Los curas villeros en el cine de Trapero

por Daniel Sendrós El último filme de Pablo Trapero, Elefante blanco, protagonizado por Ricardo Darín y Martina Gusmán, está dedicado a la memoria del padre Carlos Mugica pero también se propone reflejar el sacrificio de los curas villeros hoy. Reconociblemente bien dirigida, de muchas secuencias impactantes y varios aspectos discutibles, la nueva película de Pablo Trapero (coproducción de la Argentina, Francia y España) está dedicada a la memoria del padre Carlos Mugica, muerto a tiros, como se recordará, el 11 de mayo de 1974. (para leer la nota completa, cliquear en el título) Los fieles de su Villa 31 le erigieron un pequeño santuario, que acá se entrevé en una escena, donde alcanza a leerse parte de su oración más conocida: “Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre. Señor, quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz”. Casi 40 años después, la hora de la luz sigue lejana. Pero, como un anticipo de esa luz, siguen muy cercanos los curas villeros. Y aunque la película se tome varias libertades, alcanzamos a apreciar en la pantalla el espíritu de sacrificio de estos curas, y el peso de las pruebas que deben enfrentar cotidianamente. Nadie sale del cine sin sentir por ellos un acrecentado respeto. Peligrosamente, también se acrecienta en parte del público la sensación de lo imposible, de lo inútil, de fracaso. Sólo en parte del público. Y es que la obra tiene, prácticamente, cinco cierres sucesivos, todos rápidos: uno a tiro limpio, donde ganan la injusticia y la impunidad; otro de alivio y descanso, pero también de abandono y ocultamiento; el tercero, gratificante para muchos laicos y sobre todo laicas; y uno emotivo, donde se siente la pequeña pero sólida y optimista fuerza de la comunidad y de sus religiosos; y uno más, de una sola toma muy corta, pero muy significativa. Cada quien elegirá con qué final quedarse. Que es como decir, qué camino quiere seguir. Natural de La Matanza, Pablo Trapero tiene inclinación por el realismo. El bonaerense, sobre un joven policía de la provincia; Leonera, donde una mujer debe criar a su bebé en una cárcel para madres condenadas; y Carancho, que denuncia un sistema de estafas a las víctimas de accidentes, evidencian ese realismo, propio de un cine de compromiso social. Cuidado, las películas, y las novelas, se toman sus libertades. De modo que acá vemos varias escenas fuertes, muy creíbles, de la vida en las villas y el sacrificio de los curas villeros, y otras no tan creíbles (pero suficientemente verosímiles, al menos durante la proyección) sobre la estructura clerical, la organización del trabajo parroquial, la relación con fieles y obispos, las conversaciones entre religiosos y hasta un bautismo. En todo eso el autor y sus coguionistas no parecen muy católicos que digamos. Pueden reprocharse tales detalles, y también la ausencia de otros héroes típicos de las villas: la maestra vocacional, el médico del dispensario, los miembros de la comisión de fomento. La obra está demasiado centrada en unos pocos personajes (uno de los cuales, la asistente social, parece funcionar por exclusiva cuenta propia). De cualquier modo, son detalles laterales. Lo importante es que el conjunto nos hace apreciar mejor a quienes dedican su vida en bien de los más necesitados. Ellos cargan con ese elefante blanco que dice el título: el regalo de una misión que puede agotar a cualquiera. Por supuesto, el título también alude a un lugar específico. Aunque incluye algunas partes en Villa 31 y otros lugares, el grueso de la película se filmó en Villa Oculta, llamada también Elefante Blanco por el enorme edificio semiabandonado que la acompaña. Ese edificio, que iba a ser un hospital para enfermedades infecciosas, comenzó a construirse en 1938, bajo impulso del senador socialista Alfredo Palacios. Fueron cambiando los gobiernos, y en vez del edificio se desarrolló la villa miseria cercana, la número 15, conocida desde los ‘80 como Villa Oculta. El 24 de marzo de 2008, Madres de Plaza de Mayo lo recibió en propiedad, y anunció un plan de viviendas para convertirlo en monobloc enteramente habitado en el plazo de cinco años. En 2011 Trapero filmó allí esta película. Publicado en Criterio

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