Antikirchnerismo y poskirchnerismo

por Mariano Rovatti


“En la Argentina, no se puede gobernar sin el peronismo”. Una máxima de la política contemporánea, que a fuerza de repetirla, todos logran hacerla realidad. El recuerdo del fugaz gobierno de Fernando de la Rúa confirma el aserto. Pese a ello, la presidenta acentúa la desperonización de su esquema político, convencida que los votos son suyos, y no se los debe a nadie
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En la oposición se verifica la tendencia opuesta. Desde la ruptura del gobierno con Hugo Moyano, van apareciendo exponentes del oficialismo desencatados que se suman a la oposición o a una versión descremada del oficialismo. Con Néstor era otra cosa es la excusa, y a veces, es cierto. Néstor Kirchner respetaba los espacios de poder real, y de hecho, tuvo de estrechos aliados al Grupo Clarín y a Moyano, hoy enemigos de Cristina. La aproximación del final del cristinismo, confirmado en la casi segura imposibilidad política de reformar la Constitución, va abriendo nuevas opciones. Sin un sucesor natural –peronista- de Cristina, Daniel Scioli se dispone a ser el receptor de esa dirigencia del Partido Justicialista que se siente expulsada del palacio. La opción Scioli es intermedia entre oficialismo y oposición. Ni continuación, ni ruptura con el cristinismo. Scioli pretende ser el armador del poskirchnerismo, un espacio ecléctico en el que convivan los dos peronismos: el kirchnerista y el no kirchnerista, junto a sectores independientes. La primera expresión del año en tal sentido es el acercamiento de Francisco De Narváez al gobernador. Quizás, ya esté sellado un acuerdo de mutuo apoyo: el colorado será candidato este año dividiendo el voto opositor, siendo funcional al gobierno, que así no se peleará con Scioli, quien en 2015 ungirá al colombiano como su preferido para sucederlo. Para que todo ello le salga bien, necesita que el país avance sin sobresaltos hacia una transición ordenada en el 2015, y que Cristina no lo boicotee desde el poder. El cristinismo no peronista podrá encontrar en Eugenio Zaffaroni a su candidato presidencial, quien también podría representar a sectores que hoy están en el Frente Amplio Progresista (FAP). Otro que podría estar allí es Martín Sabbatella si logra –al final de la novela- imponerse al Grupo Clarín. Sin Cristina, ni aparatos sindicales y municipales, el destino de este espacio es un misterio. El otro referente que está boyando entre ambas orillas es Sergio Massa. Con el calendario electoral en la mano, del que surge que en mayo se deben inscribir las alianzas electorales, el intendente de Tigre esperará hasta el límite para tomar la decisión que sea. Primero debe definir si aspira a ser presidente o gobernador, luego si rompe o no con el oficialismo, y por último, si se presenta como candidato a diputado en 2013, o deja pasar la elección y se concentra en el 2015. La decisión de Massa no tiene tanto que ver con sus propios deseos o aspiraciones, sino con el contexto político y cómo prever su evolución. Su futuro no depende de lo haga él, sino de lo que pase en la Argentina. Un país donde los acontecimientos se precipitan frecuentemente de manera imprevisible y acelerada. Scioli necesita que no haya grandes novedades políticas, económicas y sociales de acá hasta el 2015. Massa necesita que el panorama esté más claro de lo que está hoy. Pero la realidad es que el panorama no está claro, porque se esperan movimientos políticos, económicos y sociales importantes de acá hasta el 2015. De ninguna manera puede suponerse que todo será calmo y previsible. No lo es en la cima del poder, y no lo es en la calle. Tantas especulaciones pueden ser barridas por una realidad hirviente, como pasó en el período 2001-2003. ¿Vamos hacia ese escenario? No al mismo, pero sí es evidente que el país atravesará un período difícil, sobre todo en el terreno político. La clave central es si la sociedad convalidará el proyecto hegemónico del cristinismo. Frente a ello, es claro que hay dos respuestas: una espera su desgaste y la otra la enfrenta. Una opción es básicamente de los sectores políticos, y en especial de los vinculados al Partido Justicialista, la mayoría con funciones gubernamentales. Más allá de sus deseos, no están en condiciones de romper con el gobierno, por lo que esperan que se vaya desgastando. La otra es de los factores de poder, que necesitan poner un límite a la angurria del Poder Ejecutivo: la Justicia, el sindicalismo, el Grupo Clarín, el campo….Todos están dando la batalla ahora, porque saben que si esperan el desgaste gubernamental, éste probablemente nunca llegue, o lo haga después de habérselos devorado uno a uno. Junto a éste último, se agrega un actor que había estado en silencio durante mucho tiempo: el hombre común, la opinión pública, la ciudadanía independiente, que salió a la calle el 13 de septiembre y el 8 de noviembre, modificando el mapa político. Los saqueos de diciembre, más allá de la certeza de haber sido provocados con fines políticos aún no esclarecidos, pone en evidencia que la supresión de los planes sociales termina en violencia, que no siempre puede ser administrada por los dirigentes. La crisis financiera que ya vive el Estado nacional y las provincias, la inflación –la real y la latente- y la inseguridad pueden ser un cóctel explosivo si se lo acerca a la caliente lucha política. Más aún, cuando el gobierno no despliega un plan para solucionar esos problemas, concentrado compulsivamente en la lucha por el poder. Si fruto de todo ello, se diera una situación de colapso, en el que esté en riesgo la gobernabilidad, difícilmente haya políticos cercanos al oficialismo que salven la ropa. Allí serán creíbles quienes hayan tenido una conducta coherente. Son muy pocos los que pueden mostrar ese antecedente.

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