La renuncia a los subsidios: una kermesse de almas bellas

por Beatriz Sarlo

Susana Giménez, gran parte del gabinete, la Presidenta y su madre, el arquero Fillol, entre otros, han renunciado espontáneamente a los subsidios. La lista se va a poblar rápidamente. Hasta hace una semana, los renunciantes no se habían mostrado públicamente conmovidos por el acto de beneficencia del que eran destinatarios sin que lo necesitaran y, justo es decirlo, sin que lo hubieran pedido. (para leer el artículo completo, cliquear en el título)


Ahora, renunciar al subsidio es un test moral. En Twitter alguien arroja la siguiente pregunta como una acusación: “Che ¿Sarlo ya renunció al subsidio?” Con el subsidio, yo y gente como yo podíamos comprar, por factura de servicio, un jean de primera marca o tres libros, ir a un restaurant de primera o varias veces al teatro.

En fin, reactivábamos la economía, como han tratado de explicar los responsables de que el subsidio se mantuviera más allá de todo límite razonable, tanto temporal como de nivel socio-económico. Y, en efecto, esas compras se hacían sin pensar en quienes no encontraban la garrafa social en ningún almacén de los barrios pobres. Hubo, naturalmente, excepciones. Marcelo Zlotogwiazda (me consta porque trabajo en su programa de radio) criticó la inequidad de los subsidios. Pero a nadie se le ocurrió que la supresión se iba a convertir en una kermesse de almas bellas, una especie de agua bautismal y curativa.

Esta campaña de la buena voluntad de los famosos y de los funcionarios tiene, más allá de las intenciones personales, algo de hipócrita. Si el gobierno decide una escala de disminución de los subsidios, lo lógico, salvo que se quiera realizar un gesto para la tribuna, es esperarla, llenar los papeles que deben llegar con las facturas y, sobre todo, no sentirse protagonista de una buena acción porque se renuncia a lo que no corresponde. Todo eso sin el tono, entre chantajista y bobo, de “renuncie al subsidio, no corte la cadena”.

Mientras tanto, valdría la pena hacer otros deberes: revisar la declaración de Bienes Personales y pagar puntualmente el impuesto a las ganancias para que los inspectores tengan que registrar menos morosos cuando visitan los estacionamientos de los grandes partidos de polo o detienen en la ruta a quienes se van de vacaciones. Declarar hasta el último peso que se gana, hasta el último anillito que se posee.

La mejor forma de evitar los subsidios es la redistribución. Y mientras este gobierno, que se llama progresista, no encare la verdadera política redistributiva que es una reforma del sistema de impuestos, lo mejor es pagarlos con la puntualidad y la exactitud más extremas. El gesto más raro es tener todo en blanco. La consigna “Renunciemos a los subsidios” promete una medallita barata. Lo de los impuestos parece más complicado. Como nota simpática, también valdría la pena que las donaciones a organizaciones de bien público fueran un poco más generosas.

publicado en La Política on Line

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