50.000 disuadieron a Macri de declinar su candidatura



por Jorge Raventos

“El ballotage se gana con un voto por encima del 50 por ciento”. Desde antes del domingo 18 de julio Horacio Rodríguez Larreta venía subrayando esa regla de juego de las segundas vueltas electorales. Aunque no imaginaba lo cerca que llegaría a estar de esa situación, el ahora flamante jefe de gobierno electo olfateaba ya que el triunfo “cantado” que le vaticinaban los encuestadores del Pro podía desafinar un poco. Efectivamente, la diferencia entre él y Martín Lousteau no fue la que anticipaban esos augures: fue un triunfo ajustado.

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“Pero triunfo al fin”, podría haber suspirado Rodríguez Larreta después de conocer las cifras. En rigor, la diferencia debía resultar irrelevante para quien de todos modos desde diciembre será el gobernador de la capital argentina. Ni siquiera le pareció interesante el hecho de que Lousteau lo hubiera vencido en nueve de las quince comunas en las que dos semanas antes el Pro había ganado casi unánimemente (“Las elecciones de comuneros ya ocurrieron”, argumentó). O que él sólo hubiera podido superar esa desventaja con el voto (“clasista” dijeron algunos) de los barrios más acomodados de la ciudad. Esos detalles no conseguirían sofocar la alegría del objetivo cumplido.

Si la ajustada victoria de Rodríguez Larreta sobre Lousteau pudo interpretarse como un revés para el Pro no se debió solamente a las desmedidas expectativas previas generadas desde el oficialismo porteño (la misma tarde de la votación Diego Santilli anunciaba 10 puntos de ventaja), sino al hecho de que el 51,6 por ciento que resultaba suficiente para el ganador era claramente deficitario para Mauricio Macri, que pensaba catapultar su campaña por la presidencia desde un resultado rotundo en el distrito que gobierna hasta diciembre, cuando su delfín arrasara al desafiante que en la primera vuelta había quedado más de veinte puntos atrás.

La decepción de Mauricio se notaba en sus ojos y en su sonrisa pensativa cuando las cámaras lo transmitían en primer plano con el fondo de un escenario imaginado exclusivamente para la hipótesis más favorable, que se volvía incómodo cuando (una vez más, como en Santa Fe, como en Córdoba) una elección positiva quedaba muy por debajo del final fantaseado.

Para medir el estado de ánimo de Macri en ese momento hay que tomar en serio su comentario posterior a Chiche Gelblung: "Si perdíamos en la Ciudad, me hubiera bajado de la candidatura a presidente". Para decirlo con números: por 50.000 votos (la diferencia entre Rodríguez Larreta y su challenger) el país no se vió privado de la participación de uno de los protagonistas del proceso electoral que desemboca en el fin del ciclo K.

En aquella pálida atmósfera de globos ociosos se inscribió el discurso que Macri ofreció como conclusión de la jornada: la letra y la música no coincidían. El final que quería evocar la oratoria del Alfonsín del 83 necesitaba una euforia que los votos de Lousteau habían humedecido; y los méritos atribuidos a un listado de decisiones del kirchnerismo, que quizás podrían haber sonado como un gesto caballeresco en boca de un triunfador inequívoco, en esas circunstancias parecieron pasos atrás de un boxeador sorprendido por la fuerte trompada de un adversario.

Eran un discurso y un recurso para pensarlos mejor y economizarlos esa noche, donde más bien se esperaba una reacción adecuada a lo que había ocurrido: el Pro había ratificado con esfuerzo su gestión en la Capital, sin duda una de las más progresistas desde la recuperación de la democracia. Lousteau había sido un digno, eficaz rival. Punto.

En ese contexto se rifaba la novedad: la intención de replantear la estrategia anterior. A principios de este mes, se escribía en este espacio: “Las estrategias electorales de las fuerzas principales se guían por versiones rústicas de la lógica polarizadora, según las cuales cada parcialidad tiene que fortalecerse en su propio rincón y hablar principalmente para su propio público. Variantes un poco más sutiles aconsejarían dar la batalla intentando ocupar el centro. Consigan o no Massa y De la Sota encarnar la opción que ellos proclaman –“la gran avenida del medio”- ese parece el camino que prefiere la mayoría de los argentinos y el que abre las puertas al triunfo y a la gobernabilidad”.

El domingo 18 Mauricio Macri empezó a buscar esa avenida. Seguramente la crítica y las chicanas que sufre por el cambio insinuado se amplifican por el momento que eligió para iniciarlo.

Más vale tarde que nunca. La suerte se juega en agosto y octubre.

Publicado en La Prensa


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