Otra vez, esos incorregibles



Por Mariano Rovatti

Este artículo fue inspirado en el debate amable y apasionado con queridos amigos con los que difiero en la mirada del pasado, pero –curiosamente- coincido sustancialmente en el proyecto de Nación al que aspiramos.

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Esta vez, sí: cambio de época



La irrupción de Sergio Massa en el firmamento político nacional, y su holgado liderazgo en las encuestas, a menos de un mes de las elecciones primarias, son un nuevo signo del cambio de época que acaece sobre la Argentina, el que –ahora sí- parece inevitable.


Un triunfo de Massa en el principal distrito del país, unido a las derrotas que sufrirá el Frente para la Victoria en la Ciudad de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba terminarán con el proyecto de perpetuidad en el poder que anima el kirchnerismo.

Más aún, en la provincia de Buenos Aires, tras las primarias, el voto opositor se concentrará más en las elecciones de octubre, haciendo más contundente el triunfo del intendente tigrense.

Más allá del cálculo de cuántas bancas quedarán para el FPV tras la elección, cualquier intento de reforma constitucional será políticamente inviable. Además, se producirá una borocotización al revés: muchos legisladores actuales y electos del FPV cambiarán de camiseta una vez que el rumbo de los acontecimientos sea inequívoco.

Todo ello, a pesar de que los actuales números en el Congreso son nítidamente favorables al oficialismo. Si tenemos en cuenta las últimas votaciones cruciales en ambas cámaras (confiscación de YPF, pliego de Reposo, reforma judicial, etc. ) el FPV está aproximadamente a cuarenta votos en Diputados y a ocho en el Senado de obtener los dos tercios necesarios para la declaración de necesidad de la reforma constitucional.

Además, la elección del 2009, que es la que hay que tener en cuenta para comparar la renovación de bancas en Diputados, fue pobre para el kirchnerismo (30% aproximadamente) lo que en teoría sería fácil de -al menos- igualar.

Pero el candidato oficial Martín Insaurralde aún no llega al 24% de intención de voto. Será la primera vez que la elección consistirá en un choque de aparatos: el nacional y provincial con el FPV y 21 intendentes (hasta ahora) con Massa. ¿De quién son los votos?

Siendo el kirchner-cristinismo un movimiento excesivamente personalista y vertical, y al no tener sucesores naturales con capacidad de liderazgo, la imposibilidad de la reelección equivale al fin de su ciclo, y el nacimiento de algo nuevo, aún por determinar.

Nuevamente, el peronismo es sujeto activo y pasivo a la vez de un cambio de época, fenómeno difícil de entender para el hombre común de cualquier parte del mundo.

Neoperonchismo y neogorilismo siglo XXI

El kirchnerismo, a través de su consabido relato, se apropió primero del Partido Justicialista para vaciarlo y convertirlo en una cáscara vacía. Siguió con gobernadores e intendentes, a quienes sojuzgó con el manejo arbitrario de los recursos financieros. Lo mismo hizo con sindicalistas y referentes sociales. Luego hizo lo propio con los símbolos, la historia, los personajes y los mitos del peronismo, haciéndose pasar por una versión presuntamente superadora del movimiento creado por el Gral. Juan Domingo Perón.

En ese relato, más que rescatar los verdaderos logros justicialistas (los que con los hechos negó, como la justicia social, la independencia económica, la política exterior, etc.) el kirchnerismo se encargó de hacer apología de los rasgos, episodios y acciones más condenables del peronismo: sus actitudes autoritarias, su excesivo personalismo, su agobiante propaganda, su intolerancia o sus desaciertos económicos, entre otros. Estos rasgos fueron comunes en el ocaso de la primera época peronista, entre 1953 y 1955.

En su relato histórico, el kirchnerismo omite los hechos que no le convienen: la integración de los militares, empresarios y religiosos al proyecto nacional, la sádica violencia de los grupos armados, el abrazo Perón-Balbín, la expulsión de los montoneros de Plaza de Mayo, la degradación de Cámpora, la política frentista de Perón, el carácter nacional, humanista y cristiano de la doctrina justicialista, y muchos más.

