argentino, se concentra más de la mitad de la población total del país, en tanto que la otra mitad de los habitantes se distribuye en el 98,93% restante del espacio nacional.
Además, en esas megalópolis reside la mayor cantidad de personas y familias en situación de indigencia y pobreza, tanto si se mide esa situación de carencia por el nivel de ingresos como si se lo hace por el acceso a bienes sociales en cantidad y calidad adecuados.
A propósito de ello, si no es sencillo atenuar y mucho menos resolver las situaciones de pobreza e indigencia aumentando los ingresos de quienes las padecen, aún más difícil es concretar en esos grandes aglomerados urbanos las inversiones que permitan un efectivo acceso universal a los bienes de capital social (vivienda, salud, educación, comunicaciones, transporte, cloacas, agua potable, electricidad, gas, ambiente sano y limpio, etc.) en la cantidad y calidad que son propios de una vida digna. Lo mismo puede decirse del acceso a buenos servicios de seguridad y justicia, que demandan quienes son pobres y quienes no lo son.
También se debe tener en cuenta que una porción significativa de las personas y familias en situación de indigencia y pobreza que viven en esos grandes conglomerados urbanos, son migrantes internos que se instalaron ahí procedentes de zonas rurales, semi-rurales o urbanas más pequeñas, de las que los expulsó una pobreza aún más fatal que la que padecen en las megalópolis. Pero en aquellas comunidades de origen, en muchos casos, siguen residiendo quienes forman su familia extensa y es donde tienen sus raíces culturales más profundas por lo cual, en estos casos, a la pobreza se añade una dolorosa situación de desarraigo.

CUADRO 1
AGLOMERADO URBANO 1991 2001 2011

Gran Buenos Aires 11.297.987 12.046.799 12.925.000
Gran San Miguel de Tucumán 622.324 738.479 1.550.570
Gran Córdoba 1.208.554 1.368.301 1.390.000
Gran Rosario 1.118.905 1.161.188 1.251.000
Gran Mendoza 773.113 848.660 894.000
Gran La Plata 642.802 694.253 731.000
Mar del Plata 512.696 541.733 609.000
Gran Salta 370.904 468.583 527.000
Gran Santa Fe 406.388 454.238 500.000
Gran San Juan 352.691 421.640 461.000
Fuente: INDEC

