Los dilemas de la propia herencia y las paradojas del voto retroactivo.

por José M. García Rozado

CFK se enfrenta –de ganar- a un inevitable reacomodamiento de variables después de octubre, mientras el electorado suele decidir con la ayuda del retrovisor y mirando al pasado (o a un presente falaz de presunta opulencia) no haciéndolo con aquellos que le proponen un programa serio a futuro. 

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El mundo padece una total incertidumbre producto de la nueva etapa de la crisis internacional, principalmente en los países centrales, que ya nadie discute repercutirá fuertemente en los países emergentes. Con una mezcla increíble de arrogancia y soberbia el Gobierno asegura que Argentina está bien parada, recién ahora algunos funcionarios tibiamente aclaran que “no estamos blindados”, mientras empresarios, sindicalistas y políticos dan muestras ciertas de preocupación.

El Gobierno dice que la situación es manejable, porque en tiempos de inestabilidad, tener un bajo nivel de deuda –la de Argentina en el mercado (si descontamos la deuda con la ANSES, el BNA y el BCRA) representa apenas un 17% del PBI- constituye una fortaleza; aunque esconde que la tan meneada “inmunidad frente al contagio” sólo está contenida en tres únicos tipos de regímenes políticos: los regímenes de hegemonía personalista, los regímenes autocráticos de partido único y las democracias que –con diferentes grados- persiguen el horizonte valioso del pluralismo y la calidad institucional.
Desde el punto de vista político, el mundo globalizado, con sus regiones y conflictos que lo componen, es heterogéneo; pero según la experiencia histórica –y la historia-, que recoge aquellos modelos dignos de inspirar a quienes gobiernan, la situación es muchísimo más compleja. En la realidad Argentina existe una sola certidumbre, el año próximo necesitará salir al mercado a buscar US$ 8 mil millones, cifra no inalcanzable aunque no a las bajas tasas que pretenden las autoridades del régimen, y siempre que EEUU y las potencias europeas no profundicen su estrategia actual de castigo a la nación.
Cuando se advierte que las locomotoras –Brasil y China específicamente- que arrastran el crecimiento argentino inducido por factores endógenos, impulsan en el Gobierno el renacimiento del paradigma de autoritarismo y mercado en una demografía de inmensas proporciones; donde además el último informe del FMI aclara que los precios de los granos a nivel internacional, hoy altos y sostenidos por posiciones financieras especulativas que pueden desarmarse con facilidad, ya han bajado casi un 20% aunque no se prevén bajas mucho más importantes, llenándonos de incertidumbres.
El ascenso de China, potencia consumidora con encuadre autoritario, se combina con la fatiga –crisis sociales generalizadas y desempleo rampante- de las democracias occidentales; en lo interno las cartas de la macroeconomía aparecen bastante dadas vuelta, existe un “relato-discurso” que se instaló (e instalaron el oficialismo, los medios y hasta los propios políticos opositores) dando a Cristina asegurándose un nuevo período de gestión pero realizándole irremediablemente un “severo service al plan-modelo económico y político”.
El BCRA implementó para imponer esa sensación de “ficticia opulencia” y para intentar controlar una inflación excesivamente alta -25% anual por dos años consecutivos- un valor del dólar mayorista de $ 4,205 y minorista de $ 4,24 hasta las elecciones del 23-O, pero la “fuga imparable de capitales” sigue con la tendencia de Setiembre de US$ 3 mil millones mensuales, marcando un nivel imposible de seguir siendo sostenido, pues la salida se consolida en el tope de las prioridades a resolver irremediablemente en el próximo período presidencial.
El presente opulento, irremediablemente se convertirá –especialmente para la clase media- en una ficción del pasado cuando se deban desarmar los subsidios indiscriminados, imposibles de ser mantenidos –hoy de $ 78 mil millones anuales (US$ 18,4 mil millones)- y que, si se les suma un intento de reacomodamiento del valor del dólar, con su consiguiente proceso inflacionario interno que se sumará al provocado por la suba de las tarifas del transporte, la energía e infraestructura –luz, gas, agua y cloacas- generando, junto a la suba ya sucedida de las tasas de interés bancarias, una sensación de hecatombe ya muy conocida por nuestro pueblo.
El gran proyecto de una democracia instalada sobre los cimientos del crecimiento y el desarrollo, de la educación y el conocimiento, de una fiscalidad justa y progresiva y la justicia social distributiva, cruje bajo el peso de la deuda, el resurgimiento de los intereses nacionales sobre los compromisos comunitarios y la fractura de un espacio político de centro basado y profundamente asentado en dichos presupuestos; todo ello muy lejano al de una economía nacional que viene acumulando imposibles desfasajes.
Variables como los subsidios previstos en el Presupuesto Nacional –mentiroso y falaz-, o salarios que crecen al 27% anual, una inflación realista (como la de las provincias) del 23%, un gasto público creciendo al 35% y la base monetaria que crece al 40%, todo contrastando con un dólar que lo hace apenas al 10% anual, implica imprescindiblemente generar un marco que le vaya permitiendo, si es posible –algo bastante difícil- sin brusquedades, seguir con el dólar calmo sin perder reservas. ¿Es posible de lograr?
Dentro y fuera del Gobierno se intenta hablar de “bajar la nominalidad de los aumentos” de las variables económicas –hoy desmadradas- llevándolas a un rango del 18-20% anual, imposible de quitarse los subsidios actuales, y mucho más si sigue encareciéndose el crédito interno al consumo, porque se producirá un amesetamiento –en el mejor de los casos, cuando no un freno- en el consumo y la recaudación impositiva, con las consecuencias inmediatas de suspensiones obreras, posibles despidos, aumento del déficit fiscal y mayor necesidad de financiamiento estatal externo.
