¿Otra vez la "inflación cero?

por Héctor Blas Trillo

Si bien debemos confesar que prácticamente hemos perdido nuestra capacidad de asombro, no deja de llamarnos la atención que nuevamente un gobierno recurra de manera intensiva a métodos de control de precios para atacar el problema inflacionario.

Hemos señalado muchas veces que las políticas intervencionistas constituyen verdaderas drogas para gobernantes que en general se sienten impotentes ante la realidad económica, sea por desconocimiento o por simple arrogancia. Sea como fuere, el intervencionismo genera siempre la necesidad de mayores intervenciones, dado que las infinitas variables que se ven afectadas por la más simple medida de control económico, da lugar a nuevas medidas de intervención, que a su vez generan incontables nuevos desajustes en una especie de alud que finalmente termina arrastrando todo lo que encuentra a su paso. Es de sobra conocida aquella famosa máxima que reza que en economía es posible hacer cualquier cosa, pero nunca evitar las consecuencias.
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Desde los ya lejanos años de Roberto Lavagna y su política de “tipo de cambio alto” e impuestos a las exportaciones para “disciplinar” el mercado ha pasado demasiada agua bajo los puentes.

Las prohibiciones y controles de todo tipo dieron lugar a la aparición de un funcionario de características grotescas, pero cargado de una enorme prepotencia fruto del poder que hoy por hoy la presidenta de la Nación le otorga. Hablamos de Guillermo Moreno, y su infinita insistencia en métodos cuyos resultados han sido desastrosos aún dentro de este mismo gobierno.

Todas sus políticas intervencionistas, dejando de lado el autoritarismo y la violación de derechos elementales por un momento, han dado lugar a verdaderos desastres. El mercado de la carne, el del trigo, el del maíz, los controles a las importaciones, las prohibiciones de exportaciones, el “cepo” cambiario, lo que sea. Y toda esta catarata de verdadera imbecilidad (no encontramos otra palabra) ha intentado “disciplinar” a millones de personas que practican el comercio de la manera que mejor les parece dentro de un marco legal y democrático.

Mientras tanto, desde un Banco Central absolutamente devaluado y cuya autarquía ha sido eliminada de un plumazo por un simple decreto de “necesidad y urgencia” y luego por una ley votada por un grupo de legisladores que simplemente responden a las consignas oficiales sin debate serio alguno; se ha encargado de explicar al pueblo que no hace falta controlar la emisión monetaria, dado que no es ésa la causa de la inflación. Y por ende inyecta moneda a un promedio de crecimiento del 40% anual, generando un verdadero descalabro inflacionario que el secretario Moreno, el viceministro Kicillof y algunos otros intrépidos funcionarios, intentan detener atando con alambre los engranajes del funcionamiento de la economía, con la idea casi estúpida de que si ocurre lo que ocurre, es por culpa de “empresarios inescrupulosos” y no de la multiplicación de los pesos en circulación sin la contrapartida de un similar incremento de bienes y servicios.

Ahora se acordó un congelamiento de precios por 60 días en los supermercados. Un acuerdo que todo el mundo sabe que no es un acuerdo sino una imposición. Y por estas horas ciertos representantes de cámaras empresarias (como por ejemplo el señor Calvete, que representa a los llamados supermercados chinos) han salido a decir que la medida no es suficiente. Es decir, que para que semejante engendro dé resultado es necesario también controlar los precios de los proveedores, de los fabricantes, de los productores, de los importadores y de todo el mundo.

Eso es lo que hizo aquel recordado ministro de Juan Perón, José Ber Gelbard, que prácticamente sacó una fotografía de la economía y dejó todo congelado en un determinado valor. El catastrófico resultado de semejante acto de inconsciencia, fue el llamado “rodrigazo” de 1975.

Porque entre tantísimas otras cosas nadie pone un freno a los precios a menos que sienta que los precios están yéndose de las manos. Y si los precios se van de las manos es por algo. Y si ese algo no se analiza y corrige y simplemente se concluye que es la “mala leche” de millones de empresarios, realmente la salida no puede ser sino el desastre.

En 1974, se llegó a afirmar que la famosa “distribución del ingreso” había alcanzado el 50% para los trabajadores, la cifra más alta jamás registrada. Pero, ¿cómo se medía ese valor?. Obviamente se medía partiendo de la base de las listas de precios congelados establecidas por el gobierno peronista. Pero resulta que a esos precios, en los incipientes supermercados “Minimax” y en los almacenes del barrio, no se conseguían los productos.

Es decir que nominalmente la cosa estaba fenómeno, pero en la realidad (la única verdad) los bienes no se conseguían ni a los precios oficiales, ni, en muchos casos, a ningún otro. Porque fabricantes y proveedores habían directamente parado la producción. Algo parecido a lo que ha venido pasando en estos años en rubros tales como el energético, donde la falta de inversiones ha derivado en una situación insostenible que poco a poco pone sobre el tapete el estado de cosas tantas veces pronosticado por prácticamente todos los profesionales del tema.

La economía es dinámica por definición. Cualquiera que revise de manera periódica los valores internacionales de los distintos bienes, observará la gran cantidad de cambios que se producen en los precios, por las razones más diversas. ¿Cuál es la razón por la que esta gente que hoy gobierna la Argentina vuelve a creer que si congela todo la cosa irá mejor? ¿Cuál es el fundamento técnico que lleva a suponer que alguno de los precios en cuestión no puede incluso bajar por razones estacionales u otras, con lo cual el congelamiento produce en esos casos el efecto contrario? Ninguna que se conozca. No queda otra que concluir que estamos yendo nuevamente a aquella recordada “inflación cero” que terminó como terminó.

No analizamos aquí otra medida francamente inexplicable en un contexto medianamente democrático: la prohibición de anunciar en los diarios las ofertas. Y no lo hacemos porque creemos que excede el marco de lo que pretendemos resaltar. Aunque no deja de traer a nuestra memoria aquella famosa máxima atribuida a Ramón de Campoamor: “si quieres ser feliz, como me dices, no analices”

Una especie de “ojos que no ven…” insólito a estas alturas, cuando todo el mundo puede meterse en Internet o incluso enterarse de lo que pasa con sólo concurrir a dos o tres supermercados y leer los carteles. Claro, hay que caminar un poco, eso sí.

Pero no más que cuando se pretendía que todo el mundo fuera a comprar todo al Mercado Central porque es más barato.

Y para terminar, ¿desde cuándo economistas profesionales creen que congelar precios en los supermercados “no es suficiente”? ¿Eso significa que creen que las medidas de congelamiento, si son masivas, sí serán suficientes?

Si el oficialismo sigue por el camino equivocado y la oposición no lo corrige porque piensa más o menos lo mismo, el daño será todavía mayor.

Buenos Aires, 12 de febrero de 2013

1 comentario:

Anónimo dijo...

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