Es llamativo que la creciente urbanización poblacional de las dos últimas décadas que muestra el cuadro precedente, coincida en el tiempo con la silenciosa pero trascendente revolución que elevó en grados exponenciales nuestros rangos de productividad y competitividad para elaborar y comercializar insumos alimentarios, volvió a situar al país en los primeros niveles del mundo en ese negocio e hizo de nuestros bienes transables de origen agropecuario - como la soja - pilares decisivos del crecimiento que viene registrando la economía argentina.
El que sean hechos coetáneos esa revolución silenciosa que llevó al aumento de producción y productividad en nuestro campo y la concentración de población en diez aglomerados urbanos, dota de cierta verosimilitud la afirmación de quienes dicen que en la Argentina de las últimas décadas se avanzó hacia un “campo sin campesinos”.
Sin embargo, no se debe exagerar el grado de avance del despoblamiento del campo al punto de atribuir aquella revolución silenciosa al mero uso de máquinas, tecnología y organización, ya que sus verdaderos protagonistas e impulsores fueron los productores agropecuarios argentinos, quienes probaron con hechos su aptitud y actitud innovadora e inversora.
De hecho, la movilización popular contra la Resolución 125 del 2008 evidenció la fortaleza, vitalidad, extensión y profundidad de la Argentina interior, en gran medida asentada en los pueblos y las pequeñas y medianas ciudades con vínculos directos con el agro, donde pervive la cultura del trabajo y subsisten valores, costumbres y redes de relaciones interpersonales asentados en la familia.
Por lo demás, desde la década de 1960 e incluso hasta hoy, en la conciencia de buena parte de nuestras clases dirigentes se instalaron paradigmas que exaltan a lo urbano sobre lo rural y a las industrias clásicas (siderometalúrgicas, metalmecánicas, textil, petroquímica, etc.) sobre la agroindustria (vgr. la alternativa “tornillos o frutillas”), paradigmas que también incidieron en pequeñas y medianas comunidades de la Argentina interior, induciendo la migración desde ellas hacia las grandes ciudades.
La respuesta a la deformación demográfica expuesta no pasa por la adopción de normas y acciones autoritarias de parte del Estado al estilo soviético o chino, que busquen imponer a los ciudadanos posibilidades y restricciones acerca de donde residir.
Tampoco por postular ideas retrógradas e irrealizables que propongan un imposible regreso al pasado, a la manera del luddismo del siglo XVIII[ii].
Antes bien, creemos que la nueva realidad a la que ingresamos en la actual etapa de la evolución signada por la sociedad del conocimiento globalizada, es la que genera condiciones propicias que hacen posible elaborar, proponer y realizar una gesta que instaure en la Argentina un adecuado equilibrio entre territorio y asentamiento de población, que hoy no tenemos.
Una de esas condiciones propicias es la caída de los paradigmas que eran propios de la sociedad industrial a los que antes hicimos referencia, en parte porque en esta nueva etapa evolutiva los factores productivos decisivos ya no son tanto el capital físico y financiero, cuanto el capital humano que hace a la capacidad de conocimiento del hombre y se expresa en los avances de la ciencia y de la técnica, la organización solidaria y la aptitud para intuir y satisfacer las necesidades de los demás, según lo señaló el beato Juan Pablo II[iii].
Por caso, las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) de fuerte incidencia en la nueva etapa de la evolución y un peso creciente en la producción, el comercio y todas las actividades de la vida cotidiana, tuvieron como uno de sus efectos el atenuar las restricciones dadas por la distancia espacial y es hoy un hecho que, desde casi cualquier lugar del planeta, es posible estar conectado con el resto del orbe en tiempo real.
De hecho, las cadenas de producción y comercialización de insumos alimentarios de nuestro país estuvieron y están en la vanguardia en cuanto al uso de los recursos brindados por las TIC para alcanzar rangos satisfactorios de productividad y competitividad