Existe la posibilidad de impulsar tipos de cambio diferenciales, pero ya conocemos como termina esa historia. La incertidumbre se enseñoreó en el mercado y se cobra costos, la Argentina vive días particulares en materia cambiaria (y no sólo de dólar), el Gobierno afianza la norma –no escrita- de que quien no exporte no podrá importar; este esquema, cuyo objetivo es ahorrar dólares, coexiste con la otra realidad producto de la impericia, la necedad o la corrupción más desembozada: para la importación de gas, gasoil, nafta y petróleo se destinarán en 2012 US$ 9,5 mil millones.
Si tenemos la suerte de que Brasil siga importando automotores, deberemos importar autopartes por US$ 11 mil millones durante 2011; evidentemente para todo esto no existen los dólares en una economía de despilfarro como la actual, por lo menos no alcanzan al precio de hoy. Y mucho menos si el precio de la soja se mantiene y no sube, o si Brasil y China aminoran su ritmo de compras; a modo de ajuste, la tasa de interés para depósitos en pesos escala posiciones, dos meses atrás estaba en 11% anual para grandes depósitos y ahora está llegando al 14,25% para conservar a los clientes más importantes.
La ineludible relación de incertidumbre sobre dólar-tasa empezó a moverse en función de lo que vendrá, sumándose el interrogante sobre cuándo esto sucederá. Si la deuda y los déficits erosionan por igual a las democracias, el tenor a pegar un salto hacia mayores niveles de integración marca el paso de la parálisis europea, mientras el impacto del conservadurismo cerril (que impide reformar en línea con la progresividad fiscal) socava el consenso político estadounidense. Congresos o gobiernos divididos y presidencias débiles no son buenos consejeros para lograr dar vuelta la página de la segunda etapa de la crisis en W de los países centrales.
“La gran ausente es la política” constructiva y los liderazgos capaces de encarnar ese esquivo atributo, estos son el marco referencial externo e interno de las próximas elecciones del 23-O: un mundo incierto que abrió el camino al cristinismo para acumular poder merced a la formidable asistencia del crecimiento económico, con disparidades y diferencias sociales notables y en franco crecimiento, pese a tantos condicionamientos, estos factores se realimentaron mutuamente durante estos larguísimos 8 años, salvo el brusco descenso del 2008-2009, recuperado gracias al contexto externo del crecimiento ficticio del final de la primer etapa de la crisis global.
Este “cambio civilizatorio, de gran calado histórico” es tan inesperado como obvio, y muy diferente al del colapso de la URSS, la tendencia favorable hacia el crecimiento, inducido por los precios de las exportaciones agropecuarias –y el cambio en los términos del intercambio comercial-, puede no mantenerse por lo menos no con los índices con que han venido durante el primer decenio del siglo XXI, es bueno tener en cuenta que el juicio político descansa, sobre circunstancias siempre cambiantes, en el arte de la previsión.
La incertidumbre acerca de lo que vendrá sobrevuela el comportamiento de gobernantes y opositores; la Presidente dejó en claro siempre que no cree en los paquetes de medidas y que prefiere decisiones sorpresivas que no alerten a los sectores sobre las posibles consecuencias. Pero los tiempos que corren, crisis global, déficit interno fiscal, menores o cuasi nulos saldos o superávits exportables comerciales, inflación interna, subsidios indiscriminados y no sostenibles, achatamiento del consumo y la recaudación, apuran las definiciones.
La paradoja insita en este vínculo opaco entre acciones y consecuencias es que, aun cuando la política deba mirar para adelante, los electorados emiten su voto mirando por lo general hacia el pasado; desde el presente, evalúan lo que pasó con la ayuda de un retrovisor, en lugar de hacerlo cotejando programas deseables volcados al futuro y el porvenir. ¡Esta última dimensión solo funciona en el caso de que las cosas anden mal! Cuando las cosas vemos que mejoran o andan relativamente bien, impera casi inexorablemente el “voto retroactivo”.
No suele importarnos si corremos el riesgo de repetir la historia conocida de un crecimiento que desacelera su marcha y no puede satisfacer, con recursos fiscales y comerciales genuinos, el propósito de mejorar las condiciones de vida del pueblo, eso que el cristinismo pomposamente en su “relato-discurso” llama “un modelo de acumulación con inclusión social”. Ya conocemos de sobra estos vaivenes –convertibilidad y post convertibilidad-: si la acumulación se resiente, entonces los pueblos relativamente satisfechos pasan a ser sujetos demandantes y rebeldes (que se vayan todos); en una muy fuerte tradición contestataria social como la nuestra, estos actores se van dando cuenta de que el gobierno de protección social, de empleos públicos, planes sociales, asignaciones universales y subsidios que habían votado es insuficiente.
Por ser tal, tampoco sirve para tapar lo que hoy no se quiere ver, corruptelas e impunidades, en estos pocos y escasos días que median con el 23-O esperemos que el pueblo y la oposición asuman con vigor y seriedad la cuestión del futuro; los perfiles de coraje que logren poner en la agenda las debilidades y falencias de una democracia, tan diligente para proveer esos recursos de bienestar, como para desconocer la sustentabilidad económica de esas mejoras en el mediano y largo plazo, por lo menos con este supuesto “modelo” que nos cuenta el “relato-discurso” oficialista.
¡Sepa el pueblo lo que el futuro le depara! Un proyecto asentado en cifras cuestionadas y maquillaje fiscal.
Buenos Aires, 11 de Octubre de 2011.

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