Aún hay tiempo para el maíz

por Carlos Brown y Silvina Viazzi(*)


La República Argentina se enfrenta actualmente al múltiple desafío que le han impuesto dos situaciones sumamente críticas, que están mostrando no sólo ser más profundas de lo que se estimaba, sino también con efectos sinérgicos negativos. La crisis interna, que genera gran desconfianza, incertidumbre y caída en la actividad económica; y la situación externa, que ha afectado del mismo modo tanto a los países destino de nuestras exportaciones como a aquellos que pudieron ser origen de eventuales inversiones.

A pesar de que la situación externa parece estar mejorando lentamente, China y Brasil, ambos importantes destinos de nuestras exportaciones, muestran un mayor dinamismo en esta recuperación, aspecto que significaría una buena noticia
para nuestro país, si no la desperdiciamos como hemos hecho tantas veces en los últimos tiempos.
La crisis del sector agropecuario, luego de la caída de los precios de los commodities y la fuerte sequía, ha afectado también a Brasil. Los costos diferenciales de los diferentes cultivos, el avance de los transgénicos y el escaso acceso al financiamiento, también han generado en nuestro vecino país un desplazamiento más que significativo hacia el cultivo de soja. Los últimos informes, todavía extraoficiales, indican que en Brasil el área sembrada con maíz mostrará una caída que superaría el 30%. Brasil como todos sabemos es un gran productor de maíz (59 millones de ton en la campaña 2007/08 y 50 millones en esta última), pero también un gran consumidor, tanto para la producción animal como para el consumo humano. Recordemos que hoy Brasil es el primer exportador mundial de carne vacuna y el segundo exportador tanto de carne aviar como porcina. Si bien en los últimos años Brasil había logrado generar excedentes exportables, semejante caída en el área dedicada a maíz sin duda lo colocaría nuevamente en una situación de demanda insatisfecha similar a lo que ocurría no hace muchos años atrás, cuando Argentina era el segundo exportador mundial y, entre otros destinos, cubría la demanda insatisfecha de Brasil, especialmente en el Nordeste.
Para que Argentina pueda aprovechar esta situación, lo importante es mostrar una acción pro-activa (no reactiva) que ataque el problema desde un enfoque más estratégico que táctico. Estamos convencidos de que hay que doblar la apuesta, enfrentando a las adversidades -climáticas y políticas- con medidas profundas en lo sectorial, de suma positiva, que impacten, tanto en el corto como en el largo plazo, en toda la sociedad. Más maíz no sólo balancea el portafolio agropecuario, sino que le da sustentabilidad al interior y, por ende, al país. El problema central hoy, mucho más allá de lo sectorial, es cómo regenerar la demanda de insumos y bienes de capital en las diferentes regiones productivas, que permitan catalizar la dinámica micro-económica en el interior del país, como sucediera por ejemplo a principios del 2002, cuando desde el campo y el interior comenzó la verdadera recuperación económica.
El maíz es un cultivo de mayor complejidad que la soja. A mayor complejidad mayor demanda de mano de obra agregada, no sólo durante, sino también post cosecha -subproductos y actividades derivadas-, sin despreciar para nada su gran aporte de materia orgánica. Como muchos sabemos, aún cuando los márgenes brutos que arrojan ambos cultivos son similares, la soja es en el "corto plazo" más rentable por su mejor relación ingreso/gasto (menor riesgo asociado). Sólo dos componentes del costo del maíz hacen la diferencia: la semilla y la fertilización. Conjuntamente significan más del 50 % de los costos de producción en aproximadamente partes iguales.
En otras palabras, si se eliminase o redujese considerablemente alguno de los costos asociados a estos dos componentes, la relación ingreso/gasto mejoraría más que significativamente y posibilitaría incrementar el área sembrada con maíz. El efecto sería equivalente al de bajar a más de la mitad el nivel de retenciones. Ahora bien, el que siembra maíz no se puede dar el lujo de no fertilizar, y sin "comprar" la semilla no lo puede hacer ya que se trata de híbridos y no se puede guardar la semilla, como en el caso de la soja y el trigo. Entonces, una medida que puede ser el inicio de una estrategia de largo plazo para reacomodar el equilibrio de cultivos, aumentar el saldo exportable y, en consecuencia, los ingresos comerciales y fiscales, podría ser a través de la financiación o -mejor dicho- del subsidio de la semilla de maíz (también de sorgo), especialmente para los pequeños agricultores. Trabajar con la semilla sería de más fácil implementación y control que con el fertilizante. Así, una bolsa = una hectárea, digamos, por ejemplo, para las primeras 100 has. Más aún en un año como éste, donde la acción del NIÑO permite inferir que será favorable para estos dos cultivos. Hagamos una cuenta simple: cada millón de toneladas que exportemos -aproximadamente 150 mil has-, redundaría en un ingreso por exportaciones de 100 millones de dólares + 20 millones en concepto de retenciones y el costo de la semilla sería de 15 millones, lo cual representa una tasa de retorno fiscal en dólares del 33%. Nada mal por tratarse de una renta en dólares.
Ya tendremos tiempo para, en el transcurso de la primavera, cuando el clima acompañe, cambiar las retenciones -obviamente, reducirlas-, pero ya habremos comenzado a vislumbrar un futuro diferente, optimista, duradero, en fin, el que nos merecemos no sólo los agricultores sino todos los argentinos. Nos queda tiempo para seguir discutiendo, pero para decidir la siembra de maíz, tan sólo unos pocos días. Un millón de hectáreas más sería, sin lugar a dudas, comparable a una gesta patriótica. Nuestro campo, hace muy pocos años atrás, ya demostró que es capaz de lograrlo.

Publicado el 2009-09-19 en www.mpargentino.com.ar y en diario Clarín

(*) Presidente y Secretaria Académica del Movimiento Productivo Argentino

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