Qué deja el triunfo de Chávez para los argentinos

Por Mariano Rovatti


Hugo Chávez venció claramente a Henrique Capriles, por casi diez puntos de diferencia. El pueblo venezolano eligió, y su decisión es absolutamente respetable. De todos modos, por primera vez, en las semanas previas Chávez vio la posibilidad de perder, por lo que en los últimos días se esmeró especialmente en mostrase tolerante y dispuesto a aceptar cualquier resultado. (para leer la nota completa, cliquear en el título)

  En febrero de este año, la oposición había logrado converger en la Mesa de Unidad Democrática, haciendo que su candidato surgiera de una elección primaria. Allí –con el 64% de los votos- quedó consagrado el joven abogado Henrique Capriles, gobernador del estado de Miranda. 

 Con sólo 40 años, Capriles se cargó con la responsabilidad de enfrentar a Chávez, quien venía de trece triunfos electorales, y dueño de todo el poder. Pese a tratarlo despectivamente como la derecha, Capriles es verdad un socialdemócrata, con años de gestión tanto en su estado como en el municipio de Baruta, del que fue alcalde.

 Sin tener un carisma arrollador, Capriles pudo juntarle la cabeza a todo el arco opositor, y su cosecha fue del 45% de los votos, lo mismo que había sacado el “no” en el plebiscito del 15 de febrero de 2009, cuando se aprobó la última reforma constitucional. El tiempo dirá si ese 45% es el piso sobre el que la oposición construya, o es el techo de sus aspiraciones.

También se verá si Capriles será quien conduzca esa tarea, o la derrota lo marginará. Por su desempeño, en esta campaña, lo lógico sería que asuma el liderazgo de la oposición e intente hacer crecer ese guarismo.

 Venezuela es uno de los pocos países del mundo que tiene voto electrónico. Algunos lo ven como una garantía de transparencia, y otros como un sistema tramposo, porque los controles son sólo para especialistas. El sistema en sí es bueno porque al no haber boleta de papel, no hay voto cadena, ni ningún mecanismo por el que los punteros locales sean indispensables. Los votos son sólo del candidato. El hecho de que se imprima el voto al momento de pulsar la pantalla táctil, hace que haya un doble control. Además, estas elecciones fueron controladas por veedores de todo el mundo, y Capriles reconoció la derrota minutos después de haber sido anunciada por el Comando Nacional Electoral. Todo indica que el fraude electoral en Venezuela es mucho más difícil que en Argentina.

 Evidentemente, Hugo Chávez está hecho de otra madera que Fernando Lugo, el destronado presidente paraguayo. Frente a la unidad opositora, y la posibilidad cierta de ser vencido, extremó sus esfuerzos, aún en medio de un delicado tratamiento contra el cáncer. Defendió con uñas y dientes el poder, mostrando una cara más tolerante y flexible. De todos modos, sus apariciones mediáticas siguieron siendo constantes, e incluso violó la veda electoral a pocas horas de la elección.

 En términos políticos, Chávez aún vive de rentas de lo que fue Venezuela antes de 1998, año en que inició su primer mandato. El país tenía una tradición de democracia formal con alternancia de los democristianos y los socialdemócratas en el poder, y una fractura social muy profunda entre un pequeña clase poderosa que disfrutaba de la renta petrolera y un ancho pueblo empobrecido. Chávez rompió ese esquema primero con el golpe de 1992, que fracasó y determinó su prisión, y un estado social de descontento creciente que tuvo su máxima expresión en el Caracazo de 1999, en donde murieron más de 300 personas. En ese momento, el Presidente era Carlos Andrés Pérez.  Este fue sucedido por Rafael Caldera, quien indultó a Chávez, comenzado allí una intensa actividad política a lo largo de todo el país hasta ser elegido Presidente.

 Chávez representó para la mayoría popular la primera oportunidad de ser reconocida en política, con voz y voto, al estilo del viejo peronismo de 1945. El tono de su primer gobierno fue de un nacionalismo popular, que le hizo acrecentar su adhesión. El culto a la figura del libertador Simón Bolívar fue una constante, algo que parecía lógico proviniendo de un militar.

