Retroceso: del poder estructural al relacional

Por Ricardo Auer

El kirchnerismo había logrado desarrollar un poder estructural bastante superior a su antecesor, proveniente del Pacto de Olivos. “Poder Estructural” es un término acuñado en política económica internacional (“States and Markets, Susan Strange) para describir el sutil poder de un actor (político y económico) para moldear estructuras (políticas y económicas) en las que casi obligadamente “deben” operar empresas, instituciones, actores no estatales, sindicatos, partidos políticos, medios de comunicación.

(para seguir leyendo, cliquear en el título)

El “Poder Estructural” incluye necesariamente la capacidad de dominar el mundo de las ideas, instalando el “relato” de turno, es decir, una interpretación de la realidad que pasa a ser hegemónica y “no fácilmente refutable”, es decir, es una “verdad” de época, un “rumbo de ideas” que la mayoría (relativa o circunstancial) acepta como lógica y eficaz. Ello se manifiesta, directa e indirectamente, en las direcciones y fundamentalmente, en la agenda de prioridades económicas y políticas impulsadas desde el “Poder Estructural”, que actúa en forma sutil, y por lo tanto es bastante efectivo, ya que no es necesario “operar” para imponerlocotidianamente y consecuentemente, quien lo despliega no es percibido como un actor que sólo defiende sus propios intereses, aunque en realidad es lo que hace, pero en forma indirecta.

Los grupos de poder económico, los poderes mediáticos y los grupos políticos encaramados en el estado, son los principales actores que disputan, muchas veces acordando (abierta o encubiertamente), a veces peleándose entre ellos, la instalación de su propio “poder estructural”. Cada uno se sostiene en un “softpower” (“poder blando”), que es el “programa” que hace funcionar al aparato del estado y con ello al resto de la sociedad, compuesto por un complejo mix de ideologías, valores, ideas económicas, doctrinas, formatos, sistemas de creencias -particularmente de gente influyente y poderosa-, relatos del pasado histórico, mitos, leyendas, conceptos religiosos, y otros. Subyacentemente todo “softpower” actúa como soporte de un debate no explícito sobre el PODER.

Esta conceptualización del poder como estructura, sirve para explicar muchas hegemonías: la de USA, la de la URSS, y otras en el plano internacional. El “libre mercado” es una ideología que se esconde detrás de la aséptica ley de la oferta y la demanda; el “socialismo” es una ideología que no siempre ayuda a los más humildes; en ambos casos son creencias o preconceptos que sirven para favorecer un “Poder estructural” de pequeños grupos de poder encaramados en el estado. La realidad de los pueblos en relación al “Bien Común” es mucho más compleja y variable en el tiempo, ya que sólo puede ser focalizada por medio de un amplio debates de ideas y de intereses, en forma transparente, aun soportando la interferencia de los “poderes estructurales” de turno.

En el plano local, del Pacto de Olivos, durante la presidencia de Menem (y de Cavallo), surgió un período de aceptación mayoritaria de un modelo des-industrializador y anti-estratégico, donde era difícil debatir, plantear otra lógica u otra concepción del proyecto nacional. Aquel modelo duró demasiados años; su rumbo de colisión terminó en la catástrofe del 2001/2002, durante el gobierno de DLR. A partir de ese punto de inflexión, la “política” se fue planteando una reconstrucción económica, pero sin cambiar la esencia de la vieja política. Los actores políticos menemistas se convirtieron en duhaldistas y luego en kirchneristas; siempre con las excepciones que confirman la regla. Los radicales aceptaron, luego de su catástrofe gubernamental, en ser los socios minoritarios, del nuevo régimen. Los frentegrandistas se insertaron masivamente en el kirchnerismo.

En el plano económico, los sectores financieros recompusieron su antiguo poder de la mano de Kirchner. Los sectores minero y petrolero negociaron con Kirchner y han logrado realizar pingües negocios. El sector mediático apoyó abiertamente a Kirchner hasta su ruptura, años atrás. El rebote económico post debacle 2001/2002 arrancó con Duhalde/Lavagna/Kirchner y cumplió su ciclo positivo, favorecido por las condiciones externas (alto crecimiento económico de China, aumento de precios de las commodities agrícolas). El sector fabril recuperó protagonismo y logró reestablecer fuentes de trabajo genuinas, período que se agotó hace 2 años atrás. El agro, impulsado por las condiciones externas, fue el soporte económico del régimen, y sigue siéndolo pese a las erráticas políticas sectoriales, alguna de ellas, casi suicidas. Con sus más y sus menos, los grupos de poder económico apoyaron un largo período de afianzamiento del “Poder Estructural Kirchnerista” (PEK), sostenido en las urnas por amplios sectores de la clase media. Pero desde hace un par de años atrás comenzaron a exteriorizarse choques de intereses con crecientes sectores sociales y económicos. El sector externo también comenzó a manifestar incomodidades y a plantear modificaciones al rumbo impuesto por el PEK. El camino socio-económico comenzó a mostrar las enormes limitaciones del “software” kirchnerista y eso fue incidiendo sobre los acuerdos políticos. La alta inflación es el síntoma claro de una grave enfermedad terminal.

