El capitán Schettino y el Costa Concordia, símbolos de una época

por Martín Lousteau

El Costa Concordia fue encargado al astillero italiano Fincatieri por la empresa italiana Costa Crociere y botado en 2005. Nació para ser el mayor crucero italiano. Tenía 290 metros de eslora y sus 114.500 toneladas estaban propulsadas por seis motores diesel de 76.000Kw. Llevaba a bordo a 4200 pasajeros y 136 tripulantes. Tenía 1500 camarotes, un centro fitness y spa de 6000m2, cuatro piscinas, cinco restaurantes y trece bares, un teatro de tres pisos, casino y discoteca.(para leer el artículo completo, cliquear en el título)

Eso es lo que encalló recientemente en Europa: el lujo innecesario, el exceso de consumo, la desesperación masiva por tener y pertenecer, aunque ello se obtenga de una manera incómoda e insostenible. Y ahí yace toda esa ilusión: escorada, semi hundida y con severas dificultades para ser rescatada.

El nombre del Concordia fue elegido como un deseo de armonía, unidad y paz entre las naciones europeas. Naufragó cuando el continente vive su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial.

Lo que encalló en Europa es el lujo innecesario, el exceso de consumo
El Monte Cervantes fue construido para Hamburg Sud por Blohm & Voss y entregado en 1927. Navegaba bajo bandera alemana. Originalmente pensado para el transporte de emigrantes y trabajadores desde la Europa hacia América del Sur, tenía 160 metros de eslora y desplazaba 20.000 toneladas merced a cuatro motores diesel que erogaban un total de 5.000kw.

En un principio cumplía un papel de integración de la mano de obra y la población del viejo continente con el nuevo mundo. Sin embargo, y aunque distara de ser lujoso, su amplia distribución interna, con salones con una capacidad para más de 400 personas, biblioteca, sala de lectura y una generosa cubierta con 200 sillas hizo que fuera también utilizado como crucero turístico. En esa calidad se encontraba realizando un itinerario que unía Buenos Aires, Puerto Madryn, Punta Arenas, Ushuaia y Yendegaia, para luego regresar cuando naufragó un 23 de enero de 1930, a nueve millas de la hoy capital fueguina.


En ambos casos fueron formaciones rocosas las responsables de abrir sendos cascos y ocasionar los hundimientos. El Costa Concordia se acercó peligrosamente a Giglio para una nimiedad: efectuar un saludo en medio de una cena y celebración. Genera incredulidad ver a ese monstruo sobre un lado, a medio sumergir, con la costa a escasos metros y tours de turistas corriendo a sacar sus fotos: la tragedia de lo banal y la banalidad de una tragedia. El accidente del Monte Cervantes también fue ocasionado por un cambio de curso decidido por su capitán. Sin embargo, se encontraba en las complejas aguas del Canal Beagle y el mar de la Zona Austral. Su colisión se dio con unas rocas cerca de uno de los islotes Les Eclaireurs y dio lugar a correcciones en las cartas marítimas argentinas.
Luego de golpear su casco, el Monte Cervantes varó contra unas rocas donde permaneció un tiempo con la proa hundida e inclinado a babor. Horas más tarde, la nave se volteó y hundió. Todos los pasajeros fueron rescatados y llevados primero a Ushuaia (donde excedían la población de aquel entonces que tuvo que acomodarlos) y cinco días más tarde resultaron evacuados rumbo a Buenos Aires. Su capitán, Teodoro Dreyer, permaneció en el puesto de mando hasta el final y se sumergió con su barco. Fue la única víctima. Qué lejanas en el tiempo parecen virtudes como la rigurosidad, la pasión por lo que se hace, la seriedad, el concepto de responsabilidad o la reacción solidaria y participativa más allá del rol de espectadores.

El nombre del Concordia fue elegido como un deseo de armonía. Naufragó cuando el continente vive su peor crisis
El Costa Concordia ya se cobró 16 muertos, y hay por lo menos 25 desaparecidos. Aún es imposible conocer la cifra total ya que viajaban pasajeros no registrados; y hasta parece que podría haber habido personal de limpieza asiático sin siquiera contrato legal. En ese panorama casi ni debería llamar la atención la actitud del capitán Francesco Schettino de abandonar la nave, buscar excusas para no retomar el mando y salvarse aún a costa de quienes debía proteger. Cuando las reglas se violan, cuando lo importante es el lucro, cuando una empresa encarga miles de vidas en una embarcación de 30 millones de euros a un irresponsable, cuando éste se halla de fiesta en medio de su trabajo, apenas puede sorprender la surrealista conversación grabada entre Schettino y la capitanía del puerto.

Así son nuestros tiempos. Por momentos el mundo parece tan fuera de foco, tan alejado de la normalidad, que hasta lo que hacemos los argentinos no suena tan extraño. Los países desarrollados son apenas un espejismo de lo que fueron. Y nosotros, a pesar de ser una versión caricaturesca de esa parodia, nos las arreglamos para creer que somos mejores o para reírnos de los demás. Como si Gino Renni interpretara a Schettino en Villa Carlos Paz en una obra titulada "A bordo del cazzo" y encima arrasara en la entrega de los Premios Ace..

Publicado en La Nación

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