Días pasados, la presidenta Cristina Fernández-Kirchner se proclamó defensora de la causa federal en tres ocasiones consecutivas: celebró el Día de la Soberanía en la Vuelta de Obligado, lamentó la derrota de Juan Manuel de Rosas en Caseros ante los dirigentes de la UIA, y creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”. Personalmente, coincido con el espíritu de las tres medidas, pero no puedo dejar de asombrarme en que sea el gobierno más unitario de los últimos treinta años el que las lleva adelante sin sonrojarse y sin que nadie lo haga notar. Desde 2003, rige en el país un sistema político, económico y financiero en donde el poder central es absoluto, limitando a las provincias y municipios a ser meras delegaciones de la voluntad de la Casa Rosada. El régimen impositivo y de obra pública hiperconcentrado ha inclinado a los gobernadores –aun los de las provincias más ricas- a una sumisión inédita de sus gobiernos ante el poder central. En éste –como en tantos otros asuntos- el gobierno utiliza hábilmente el relato de la historia en su provecho, apropiándose de imágenes y símbolos ajenos, frente al indignante silencio de la ignorante y embrutecida dirigencia opositora.
Mariano Rovatti
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