A esa versión malversada del justicialismo la llamo neoperonchismo.

Frente a esa acción promovida por los intelectuales asalariados del gobierno, surgió una reacción lógica de la vereda no peronista: el neogorilismo.

¿Quiénes eran los gorilas allá por los años cincuenta? Quienes detestaban al peronismo, pero no por sus falencias –algunas indefendibles- sino por sus evidentes logros políticos, económicos y sociales, razones que justifican su vigencia a setenta años de su nacimiento y a cuarenta de la muerte de su líder y fundador.

Entendido así, el gorila era un ser verdaderamente despreciable.

Uno de los capítulos del catecismo kirchnerista es tildar de gorila a todo aquél que se oponga a su larga lista de desatinos: la guerra contra el campo, contra el grupo Clarín, contra la Justicia y la pretendida reforma constitucional, entre tantos otros.

El kirchnerismo sigue la tesis de Ernesto Laclau, quien sostiene que para la construcción de poder es necesario generar un conflicto tras otro permanentemente, aunque sea de manera artificial y aparentemente innecesaria. Así, siempre es indispensable la existencia de un enemigo: en este caso, el gorila, personaje resucitado y reformulado por el relato.

Mamá, mamá, los peronistas son malos

El neogorilismo se mezcla –como un componente claramente minoritario- dentro de la ola de rechazo a la actual gestión que creció a partir de las movilizaciones populares del último año. Pero tiene amplia cabida en los medios de comunicación, dándoles pasto a las fieras del kirchnerismo.

En los medios y las redes sociales se empieza a expresar un desencanto ante la posibilidad de que nuevamente, sea una fracción del peronismo la que desaloje a la otra del poder.

“Son todos iguales”, “vas a ver que Massa es K, ya arregló todo con Cristina”, “¡no! otra década peronista, no tenemos arreglo” y cosas semejantes es común leer o escuchar en estos días, identificando al PJ con el movimiento peronista, e integrando al Gral. Perón, Isabel Martínez, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández –es decir todos los presidentes peronistas- dentro de una misma bolsa.

Desde un lugar muy patético, en el que suelen caer muchos no peronistas (por no decir antiperonistas), se llora y se mariconea contra la ambición de poder del peronismo, viajando en vuelo directo al desencanto y al nihilismo político. Una posición que implica comodidad, pereza, y a veces, cobardía.

El poder se conquista. Con lucha, con inteligencia, con agallas, con política.

Por su concepción brutal y descarnada del poder, el límite al kirchnerismo se lo iba a poner el peronismo, nadie más.

En política, la lucha por el poder no es lo único que importa, pero es un elemento indispensable. Muchos radicales, socialistas, liberales e independientes no lo asumen y se lamentan cuando un peronista les gana de mano, por más vivo, más fuerte, más valiente o más capaz.

La lógica amo-esclavo no alcanza para entender cualquier proceso (político, económico, social, personal, etc.). Lo que sí lo explica es la capacidad de construcción de poder que cada uno puede hacer desde su lugar y con lo que tiene.

En la cultura actual, los números gozan –sin razón- de una fama de dadores de certezas. Las ideas y los conceptos en cambio son sospechados de ambigüedad y falta de precisión. Lo cierto es que ambos son manipulables.

Los números dicen que en la Argentina de los últimos 66 años, desde su nacimiento, el peronismo gobernó 33 años. Y en los últimos 25 años, ya en plena democracia, gobernó 23 años.

Se cuestiona al peronismo acusándolo que -cuanto más tiempo y en peor forma gobiernan- más se consolidan en el poder, ya que al pauperizar a la clase media e incrementar el número de pobres, el peronismo aumenta su "clientela".

