Ruptura o continuidad



Por Mariano Rovatti

Cada vez que finaliza un ciclo político, el gran desafío para los líderes que pretenden conducir el período siguiente, es determinar el grado de ruptura o continuidad que le van a ofrecer a la sociedad. En los países estables, con sistemas institucionales y económicos consolidados, generalmente las propuestas tienen más de continuidad que de ruptura. Esta se da sólo en ocasionales circunstancias. En la Argentina –donde todo es distinto al resto del mundo- el planteo ha sido muy variado desde la restauración democrática.

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En 1983, con la salida de la dictadura militar, Raúl Alfonsín interpretó mejor que nadie la necesidad y el deseo de ruptura con el régimen, la que abarcó el terreno político, económico y social. Denunció un presunto pacto sindical-militar que fue clave para la construcción de su imagen de ruptura con el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Logró colocar al peronismo como un factor de continuidad del régimen, a pesar de haber sido ese movimiento el que más persecuciones y desapariciones padeció. Pero la presencia de dirigentes de la ortodoxia gremial y la derecha peronista en el primer plano, favoreció el planteo alfonsinista. Si hubo un pacto, éste fue implícito, y si no lo hubo, Alfonsín logró hacérselo creer a la sociedad.

En 1989, Carlos Menem ofreció al país la continuidad del sistema democrático y la ruptura con el modelo económico-social del alfonsinismo, que terminó su gestión en medio del caos hiperinflacionario y con un estallido social. Su oponente Eduardo Angeloz aparecía como una continuidad con matices de lo ofrecido por Alfonsín, lo que fue desestimado por las mayorías.

En 1995, Carlos Menem ofrecía la continuidad total de su modelo, con posibilidades de profundizarlo, lo que fue bienvenido por una mayoría aún más holgada que la registrada seis años antes. José Octavio Bordón y Chacho Alvarez ofrecían la ruptura integral con el modelo menemista.

En 1999, con el fin del menemismo, ninguna de las fuerzas políticas ofrecía algún grado de continuidad. El candidato peronista Eduardo Duhalde garantizaba continuidad política y ruptura económica, mientras que la Alianza, con Fernando de la Rúa y Chacho Alvarez, proponían continuidad económica y ruptura política. La sociedad prefirió esta última alternativa: valorizaba la estabilidad y el aumento de la producción del menemismo, pero rechazaba sus altos grados de corrupción, y la concentración del poder.

Apenas dos años después, la caída de De la Rúa generó un deseo de ruptura total, ya que el modelo económico se agotó, y la Alianza no garantizó cambio alguno en cuanto a la corrupción. Peor aún, el escándalo de las coimas en el Senado significó una profundización de la matriz corrupta del menemismo.

De esa crisis surgió Eduardo Duhalde, quien materializó la ruptura propuesta dos años antes, decretando el fin de la convertibilidad, y la pesificación asimétrica. En 2003, con un proceso de reconversión de la economía conducida por Roberto Lavagna, y la restauración de la autoridad presidencial, la sociedad demandó continuidad en todos los ámbitos: Néstor Kirchner y Daniel Scioli encarnaron esa posibilidad con la bendición de Duhalde.

En 2007 y 2011, con diferentes matices, la sociedad insistió en su deseo de continuidad. La bonanza económica estimulada por los precios internacionales de los commodities, la abundante ayuda social de tipo clientelar, y la inconsistencia de las propuestas opositoras conformaron el marco para ello.

La gran pregunta es ¿qué demandará la sociedad ahora, con el fin del kirchnerismo a la vuelta de la esquina?

En las últimas elecciones de medio término, pareciera que la comunidad exigió a sus dirigentes una ruptura en la forma de hacer política, poniendo fin a las discordias y a las confrontaciones permanentes, pero manteniendo el modelo económico-social, a grandes trazos. Sergio Massa fue el dirigente que mejor captó ese sentimiento.

Pero los hechos nunca se quedan quietos, y la película viaja aceleradamente hacia otro escenario: un proceso inflacionario que se acelera y descontrola, signos cada vez más frecuentes de descomposición del poder presidencial, conflictividad social en aumento, y evidencias crecientes de corrupción de los funcionarios, que se traducen en servicios públicos colapsados (energía eléctrica, combustibles, rutas, ferrocarriles, etc.). Este panorama invita a pensar que el posicionamiento de 2013 no será el mismo que el del 2015, si es que se cumplen los tiempos electorales previstos legalmente.

Frente a este panorama, respecto a las continuidades y rupturas respecto del actual modelo, ¿qué oferta son hoy para la sociedad cada uno de los referentes políticos? 

Daniel Scioli ofrece el mayor grado de continuidad. Su esquema de poder sugerido es casi el mismo que el actual, variando sólo la cabeza. Scioli se ofrece como un heredero manso del kirchnerismo, modificando sólo el estilo de comunicación, dejando atrás la confrontación permanente. También ofrece restaurar relaciones con el poder económico, cuyo trato con el oficialismo ha sido pendular. El sistema de apoyos que lo respalda se compone de exponentes probados en la política, con un mínimo grado de renovación.