A lo expuesto cabe añadir la existencia en el mundo de una onda larga de tendencia al alza de la demanda y los precios de los insumos alimenticios y otros productos que forman parte de nuestros principales bienes de exportación, onda debida a causas estructurales que permiten suponer que se va a mantener, más allá de un eventual recorte de componentes especulativos marginales.
El territorio argentino cuenta con el privilegio de tener la llamada Pampa Húmeda, una superficie de unos 600.000 km2 con excelentes condiciones ecofisiológicas de suelo, clima y cielo (humus, humedad ambiental, aguas disponibles, temperaturas, ventana térmica, etc.) que la dotan de una extraordinaria aptitud para la producción de alimentos.
Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, países con llanuras fértiles similares a la Pampa Húmeda, son todos ricos y sus pueblos prósperos. Rusia, que dispone de su fértil pradera sudoccidental y Ucrania, con sus célebres “tierras negras”, no lograron la riqueza nacional y la prosperidad popular de los anteriores debido al atraso heredado de la brutal destrucción causada por la colectivización forzosa del sector rural, impuesta por Stalin durante del período soviético.
Pero además de la Pampa Húmeda, en la mayor parte del 98,93% del territorio argentino en el que hoy está desperdigada la mitad de la población, también existen condiciones de suelo, humedad y temperaturas que lo hacen apto para producir insumos alimentarios u otros bienes (por ejemplo, minerales), que tienen demanda y precios altos en el mundo.
Esas ventajas comparativas de nuestro territorio encuentran la posibilidad de convertirse en ventajas competitivas en la citada onda larga de fuerte demanda y altos precios internacionales que tienen los bienes alimenticios y commodities como los minerales, a lo que se añade la disponibilidad de recursos científicos y tecnológicos y del capital humano capaces de volcarse en el trabajo organizado para realizar esa tarea.
Hoy los argentinos producimos insumos alimenticios para cientos de millones de personas y realizando esas posibilidades podríamos producir mucho más dando un salto cualitativo al pasar de producir sólo insumos alimenticios a elaborar comidas que, con adecuadas tecnologías de conservación, podrían ser vendidos en mercados distantes, aprovechando así la capacidad exportadora derivada del hecho de que somos apenas 40 millones de habitantes.
De esa manera el sector agroalimentario puede y debe generar polos productivos regionales, aptos para crear nuevas fuentes de trabajo que permitan revertir flujo migratorio del campo y de ciudades pequeñas y medianas y pueblos de la Argentina interior hacia a las grandes urbes, en el marco de un programa estratégico de desarrollo sustentable.
Vale añadir que la superficie bajo cultivo que tiene hoy la Argentina podría aumentar significativamente mediante la realización de proyectos que en el mundo de hoy podrían encontrar financiamiento, dada la evolución de la demanda global de alimentos y la necesidad de nuevas tierras dedicadas a su producción, de los que mencionaremos tres ejemplos:
1) El aprovechamiento múltiple, racional y amplio del río Bermejo que permitiría recuperar unos 300.000 km2 de territorio hoy desértico en las provincias de Salta, Chaco, Formosa, Santiago del Estero y Santa Fe.
2) El Plan Maestro Integral del Río Salado que abarca unos 17 millones de hectáreas en la cuenca de ese río donde viven 1.300.000 personas y se concentra alrededor del 25 por ciento de la producción de granos y carnes del país.
3) La recuperación mediante riego de la vasta meseta central de la Patagonia para la producción, por caso de semillas en condiciones de alta sanidad.
Una primera condición necesaria para avanzar en ese sentido es construir un liderazgo político institucionalizado, capaz de despertar aquí y en el mundo una nueva confianza en la Argentina, que restaure la gobernabilidad y la estabilidad, defina con claridad un rumbo estratégico de la Nación surgido del diálogo y expresado en amplios consensos y lleve a insertarnos en el mundo globalizado del siglo XXI, preservando nuestra identidad y dando sustento a un orden democrático, justo y solidario.
Habrá que partir del grado significativo de competitividad que la Argentina alcanzó en la etapa inicial de la cadena productiva agroalimentaria, extender esa aptitud al segmento de alimentos procesados y a otras cadenas, asumiendo que en todos los eslabones el valor agregado está en el proceso y en los conocimientos aplicados en el mismo y no sólo en el producto.
Desde el gobierno, con la participación de todos los actores económicos, sociales y políticos, se deberá asumir como una política de Estado la elaboración y puesta en marcha de un Plan Nacional de Negocios, apoyado en la integración eficiente de los eslabones de todas nuestras cadenas productivas, que presente oportunidades de ganancias a potenciales inversores locales y foráneos e impulsar en todo nuestro territorio emprendimientos generadores de empleos sustentables que terminen con el hambre, reduzcan la pobreza y eleven la calidad de vida popular.
Somos concientes de que nuestro país posee aptitudes competitivas en sectores tan diversos como la siderurgia y las industrias culturales; la biotecnología y el turismo, la maquinaria agrícola y la industria nuclear; la industria automotriz y la del aluminio, la minería y la producción forestal; los biocombustibles o el diseño y las manufacturas textiles y en cuero, por mencionar sólo algunos de los principales ejemplos; los que pueden y deben instalarse en todo el país.
Creemos que esas y otras actividades productoras de bienes y servicios deben ser debidamente promovidas desde el Estado, pero tenemos también la convicción de que nuestra producción alimenticia merece especial atención, dada la evolución de su demanda global y nuestras posibilidades reales y presentes de atenderla.
Se trata de concretar la epopeya de crear trabajo y condiciones de vida adecuadas para promover la ocupación poblacional de las zonas de nuestro territorio subpobladas o directamente vacías e impulsar que migren hacia ellas parte de quienes hoy se apiñan en los grandes conglomerados urbanos.
Ello requiere avanzar en la integración de nuestro territorio mediante la ejecución de un plan que sume proyectos de construcción de rutas y autopistas como el llamado Plan Laura, la reconstrucción de redes ferroviarias para cargas y pasajeros y la extensión de las líneas de conexión aérea entre las diversas zonas del país.
Supone también, siguiendo el modelo aplicado en San Luis, extender a toda nuestra geografía el acceso universal a Internet mediante la ampliación del wi-fi al conjunto del territorio nacional, amen de elaborar y poner en marcha un programa de alfabetización informática que brinde a los habitantes de todo el país herramientas para acceder al mundo digital.
Concretar la revolución demográfica planteada también implica extender a quienes vivan en todo el territorio nacional la posibilidad de acceder a servicios de educación, salud y vivienda de calidad y en cantidad adecuadas.
Por lo demás, la repoblación equilibrada de nuestro territorio creará mejores condiciones para hacer realidad el régimen federal de gobierno que establece la Constitución Nacional y potenciar las funciones de los más de 2 mil gobiernos municipales que existen en la Argentina y así mejorar la gestión del Estado a partir de los beneficios que implica la cercanía de los decisores respecto de los problemas a resolver, incluso en términos del contralor popular a la gestión de las autoridades que se suele designar con el término inglés accountability.
Justo es reconocer que esa epopeya se esbozó durante la presidencia de Arturo Frondizi que, entre 1958 y 1962, procuró con diversas iniciativas la integración de la Patagonia o en la presidencia de Raul Alfonsín, cuando se buscó la descentralización a partir del traslado de la Capital Federal a Viedma-Carmen de Patagones. Aunque ambos intentos fueran parciales, quedaran inconclusos o se frustraran, vale señalarlos como un rumbo a continuar.