En verdad, la pauperización constante de la sociedad viene desde 1955. Hasta entonces, el 50,8% del PBI era de los trabajadores, y hoy es menos de la mitad. Responsables de ellos fueron gobiernos peronistas, radicales y militares. Obviamente que antes de 1943, la situación social era incomparablemente más injusta que en los años siguientes.

Además, la clase más empobrecida suele apoyar al oficialismo de turno, sea del signo que fuese, por ser dependiente de la ayuda estatal. El ejemplo es la ciudad de Buenos Aires, cuyas franjas más humildes votan al PRO o al FPV, según la elección sea local o nacional.

Nuestra sociedad -y en especial la clase media- "cree", idealiza y se decepciona luego de los políticos como muchas personas con sus parejas. Se enamoran, idealizan, chocan con la realidad, se decepcionan y tras una acumulación de fracasos concluyen en que "son todos/as iguales" y terminan recluyéndose con largas temporadas sin sexo ni amor. Con la política pasa lo mismo, en nuestra sociedad, que en sus tres estratos sociales conserva rasgos típicamente adolescentes.

Hay que creer, pero en ideas y valores, eligiendo la opción más cercana a ellos, sabiendo que nunca existirá el político ideal, así como tampoco existe el hombre o la mujer ideales.

Una Argentina sin peronismo

Hay muchas cosas que hoy tenemos naturalizadas, y que fueron logros de los distintos gobiernos peronistas, sobre todo, los del mismo General hasta 1955. Estas cosas que a veces se relativizan, son algunas de las que explican por qué el 70% del país sigue eligiendo u optando entre las versiones llamadas peronistas. Imaginemos por un momento cómo sería la Argentina sin haberse llevado a cabo esas realizaciones.

Algunos ejemplos (la mayoría corresponde al período 1943-55):

Políticos e institucionales: participación masiva del pueblo como sujeto activo de la política; el voto de la mujer; creación de la Policía Federal Argentina, la instrumentación del amparo, el habeas corpus, los derechos del consumidor, el voto directo, la autonomía de la ciudad de Buenos Aires, política internacional independiente; incorporación a las Naciones Unidas y la OEA, reconocimiento del Estado de Israel.

Económicos y estratégicos: surgimiento del Estado como planificador; creación de Aerolíneas Argentinas, la Marina Mercante, la Fuerza Aérea Argentina, Gas del Estado, Yacimientos Carboníferos Fiscales; la Comisión Nacional de Energía Atómica, red de autopistas, nacionalización de los transportes automotor y ferroviario; construcción de gasoductos, aeropuertos y diques; nacionalización del Banco Central y del seguro (creación del INDER); construcción de automóviles, tractores, barcos y aviones; desarrollo de la industria liviana (145.000 fábricas) y de la siderurgia; desarrollo de la red de telecomunicaciones.

Sociales: más de cuatro mil escuelas, fortalecimiento del movimiento obrero, condiciones dignas de trabajo para todos las ramas de la producción; salarios actualizados por convenios colectivos y pagados en moneda nacional; impulso al deporte en todos sus niveles; ayuda social expeditiva y efectiva a millones de personas; consagración legal y material de los derechos de la niñez, la ancianidad, el trabajador y la familia; construcción de viviendas; jubilaciones y pensiones; creación del fuero laboral en la Justicia; vacaciones pagas; indemnización por despido; obras sociales; turismo social; erradicación del paludismo y la plaga de langostas; creación de la Universidad Tecnológica Nacional.

Culturales: nacimiento de la televisión argentina, desarrollo del cine nacional; auge del teatro, el tango y la literatura; Congreso Mundial de Filosofía.

Cómo nos cuesta la síntesis

Aquella Argentina de 1943/55, aquél pueblo, aquél mundo y aquél Perón ya no existen más. Discutirlos con paradigmas del presente es un error, como con cualquier etapa de la historia que ha sido superada.

El kirchnerismo reactualizó ese debate de manera mal intencionada, ubicándose en el rol de presuntos herederos de Perón, frente a la pasividad del peronismo no kirchnerista que se lo permitió. Esa falsa herencia es parte del "relato", una de sus tantas mentiras que han germinado entre los peronistas y los no peronistas. Muchos de los unos y de los otros están convencidos que NK y CFK son los genuinos sucesores del peronismo.