Por su parte, Elisa Carrió ofrece una brutal ruptura no sólo contra el gobierno sino contra todo lo que huela a peronismo. Plantea un presunto pacto de impunidad del PJ, metiendo en la misma bolsa a Cristina Fernández, Daniel Scioli y Sergio Massa. No explica muy bien por qué a Scioli y Massa les convendría cubrir a Cristina: sólo sugiere que al ser parte del mismo gobierno, están todos implicados en los mismos chanchuyos. Lilita intenta lograr el mismo efecto que generó la denuncia de Alfonsín en 1983. Veremos si logra la misma credibilidad.

Con su resucitado antiperonismo, Carrió se convierte así –nuevamente- en una pieza funcional al kirchnerismo, ofreciendo un grado de continuidad: la del modelo de confrontación e intolerancia que caracteriza al gobierno desde el 2008, cuando estalló la crisis del campo. Carrió es la contracara de odio gorila que necesita el odio nacional y popular.

Hermes Binner, Julio Cobos y Ernesto Sanz ofrecen moderación o indefinición, según se lo mire. Claramente proponen ruptura del estilo confrontativo y del sistema de corrupción del kirchnerismo, pero es una incógnita cuál es el modelo económico social que proponen. Quizás lo sea para ellos mismos.

Mauricio Macri, desde su discurso, ofrece ruptura en todos los frentes: político, económico y social. Si la crisis entra en una espiral de agravamiento sin salida, será el candidato más favorecido. Al igual que Carrió, ofrece ruptura con el peronismo en su conjunto, pese a tener entre sus cuadros a numerosos dirigentes provenientes del PJ, que son además, sus operadores políticos más eficaces.

Pero ofrece una relativa continuidad desde el aspecto moral. Si bien aún no han estallado escándalos comparables con los que protagonizan funcionarios nacionales, ya han existido algunos hechos que merecen atención, como la exención de impuestos con la que se benefició al zar del juego Cristóbal López, empresario asociado al kirchnerismo. Macri debe corregir este tipo de situaciones si no quiere ofrecer flancos que afecten su credibilidad.

Por último, Sergio Massa ofrece ruptura con el estilo de confrontación, con el modelo económico –es el único postulante que enarboló el tema de la inflación como prioritario y que tiene ya un equipo trabajando en ello- con la inseguridad y el auge del narcotráfico. A través de los intendentes que lo apoyan, ofrece una camada de dirigentes sub 50, con aires de renovación, lo que marca un nivel de ruptura con la clase política en general. El posible punto débil de Massa es el grado de continuidad que pueda atribuírsele con la gestión kirchnerista, en especial a lo referido a los hechos de corrupción, tal como plantea Carrió. Si bien es cierto que la participación de Massa en el gobierno cesó en 2009, es cierto que fue candidato testimonial ese año con Néstor Kirchner y Daniel Scioli, y que en el 2011, fue reelecto intendente con la boleta del Frente para la Victoria. Massa deberá poner el acento en que tuvo que irse del PJ y fundar un nuevo partido y retomar uno de sus proyectos de campaña respecto de la corrupción. Había propuesto llevar adelante una operación similar a la conducida por el fiscal Antonio Di Pietro en Italia en 1992 (mani pulite) para lo que sugería contratar al mismo Di Pietro para que lo asesorara. Hasta ahora, fue la única idea concreta de algún postulante en la materia, pero no fue vuelta a impulsar por Massa.

La situación pone en el tapete cuál es el rol del líder: anticiparse a la realidad y hacer planteos que aún no son comprendidos por la sociedad, o simplemente captar los emergentes sociales y proponerle a la comunidad lo que ésta desea o cree necesitar.

Junto a ese dilema, también hay que tener en cuenta que anticiparse a la realidad sin hacerlo desde una posición de poder suele ser poco fecundo en cuanto a la transformación de la realidad. Por ello, el líder necesita acceder al poder sí o sí para trascender. Allí, el timing de cada líder indicará cuánto habrá de anticipación y cuánto de oportunismo. Cuánto de ruptura y cuánto de continuidad en su oferta.

Obviamente, que todo lo analizado en este artículo está constituido por opiniones. Sólo podemos constatar los hechos históricos, pero éstos los recortamos e interpretamos según nuestras ideologías, experiencias personales, intereses de clase, y pautas culturales. Cuando a las opiniones las tomamos como hechos irrefutables, caemos en la intolerancia y el fanatismo, y somos presa fácil de relatos armados para sostener intereses sectoriales muy concretos.

Nuestra historia está llena de estos ejemplos.

Buenos Aires, 10 de febrero de 2014.

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