Cataluña jaquea la unidad española

Las recientes elecciones en Cataluña ofrecen varias conclusiones referidas al proceso independentista promovido por numerosos sectores de dicha región. El principal impulsor es el presidente catalán Artur Mas, quien triunfó en las elecciones con el 30% del total de los votos, con lo que se aseguró su reelección, pero no el control del proceso independentista. Su partido Convergència i Unió obtuvo un total de 50 diputados, 12 menos que en las elecciones de 2010 y 18 menos de los que necesitaba para conseguir la mayoría absoluta. (para leer la nota completa, cliquear en el título)

Otro partido independentista, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), de Oriol Junqueras, se llevó el 13,60% de los votos y 21 escaños en el parlamento regional. El Partido Socialista Catalán, con Pere Navarro como principal candidato, cosechó sólo 20 bancas y el Partido Popular liderado por Alicia Sánchez-Camacho, tendrá 19. Con estos resultados, los partidos españolistas contarán con 48 legisladores, y los que promueven la independencia sumarán 87.

 De todos modos, los distintos partidos independentistas –que sumados obtuvieron el 58% de los votos- no constituyen un bloque homogéneo desde el punto de vista ideológico, por lo que no será tan fácil arribar a acuerdos programáticos entre ellos. Si así fuera, el primer paso sería la convocatoria a un plebiscito para que la ciudadanía resuelva el futuro de Cataluña.

 Siendo la región más próspera de España, Cataluña podría ser un estado independiente viable desde el punto de vista económico, siempre que se decidiera de golpe, sin una transición larga y tensa, y se garantizara que forma parte de la Unión Europea y de la zona euro; pero los catalanes vivirían peor, según opiniones coincidentes de distintos especialistas. el hipotético estado catalán se beneficiaría con la soberanía fiscal, ya que el país tendría una hacienda propia y destinaría sus ingresos a cubrir sus gastos, sin tener que aportar a España. Su actual contribución en el sistema tributario español es el principal argumento para las reivindicaciones secesionistas. La Comunidad de Madrid y Cataluña son las dos regiones que más recaudan en tributos, pero no están en los primeros puestos a la hora de recibir recursos. Según la Generalitat, este desajuste entre lo que aporta y lo que reciben del Estado les causa un déficit de 16.500 millones de euros al año.

 Cataluña es una región más industrializada que la media europea y española. Tiene un gran potencial turístico y ha desarrollado un importante sector financiero. La economía catalana representa el 18% del PBI español.

 Como contrapartida tendría costos adicionales, ya que se haría cargo de servicios que cubre ahora España, como defensa, la diplomacia o parte de la seguridad. También hallarían problemas en la financiación: el Gobierno catalán ha pedido al fondo de liquidez 5.000 millones de euros para financiarse, ya que los mercados tienen cerrado el grifo del préstamo. Cataluña tendría que medirse con otros países para colocar su deuda, que se financia ahora más cara, al 12%. En cambio, la rentabilidad del bono español a diez años se sitúa ahora en el 5,6%.

 En principio, Cataluña no podría ingresar en la Unión Europea por ser parte de un estado integrante en la unión. Tendría que redefinir su sistema tributario, crear un modelo monetario propio con el riesgo de devaluación y renegociar en Europa las reglas comerciales.

 La cuestión no es novedosa en términos internacionales: Santa Cruz de la Sierra en Bolivia y Texas en los Estados Unidos tienen movimientos independentistas, que por las mismas razones impulsan la secesión. ¿Podría pasar lo mismo en la Argentina con la Provincia de Buenos Aires? Esta ya estuvo separada entre 1854 y 1860, y las razones económicas son similares a las que se exponen en Cataluña. Incluso, la relación de fuerzas entre la Nación Argentina y la Provincia de Buenos Aires son aún más desproporcionadas.

 Por ahora, ello es sólo buen material para una novela.

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El fútbol y las autonomías españolas

 Luego de los cuarenta años de régimen franquista, en los que se forjó el estado español unificado, la gestión del Rey Juan Carlos I, logró hallar un equilibrio entre la monarquía y la democracia y los autonomismos y el centralismo, hasta la aparición de este conflicto, alimentado por la crisis económico financiera y social de España, que sigue sin resolverse.

 El fútbol recogió esa ambivalencia, ya que los principales equipos responden a la tensión entre la Corona centralista y las autonomías más cercanas a la república. Real Madrid es el equipo símbolo del poder español centralizado, y Barcelona FC, el ejemplar más claro de la autonomía. El vecino de éste, precisamente, es el “Espanyol”; en Andalucia, el Real Betis es el rival del Sevilla FC; en Galicia, el Real Deportivo La Coruña, del Celta de Vigo; en el País Vasco, el Athletic juega su derby con la Real Sociedad de San Sebastián. Estos “reales” y otros como el Hércules de Alicante o el Málaga, en su mayoría juegan con vestimenta azul y blanca, los colores de la Casa Borbón, verdadero motivo de inspiración de Manuel Belgrano, creador de nuestra bandera nacional.

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