Ideologías, programas y estrategias políticas: una democracia líquida

Por Mariano Rovatti



En este mundo contemporáneo, en el que se suceden constantes cambios de los que se desconoce su destino final, la política experimenta profundas transformaciones. Va delineándose un nuevo tipo de democracia más “líquida”, en  la que los valores que le dieron sentido se funden en nuevos paradigmas.


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Hacia los años noventa se hablaba del fin de la historia, y con ella del fin de las ideologías en el campo de la política. Un aluvión de pragmatismo inundó las páginas de los libros, los centímetros de los diarios, y los segundos de la radio y la televisión. El colapso neoliberal de 2008 fue tan estrepitoso como la caída del Muro de Berlín ocurrida dos décadas antes, y la idea del fin de la historia se escurrió por las alcantarillas de la filosofía.
En la Argentina todo pasa igual que en el mundo, pero mucho más dramáticamente, y a veces, con alguna anticipación.
En los años noventa, los dos movimientos populares, el peronismo y el radicalismo, decidieron vaciarse a sí mismos de contenidos ideológicos. Una reacción –quizás lógica- tras los febriles años  sesenta y setenta, en los que las utopías soñadas al calor de rebeldías juveniles se transformaron en sangre, y en los ochenta, cuando el retorno de la democracia formal sirvió para la necesaria recuperación institucional, pero no para la desarrollo económico ni para el progreso social.

El paradigma de la no ideología resolvió el problema endémico de la inflación, con una de las tasas de crecimiento económico más altas del mundo. Pero recreó la cuestión social, agrandando la lista de excluidos.
En diciembre de 2001 explotó el modelo neoliberal en Argentina, expresado primero por Carlos Menem y continuado  por Fernando de la Rua. Tras la transición de Eduardo Duhalde y los primeros dos años de Néstor Kirchner, sobrevino la restauración populista, con relato incluido. El mismo sacó del arcón premisas obsoletas, pero funcionales a los intereses gubernamentales.

No siempre ellas respondían al mismo cuño progresista; cuando era menester para sostener el poder, se echó mano a consignas de la vereda opuesta, sin mayores remordimientos.

 
El cristikirchnerismo se jacta de haber reinstalado la discusión política entre los argentinos. Supone que en los noventa, la sociedad fue adormecida por la clase dominante y ello permitió el accionar impune del neoliberalismo. Quizás, en parte sea así, pero también el kirchnerismo reinstaló el odio y la descalificación del otro, como sucedáneos de la discusión política. Más que un debate de ideas, lo que se generó fue un escrache cultural al oponente, al que se lo vinculó primero con la dictadura militar, luego con la Sociedad Rural, más tarde con el Grupo Clarín y actualmente con los Fondos Buitre.


Se recategorizó a la ideología, en retroceso en los noventa, desde un lugar superior en donde se consagró una ideología buena –la oficial- en contraposición a la mala, la de los partidos de la oposición, expresiones electorales de los grupos mencionados en el párrafo anterior.


Más allá del oportunismo de dicho proceso, es interesante entender qué es el la ideología. Podemos acordar en que es un conjunto de ideas o principios referidos a la organización política, económica y social de una nación y/o del mundo.


Ahora bien, la ideología parte siempre de una foto, que es la concepción del mundo tal como es percibida por quien profesa esa ideología. Y esa foto –necesariamente- es estática, y sólo se modifica con el paso del tiempo, para volverse más amarillenta.

La ideología además siempre es general, y sus postulados se usan para explicar hechos  que suceden luego de que aquélla fue formulada. La visión ideologizada tiende a acomodar los hechos a la ideología, nunca a revisar ésta frente a la dinámica de los hechos.
En un rango más elástico se halla el programa. Este es inspirado por la ideología, pero no tiene el carácter general y estático de aquélla. El programa es una sucesión de acciones que se prevé realizar en caso de acceder al poder para resolver una determinada cantidad de problemas. El programa es acotado en el tiempo, y va enfocado en una sola dirección, desde el gobierno hacia el resto de la sociedad.