¿Tiene sentido hoy seguir identificándose políticamente como peronista? Quizás, cada vez menos, ya que el 70 % del espectro político se define así, sin precisar mucho de qué se trata ni que proyecto de país es el buscado. Este problema comenzó en los años 70 y cada vez está más lejos de resolverse.

¿Pero por qué la mayoría de los políticos se sigue referenciando en el peronismo? Probablemente, por oportunismo de la dirigencia que percibe que la sociedad lo sigue haciendo, por transmisión de generación en generación. Hay una conciencia social, de que nunca la riqueza se distribuyó tan equitativamente como en el período de Perón, sensación que es avalada por los datos estadísticos: aquél 50,8% del PBI para los trabajadores no volvió nunca más.

El Partido Justicialista, la herramienta electoral del peronismo, resulta un estandarte seguro en el que se escudan muchos dirigentes para controlar una base sustancial de votos, que sin él, no llegarían jamás a obtener.

Este año, todos hablan del Papa Francisco. De su impronta, de su sencillez, de su simpatía por San Lorenzo, de su gusto tanguero… pero nadie dice que es peronista. Sin embargo, Jorge Bergoglio es un justicialista doctrinario de purísima cepa. En su concepción ideológica, y en su concepción del poder. Lo demuestra con su cercanía y predilección por los más pobres, los ancianos, los niños, los presos… Días atrás tomó una de las medidas fundamentales, hasta ahora quizás, la más trascendente: voló a los responsables del Banco Vaticano. Manejar la caja, el ABC del poder, y la preferencia por los más humildes, peronismo puro.

Al discutir cegados sobre el peronismo, caemos en la trampa tendida por el kirchnerismo, que se ha sostenido en medio de conflictos, ciertos o inventados. En la lucha de posiciones –que no es lo mismo que un debate- repetimos argumentos de nuestros padres y abuelos, llevando adelante una discusión que fue de ellos, y que cada vez menos es nuestra. Definitivamente, no lo será de nuestros hijos.

Gran parte de la discusión política en la Argentina está cargada de emotividad e intolerancia, exagerando posiciones y desenfocándonos de los objetivos reales que deberíamos tener como Nación.

Creo que el aquél peronismo -pese a no existir más- sigue siendo una referencia fantasmal porque no surgió otro movimiento superador, y por ser el ADN argentino como es, probablemente sea necesario otro movimiento para dejarlo atrás definitivamente. Es fue el sueño de cada nuevo líder que llegó a la Presidencia (Galtieri, Alfonsín, Menem, Kirchner, Cristina....)

Lo que sí hay hoy es un sistema perverso de concentración de poder con eje en el PJ, del que son cómplices la UCR, partidos provinciales e independientes y los grupos económicos, entre otras facciones.

En la historia argentina, el poder se ejerció hegemónicamente casi siempre, porque así es la Argentina "genéticamente". Unitarios, federales, la generación del 80, Yrigoyen, Perón, los gobiernos militares, Menem y Kirchner ejercieron el poder hegemónicamente. Los que no lo hicieron así quedaron al costado del camino.

Quizás ese movimiento con el que me permito fantasear, no sea necesariamente contenido por un solo partido, sino por uno o más, y que revitalicen principios que sí están vigentes y que fueron puestos en práctica por el peronismo y las demás corrientes populares: la democracia, la república, la justicia social, el desarrollo, la cultura, la educación, la salud, la soberanía…

Para ello, todos los sectores de la sociedad deberán asumir un mayor compromiso: con el país, con el pueblo y sobre todo, con la realidad, en especial la realidad del poder, asumiéndola tal cual es.

Ojalá que algún día maduremos y podamos crear un sistema, que simplemente, funcione. Y que el único poder absoluto sea el de la ley. Como en los países normales.

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