El futuro de Nunca Jamás



Por Oscar Muiño

“¡De ninguna manera vamos a hacer campaña contra la gobernadora y el presidente! ¡Si en un mes les vamos a tener que pedir la plata para los aguinaldos!”. Los jefes peronistas del conurbano bonaerense no se hacen ilusiones ni dibujan fantasías. Con implacable lógica, saben que han perdido.

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En otros partidos y coaliciones habría conciábulos, cónclaves, convenciones. Hurgarían por dónde avanzar, qué campaña inventar, cómo reconvertir. Pero el Partido Justicialista es el Wall Street de la política. Expertos que detectan, como todo jugador que se precie, cuándo doblar la apuesta y cuando ha llegado la hora de retirarse y salvar lo que se pueda. No sólo los líderes. También los cuadros intermedios y los movimientos sociales reconocen que no están en condiciones políticas, discursivas ni materiales de movilizar para la doble vuelta.

Saben que llega Ayohuma, la última gran derrota del Ejército del norte. Cuando las tropas patriotas advirtieron que el altiplano era una aventura clausurada. Al Perú había que llegar por mar. Por tierra, sólo aguardaba el desangre inútil de una lucha sin perspectivas.

Los derrotados llaman a los contactos de Cambiemos. Cuando más cercanas a Macri, más se cotizan las agendas. Piden salvoconductos para sus files, sus hijas, sus parientes que están a punto de perder el empleo. A cambio ofrecen información, las estructuras vigentes, la data sobre las principales cajas de sus organismos.

¿Cómo? ¿No se repuso acaso el kirchnerismo de la derrota frente al campo? El fuerte retroceso electoral de 2009, ¿no fue seguido del apabullante 54% de CFK hace cuatro años? El problema no es aritmético, sino político. Por eso viven la primera vuelta como una derrota definitiva.

Lo que pasó, antes había pasado

Una década después de llegar al poder, el candidato gana la primera vuelta por dos puntos. Victoria pírrica antes de un ballottage imposible. En 2003 ese candidato era Carlos Menem; en 2015 Daniel Scioli. Los dos se jactaban de un modelo al que llamaban exitoso, porque habían salvado –decían- a la Argentina de las llamas.

Al radicalismo le pasó algo parecido en 1993. Había logrado una buena elección de treinta por ciento de los votos, la última gran producción de la UCR en solitario. Pero había sido derrotado en su distrito clave, que no era la provincia sino la Capital. Esa misma noche Menem lanzó su campaña por la reforma de la Constitución. Alfonsín preparaba la campaña por el No. Uno tras otro, los líderes radicales exhibían la profundidad de la derrota. No había condiciones para fiscalizar. Y muchos gobernadores anticipaban la libertad de acción, el voto en blanco, aún el acompañamiento a Menem. Sin masa crítica, con un ejército desbandado, Alfonsín no tuvo más remedio que firmar el Pacto de Olivos.

Un futuro sin plata

La estatalización de la actividad política llevó al PJ a trabajar desde el Estado. Gobernaciones y municipios sustituyeron a las unidades básicas. Los recursos aplicados a la militancia la desnaturalizaron y cambiaron su esencia.

No parecía un problema. Pero ahora aparece, tremendo.

Decenas de miles de militantes con empleos políticos o sin planta permanente perderán sus conchabos en pocas semanas. Unos pocos pueden sostenerse igual. La abrumadora mayoría de la militancia vive el día a día –con mayor holgura o con penurias- de modo no muy distinto al de otros argentinos.

Quedarse sin ingresos amenaza convertirse en algo abrumador.

Por primera vez desde 1983 el justicialismo no tendrá bases estatales de financiamiento. No gobierna Buenos Aires ni la Capital, tampoco Santa Fe ni Mendoza. Y Córdoba orbita por ahora fuera de la corriente mayoritaria. El resto, provincias y municipios con más necesidades que recursos.

La chequera de casa de gobierno no era tan necesaria en 1983-89, porque Alfonsín intentaba montar un Estado normal, sin los premios ni castigos de la brutal arbitrariedad del kirchnerismo. El propio Menem conseguía transferencias para La Rioja que le permitieron consolidar su poder. La caja del Estado no sancionaba la disidencia.

Y la rica provincia de Santa Fe manejada por el PJ aportaba cuando las necesidades de la política lo exigían. Además, en aquellos lejanos ochenta todavía los sindicatos consideraban parte de su deber –y de su capacidad de influencia- financiar la militancia política peronista.

En 2015 los sindicatos han perdido la costumbre de financiar, salvo cuando los propios gremialistas o sus hombres son candidatos.

Sólo Cristina mantendrá su corte en el exilio, financiada seguramente por la cuñada Alicia gracias a los impuestos de los santacruceños. Podrá viajar en el avión de la provincia y conservar secretarias, asesores y el boato que considera indispensable. ¿Fluirán los inagotables recursos acumulados por sus amigos en la larga década? No hay antecedentes de tamaña generosidad en la historia política criolla. Cuando la fuente se seca, las cisternas se retiran.

La historia se repite

La disciplina peronista es imperturbable, magnífica. Un ejército que sigue masivamente al jefe. El líder elije el camino, los generales y la tropa acompañan, con baja disidencia y casi nula deserción.La única condición es la del liderazgo reconocido. Cuando éste se esfuma, comienza la guerra civil. Como en la República Romana tardía, el liderazgo no se comparte. Aquel triunvirato de Julio César, Cneo Pompeyo y Marco Licino Craso voló por los aires y comenzó una guerra civil que no terminó hasta la muerte de Pompeyo y la consolidación de César.

La historia peronista evoca aquellos días romanos.

Muerto Perón, el peronismo vivió su guerra civil abierta en 1974-76 entre las juventudes izquierdizadas y el aparato sindical más la represión paraestatal de la Triple A. Vuelta la democracia, las conducciones derrotadas de 1983 y 1985 volaron por los aires. La conducción bicéfala de Cafiero-Menem duró un año, hasta que Menem derrotó a Cafiero y la estructura cafierista íntegra mudó de bando en horas, reconociendo al nuevo mandamás. El largo liderazgo menemista recién culminó con la candidatura Duhalde. El peronismo bicéfalo fue derrotado por De la Rúa-Álvarez.

Ni siquiera el derrumbe de la Alianza permitió el retorno del pasado. Duhalde frenó a Menem y su ahijado Néstor lo jubiló a él. Hoy estamos viviendo el fin de la década K. La lucha por la sucesión ha comenzado. El gobernador Urtubey, el ministro Randazzo y el candidato Massa ya se anotaron para disputar el nuevo liderazgo. Los cordobeses De la Sota y Schiaretti esperan su momento. Y Cristina Fernández dará pelea hasta el final para conservar el liderazgo. El kirchnerismo logró renacer de las bajas votaciones de 2003 y 2009. ¿Podrá retomar poder tras las derrotas de 2013 y 2015? Sólo un jefe logró conservar su liderazgo durante años de desierto y volvió al poder después de perderlo. Se llamaba Juan Domingo Perón.

Publicado en SudAméricaHoy

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