Kirchner, después de algunas dudas iniciales, sostuvo su aparato político sobre la base de los dirigentes supérstites del PJ (hoy en estado de agonía activa) y de algunos radicales, a los que los logra integrar abiertamente en un “Gran Acuerdo Kirchnerista” (GAK), con Cobos como VP. Hasta el Partido Comunista, hoy llamado Nuevo Encuentro, se vuelve parte del establishment kirchnerista, junto con los restos del frentegrandismo. Pero llega Cristina a la Presidencia de la Nación y con su carácter tan personal, impone una impronta menos peronista que la de Néstor, recostándose en estos últimos sectores de izquierda, pero sin por ello romper abiertamente con el PJ y las “corpos” partidocráticas. Esa tendencia se visualiza más claramente a partir de la muerte de NK, potenciando a varias agrupaciones juveniles camporistas y a los dirigentes de Nuevo Encuentro hacia posiciones estatales destacadas.

Todos estos esfuerzos de orden político, casi laterales a la maniobra principal, van teniendo su efecto práctico y visible, en el “vamos por todo”; “Cristina eterna” y otros. Sin embargo la acumulación de problemas socio-económicos irresueltos, o muy mal resueltos, producen una serie de conflictos políticos y económicos, que se van agravando, tanto por impericia política como por mala praxis económica. Los sectores medios comienzan a movilizarse por planteos de la agenda popular: inseguridad, inflación, institucionalidad. Comienza la etapa de las “dificultades estructurales”. En este punto es donde el “poder estructural kirchnerista” (PEK) comienza a hacer agua y debido a su carácter excesivamente personalista, se le hace muy difícil organizar modificaciones lógicas o al menos el cambio de cara de sus actores principales. Los socios del poder económico, mediático, sindical y político, se van alejando, lentamente. La sinergia negativa se extiende en el espacio y el tiempo. El poder político queda más expuesto y aislado; encerrado en su núcleo duro, donde ni se permiten algunas deserciones solicitadas . La movilización en las calles ya no es patrimonio exclusivo de la “caja” estatal. Hay movilizaciones sindicales importantes y de la clase media, aunque, por ahora, sin rumbo político claro.

El poder político va retrocediendo desde entonces hacia el “poder relacional”, entendido por la vieja escuela realista, como la capacidad de imponer a sus opositores (y a toda la sociedad), sin sutilezas y apelando a todas las triquiñuelas, los objetivos que el poder desea. No importan costos, incoherencias, principios o valores. Los problemas del “PEK” se resuelven por la relación de fuerzas presentes en cada escenario. Como se pierde lozanía y mengua el entusiasmo de parte de sus adherentes, se debe apelar con más intensidad al garrote, a la prebenda, a la compra de voluntades, a las teorías conspirativas. Estas prácticas, escasamente utilizadas inicialmente, se vuelven una necesidad imprescindible para mantener un mínimo de cohesión, a los efectos de mantener una gobernabilidad básica. Esta etapa de gobierno anticipa el clásico principio de un final de ciclo. Otros ciclos memorables también fueron preanunciados: el hiper-liberalismo financiero que terminó con el estallido de la burbuja de bonos y derivados en el 2009; el régimen soviético que terminó luego de la caída del Muro de Berlín en 1989; la convertibilidad, que terminó con el corralito bancario y la enorme crisis del 2001/2002. Todos fueron finales anunciados, aunque en nuestro caso, no se sepa aún el guion detallado que cada uno de los actores deberán protagonizar.

El problema a dilucidar, de cara al futuro, es la creación de un nuevo “Poder estructural”, más cercano a los intereses del pueblo. Pareciera que será difícil crearlo solo desde los viejos actores reconvertidos. Tampoco es posible, ni realista, cambiar absolutamente todo en muy poco tiempo. El peligro potencial, y real, es caer, una vez más, en el dicho gatopardista que “algo debe cambiar para que nada cambie”. Por eso, si bien lo esperable es una evolución de la situación actual (y no una revolución), lo que debe ponerse en foco es la dirección y la conducción del proceso de cambio. Hay que prestarle mucha atención a los factores y a los actores portadores de cambio. Mucho influirá la capacidad de acción del pueblo y de entender que sin participación política continuada y permanente no es posible crear las condiciones de un nueva situación más favorable. Siempre cabe la esperanza de reestructurar el sistema de partidos políticos, saturándolo de valores, inteligencia, capacidad, racionalidad y buena FE.

La lucecita al final del túnel está en comprometerse en lograr más y mejor “participación política”, junto con aquellos actores políticos que tempranamente han entendido que el “PEK” no puede ser más el “software” que sostenga el funcionamiento del estado y la sociedad. Algunas reglas prácticas pueden orientarnos hacia la mejor solución. • No es época de atrincherarse en las doctrinas, sino de alentar la unidad nacional, en función de un cambio de rumbo.

• Lo mejor es enemigo de lo bueno: buscar un compromiso práctico entre los valores (la ética es parte indisoluble de una nueva política) y el cambio necesario. • Rescatar la credibilidad perdida de la política: más participación significa mejor democracia.

• Alentar la FE en una Argentina republicana y con justicia para todos: más reconciliación y diálogo significa soluciones más rápidas.

• Apartarse de los “diestros especuladores políticos”: son egoístas que juegan sólo para ellos y que se creen más de lo que realmente son.

• La política no se mide por encuestas, sino por las soluciones reales para los problemas del pueblo; se arreglan entre todos y no existen “salvadores” circunstanciales. • La etapa política 2013 se caracteriza por ser local (provincial), táctica, y con una alta concentración del impacto político.

• La etapa política 2015 deberá ser nacional, y con amplio debate de propuestas estratégicas y programáticas.

No hay comentarios: