Progresismo y corrupción



Por Esteban Valenti

Esta semana explotó en la Argentina el enésimo escándalo por corrupción que involucra al gobierno nacional de ese país.
Si el vaso no está limpio, lo
que en él derrames se corromperá
Bertolt Brecht

(para seguir leyendo, cliquear en el título)
Los detalles son conocidos, fue a partir de un programa del periodista Jorge Lanata. No me voy a concentrar en una larga crónica de estas revelaciones que hoy ocupan la portada de los medios, el debate político y social en la Argentina. No tendría fin, y este episodio recién comienza.

Lo único casi seguro, en un país donde la certezas son escasas, es que a nivel judicial no sucederá casi nada. Mucho meneo, mucho humo y nada más. La cantidad de escándalos que terminaron en el archivo de los tiempos, parece interminable: Boudou-Ciccone; Shocklender; el secretario de Transporte Ricardo Jaime y Los Cirigliano, para mencionar los casos más sonados y recientes.

En medio de este escándalo el gobierno presenta en el parlamento una serie de reformas del sistema judicial, que incluyen algunos elementos claves: despojar a la Corte Suprema de Justicia prácticamente de todos sus poderes y transferirlos a un órgano totalmente politizado, el Consejo de la Magistratura. Tampoco me voy a atrever a rozar un análisis legal ni siquiera político de esta reforma. Es el centro del debate institucional en estos momentos.

El tema que me ocupa y me interesa tiene que ver es la relación, la connivencia entre progresismo y corrupción. Voy a comenzar por una definición que me parece clave: no hay progresismo con corrupción, al menos en el Uruguay. No nos perdona ni la gente ni nosotros mismos.

Sobre temas de corrupción nadie debe escupir hacia arriba, pero se pueden y se deben definir principios y límites claros. Nadie está vacunado, pero si no se establecen esos claros niveles de legalidad y de moralidad como parte esencial de una identidad política, se abre la puerta del infierno.

Es cierto, en el Uruguay, en todo el mundo político no existen ni de cerca los niveles de corrupción que existen en otros países de la región. Y en América Latina hubo y hay todavía, niveles alarmantes y muy negativos de corrupción. La imagen internacional de Uruguay, su posición en la lista elaborada por Transparencia Internacional y su progreso en los últimos años confirman esta diferencia. No es una condición natural, producto de fatalidades o de la alimentación, es un valor muy complejo y delicado que requiere atención preventiva y permanente.

Es cierto, en Uruguay hay mucho menos corrupción, pero eso no alcanza.

Como también es cierto que el poder tiene sus tentaciones y sus peligros. Decir esto no alcanza y sirve para bien poco.

No todas las formas de corrupción son iguales, como en todos los delitos y las inmoralidades hay grados y gravedades diferentes.

En Argentina lo que muestran los escándalos es una combinación terrible: esquemas de poder, a alto nivel (hasta donde llegan debería determinarlo la justicia) que hacen del enriquecimiento ilícito usando dineros públicos una de las principales actividades del poder mismo y de ciertos políticos. Y una impunidad casi total.

Lo más grave no es que las cantidades de dinero sucio y corrupto, que según reconocen algunos de sus participantes y operadores eran de miles de millones de dólares y de euros, sino el verdadero sistema integral e integrado de la corrupción. La corrupción no como una desviación del poder, sino como parte esencial del propio poder y de la relación entre gobernantes, empresarios de asalto y conveniencia, financieras, transportadores, bancos, paraísos fiscales, empresas truchas.

A partir de ese sistema surgen muchas preguntas. ¿Ese dinero sirve solo para los lujos de los corruptos, o también entra en el circuito del poder, de las elecciones, de las campañas electorales? ¿Ese dinero que compra? ¿Solo autos, propiedades, campos, lujo y que otras cosas?

El ex presidente Carlos Menem que está condenado por uno de los muchos delitos de los que está acusado, el del tráfico de armas a Croacia y a Ecuador, sigue en su banca como senador, protegido por los votos del oficialismo y sin rejas a la vista. Y todos saben que Menem construyó una enorme fortuna a partir de la corrupción. El tráfico de armas a esos dos países en guerra fue sola y exclusivamente por corrupción, no hay ninguna lejana, mínima posibilidad de intereses diplomáticos argentinos en venderle armas a Croacia y a Ecuador. A Ecuador en medio de una disputa militar con Perú, un país históricamente amigo y solidario con Argentina. Ver la guerra de las Malvinas. Era por plata, nada más que por plata.

En aquellos años del imperio del liberalismo económico más salvaje, en Argentina corría una frase terrible: roba pero hace y siguió robando luego de la reelección y haciendo algunas cosas, pisoteando aquellos polvos que trajeron estos lodos. Y allá sigue en su Rioja sufrida y postergada, mientras goza de todos los privilegios, hasta de una pista de aterrizaje propia en Anillaco, su estancia privada. Es inmoral e injusto y además transmite el mensaje de que todo está permitido en la cumbre del poder y por lo tanto hacía abajo.

No quisiera hacer un concurso sobre cuando se robó y se acumuló más dinero mal habido, en que periodo de gobierno en Argentina, pero los escándalos crecen y se multiplican y si es necesario utilizar las mayorías parlamentarias para nacionalizar Ciccone y proteger los turbios negocios del vicepresidente Amado Boudou, se hace y si es necesario controlar nuevamente con siete cadenas a los fiscales y a los jueces, se intenta hacerlo.

No estamos hablando solo de manosear la Constitución y las instituciones, estamos hablando de sepultar en la inmoralidad cualquier sensibilidad social. Nadie puede creer en serio y defender sin disponer de una extraordinaria cara de hierro que se puede hablar de progresismo y hasta de izquierda y vivir sentados en una montaña de escándalos permanentes de estas dimensiones.

Cuando las inversiones en los trenes y sobre todo en su seguridad se postergan durante décadas y los concesionarios amasan enormes fortunas, primero con Menem y los mismos empresarios con este gobierno, la corrupción impacta no solo en las cuentas públicas, no solo en las cifras, sino en la vida, la imprescindible comodidad de los pasajeros y en la muerte de la gente en la estación de Once.

Cuando se habla de miles de millones de dólares y euros en la ruta del dinero, estamos hablando de sobreprecios en las obras públicas, en recursos desviados que debían servir para mejorar la vida de la gente, pero además nos referimos a los símbolos, las señales de decadencia y de resignación ante la corrupción que se transmiten a la sociedad. ¿Qué puede haber de progresista en todo eso?

Cuando incluso en un tema tan sensible, tan humano, tan complicado como los derechos humanos, en un país que tuvo decenas de miles de víctimas fatales, de desaparecidos y de muertos y sus familiares, madres, abuelas y, la corrupción llega a esos niveles con los Shocklender ¿Hay algo que puede quedar afuera de la corrupción? Incluso reconociendo que los gobiernos Kirchner hicieron mucho por el tema de los derechos humanos. Estamos hablando de planos diversos y entreverados, porque la corrupción de los Shocklender y compañía fue con dineros públicos y con la grifa nada menos que de las Madres de Plaza de Mayo, y con viviendas de interés social.

Este escándalo es un escalón más en la escalera de la corrupción desde lo más alto del poder. Sería el propio gobierno el que debería estar interesado directamente en aclarar la situación, en aventar las acusaciones. Ni se habla. Como en otros casos se cubre con silencio y con tiempo los procesos más denigrantes y las peores acusaciones.

¿Son inventos de la prensa opositora? No tengo dudas que en ese choque frontal y de extrema polarización con algunos medios, o mejor dicho con todos los medios y periodistas que no le son adictos, inclusive dentro de la propia televisión estatal, hay intereses, pero nadie con dos dedos de frente puede creer que este cúmulo de irregularidades, de confesiones, de batido entre la corrupción y la farándula pueden ser una creación periodística.

Lo que suena son las cataratas del Iguazú, y es más que notorio que agua traen. Y traen agua desde muchos torrentes y arrastran piedras e instituciones por un fango cada día más evidente.

Lo peor de todo es que el poder y este manejo de los dineros públicos transmite, o intenta transmitir la imagen de que todos son iguales, que los políticos tienen genéticamente, en el propio ADN la condición de corruptos. Es solo un tema de oportunidad. Y eso es muy peligroso porque además de corromper la política, corrompe a la sociedad.

En estas circunstancias, lo peor que puede hacer el progresismo en Argentina, es acostumbrarse, bajar la guardia ante tantas denuncias y tanto ensañamiento de la corrupción y la perseverancia en la impunidad.

Lo peor que puede hacer el progresismo y la izquierda uruguaya es ponernos de alguna manera a su altura, a su nivel, ni siquiera en el lenguaje. Es suicida.

En el clima sucio de la corrupción hasta el discurso progresista de corrompe.

Publicado en www.bitacora.com.uy

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