El programa sólo prevé su aplicación y sus eventuales resultados, que obviamente, siempre se los imagina positivos. No hace hincapié en las fuerzas que se resistirán a su aplicación, ni en los efectos colaterales que pueden dispararse. Cuando se da a conocer un programa, la pregunta que surge es ¿y por qué diablos ésto no se hace ahora?

El programa responde a concepciones que imaginan que los problemas tienen una sola causa. Solucionada ésta, sólo queda disfrutar de un porvenir venturoso. La inflación, la inseguridad, el desempleo, y tantas otras calamidades son ejemplos reiterados de largos y sordos debates en donde las partes en pugna repiten de mil formas los mismos argumentos “programáticos”, lanzados de un bando hacia otro como misiles ideológicos.
Por encima de ideologías y programas, se hallan las estrategias. Ellas son inspiradas por ideologías, se formulan como una serie de acciones al igual que los programas, pero incluyen la dinámica de lo imprevisible. La estrategia supone –como en el ajedrez- que a una jugada de las piezas blancas, sigue otra de las negras, modificándose el panorama permanentemente, obligando a cada jugador a pensar una y otra vez cada movimiento.

La crisis actual desencadenada tras el fallo del Juez Thomas Griesa, muestra el peso de la ideología y la ausencia de estrategias en el campamento argentino. Lo mismo puede pensarse en otras cuestiones que hacen a la dinámica política, económica y social de nuestra nación.

 Del lado opositor, salvo raras excepciones, puede observarse el mismo paisaje. O peor. La ideología está reemplazada por la consigna marketinera, elaborada por consultores de imagen que detectan a través de técnicas de investigación de mercado, lo que “quiere la gente”.  Lo que a su vez está fuertemente condicionado por la influencia de los medios de comunicación, que son canal de expresión de los referentes políticos, que dicen lo que la población aparentemente quiere escuchar.
Claro que si no hay hechos de inseguridad reales, el tema de la inseguridad no prendería en la población, más allá de lo pertinaz que sea la difusión mediática al respecto. Lo mismo puede colegirse en todos los demás temas. Para que un mensaje sea creído, tiene que haber un terreno fértil. Los saqueos de 2001 fueron posibles porque había hambre de verdad, además de una logística eficaz.
Por ello, es que no sólo que no hay ideologías, sino que tampoco hay programas y menos estrategias. Repito, salvo algunas excepciones referidas a temas específicos. Tampoco la población se muestra muy receptiva a mensajes políticos que superen los ciento cuarenta caracteres del Twitter.
En ese contexto de ausencias, lo que prima –además de la consigna- es la táctica. Cualquier decisión se analiza en base al próximo evento electoral. Ello determina las alianzas y las rupturas que sobrevendrán. Así como hoy es difícil concebir una unión de dos personas en matrimonio para toda la vida, en política nada se hace para más allá de las próximas elecciones.

Como mostraba risueñamente una tira dentro de un programa de televisión, ayer Lilita Carrió estaba con Pino Solanas, pero hoy está con Mauricio Macri y Ernesto Sanz. ¿y mañana? Quién lo sabe. Lo mismo pasa con muchos kirchneristas arrepentidos que hoy hacen cola para entrar en el massismo, como el gobernador de Río Negro o Martín Insaurralde, y hasta quizás, el intendente PRO Jorge Macri. O los que sin dejar el cristinismo, se calzan la camiseta naranja del positivismo de Daniel Scioli. Todos los movimientos son tácticos. ¿y si ganan, qué van a hacer? ¿cómo van a convivir? ¿qué estrategias de gobierno pueden acordar entre sí? Ese es otro problema…
Como en el amor, en los negocios, en la amistad, en la familia, en las empresas…en la política va ganando importancia otro paradigma, el de una democracia “líquida”, de la que la explosión de los medios de comunicación en general e internet en particular, son a la vez causa y efecto.
No está bien ni mal, quizás sea simplemente, el mundo que nos toca vivir y aceptarlo será la mejor manera de disfrutarlo. 
Buenos Aires, 26 de septiembre de 2014





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