 Hubo una serie de planes de contenido social que mitigaron la brecha entre ricos y pobres, aunque sin modificar la estructura económica del país, dependiente en extremo del petróleo. Este y otros recursos estratégicos pasaron a ser manejados por el Estado de una manera centralizada. La salud y la educación tuvieron programas inspirados en la experiencia cubana, con logros innegables.

 En 2002, hubo un golpe de Estado que lo derrocó por sólo dos días. El mismo fue apoyado por los principales factores de poder, excepto las Fuerzas Armadas. Al ser repuesto por éstas en el gobierno, Chávez volvió más fuerte y radicalizado. Allí comenzó otra etapa.

 Chávez fue virando hacia su original versión del socialismo, acentuando su enfrentamiento –verbal- con los Estados Unidos (comercialmente, la relación jamás se rompió), relacionándose con países como Irán, alentando a la guerrilla colombiana y transformando el culto a Bolívar en el culto a sí mismo.

 Simultáneamente, Chávez desarrolló una política hostil hacia los medios de comunicación, acusándolos de ser parte en el golpe del 2002. Quizás el momento culminante de esa práctica fue el corte de la señal de RCTV, al fin de su licencia

 Obviamente, la Venezuela de hoy no es la de 1998. Tampoco es el paraíso. Como en otras experiencias (Unión Soviética, Cuba, Irán…) la vieja oligarquía del poder económico fue reemplazada por una nueva, vinculada a la burocracia estatal. Siguen existiendo la pobreza y la corrupción. Pero Chávez sabe recordarle a tiempo a su electorado cómo eran las cosas antes de su llegada.

 Un puñado de dirigentes argentinos de la oposición fueron a ver ganar a Capriles. Hicieron un papelón. Incluso, algunos llegaron a anunciar la victoria del joven gobernador. Chávez supo polarizar la elección, porque ése era su negocio. Capriles no logró evadir esa trampa.

Aquí el cristinismo intenta hacer lo mismo. ¿Se avivará nuestra oposición? ¿caerá en la celada que le tiende el gobierno?

 Es verdad que hay paralelismos entre Venezuela y Argentina: ambos gobiernos tienen rasgos autoritarios, corrupción, intolerancia, aislamiento internacional, etc; pero también hay diferencias. La principal es la existencia del peronismo.

Aquí la validación de las masas obreras fue hace sesenta años, y ello –pese a todo- está vigente. Los trabajadores se organizaron y son un factor de poder en sí mismo. El peronismo argentino es más contradictorio que el chavismo venezolano. El primero es zigzagueante, ambivalente, pragmático. El segundo va -desde su origen- en la misma dirección que se profundiza día a día.

 Tanto Cristina Fernández como Hugo Chávez se apropian de la figura de Perón, cuando ambos se han alejado de él hace rato. Ese peronismo fue el creador de una ancha clase media que aún no existe en Venezuela.

 También hay que observar que la estructura económica argentina está más diversificada que la venezolana, pese a la importancia que tiene la soja entre nuestras exportaciones. En Venezuela, el manejo del petróleo es del Estado, constituyendo su principal política. Poder económico y poder político son sinónimos. En Argentina, millones de familias viven de la producción agrícola, accediendo al bienestar simplemente por la bonanza de los precios internacionales, pese al apetito fiscal.

 No es tan disparatado que un líder como Chávez vuelva a ganar una elección en Venezuela. Mientras tenga vida y salud, será muy difícil sacarlo del poder por las urnas. Lo que sí sería insólito es que el cristinismo aspire a replicar el modelo chavista en la Argentina. La estructura política, económica, social y cultural de nuestro país no lo admitiría.

 La oposición tiene que unirse como la venezolana, pero deberá militar más, persuadir más, ser más exigente en la selección de sus candidatos, comprometerse más con la realidad y escuchar al pueblo siempre, en la victoria y en la derrota.

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