Desde esa perspectiva es hoy plausible plantear que “Gobernar es poblar, creando trabajo” y al unir las consignar que supieron formular en apenas siete palabras los dos más grandes pensadores políticos argentinos, enunciar el núcleo de un programa transformador, cuya ejecución ayudaría a que nuestro país ingrese en el siglo XXI y a que todos sus habitantes tengan iguales y efectivas posibilidades de acceso a la prosperidad y a una calidad de vida digna y sustentable.
Lograr esos objetivos – que es lo que los peronistas proponemos cuando convocamos a construir la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria – no parece posible sin cambiar de raíz nuestra deforme realidad demográfica y para ello se requiere de una primera y esencial condición necesaria – aunque no suficiente- que es construir una voluntad política consensuada en la clase dirigente para cambiar nuestra deformidad demográfica y que esa voluntad sea conocida, asumida y protagonizada por la mayoría del pueblo argentino.
Por último, pero no por eso menos importante, la intención que llevó a escribir y difundir esta nota es llamar la atención sobre un problema al que consideramos de importancia vital y que no parece estar en el centro de las reflexiones y los debates y somos concientes que su complejidad requiere de un tratamiento teórico y práctico que excede en mucho nuestras menguadas aptitudes y capacidades.
Estaríamos satisfechos si, al menos, estas líneas pudieran suscitar el interés de otras cabezas y otras manos que piensen y obren para desarrollar y hacer realidad la unificación de las consignas que nos legaron Alberdi y Perón y que, efectivamente, gobernar sea poblar creando trabajo.
Buenos Aires, 24 de julio de 2011

[i] En 1870 la población argentina sumaba menos de 2 millones de personas. En 1895 había crecido a 4.044.911, de los cuales el 24,9% eran extranjeros. En 1914 aumentó a 7.903.662 de pobladores, con un 30,3% de extranjeros. Esa multiplicación por 4 de la población argentina en 44 años se debió en gran parte a que, entre 1860 y 1930, ingresaron a la Argentina 6,3 millones de inmigrantes, en su mayoría varones europeos procedentes de Italia y España, en ese orden. Esa magnitud de la inmigración creó una nueva población argentina signada por el mestizaje entre tres grandes etnias (europeos, indígenas y africanos) y entre las decenas de nacionalidades de cada una de ellas (italianos, españoles, polacos, diaguitas, collas, guaraníes, bantúes, yorubas, etc.).

[ii] Se llamó luddismo a la masiva, violenta y fracasada movilización de los tejedores artesanales británicos, quienes pretendían destruir a las máquinas lanzaderas introducidas por la naciente industria textil que amenazaba la continuidad de sus labores. Se llamó así en memoria del apellido de su líder (Ludd).

[iii]V. Centesimus Annus, carta encíclica de Juan Pablo II dada en 1991.

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