¿Qué pasó el 12 del 12?


por Mariano Rovatti 

¿Casualidad? ¿Destino? ¿Conspiración? ¿Descontrol? El miércoles 12 de diciembre de 2012 fue un día particular para la Argentina. Una marcha inofensiva de hinchas de Boca Juniors que festejaban ¡¿qué…?! terminó en una inesperada ola de saqueos en pleno centro de la ciudad, y en destrozos varios en la sede de canal 13. Minutos antes, otra turba descargaba su furia contra la casa de Tucumán en Buenos Aires, protestando contra la insólita sentencia conocida un día antes en el caso de Marita Verón. Por la tarde, el actor Gonzalo Heredia, estrella del mismo canal de televisión, es asaltado de manera muy violenta en su casa frente a su mujer y su hijo. También sufrieron episodios delictivos el tenista David Nalbandian y el médico Alberto Cormillot. A la noche, el juez Oyarbide es insultado y abucheado por 20.000 personas que colmaban el estadio donde se disputaba el partido entre Roger Federer y Juan Martín del Potro, en Tigre. Y luego, el equipo de esa ciudad es atacado en Brasil, en un hecho sin precedentes en la final de la Copa Sudamericana, por personal de seguridad del estado de San Pablo. Todo, el mismo día.(para leer la nota completa., cliquear en el título)

Parecen cosas inconexas entre sí, y probablemente lo sean. Pero observemos lo que pasó en el centro de Buenos Aires, casi simultáneamente: la marcha boquense y la protesta en la Casa de Tucumán. Ambas concentraciones tuvieron algún nivel de organización. La de los hinchas, promovida desde fuera de la institución, tuvo como escenarios a varias ciudades del país en forma simultánea. Pero fue la de Buenos Aires la que terminó en escándalo. ¿Fue la brava brava del club? ¿Fue una de sus facciones? ¿Fueron infiltrados? ¿Los saqueos fueron fruto del descontrol, o hubo intencionalidad política? ¿Si así fuera, de quién? ¿Quién puede sacar provecho de esta clase de situaciones? ¿La policía liberó la zona? ¿Si fue así, fue fruto de una interna política en el Ministerio de Seguridad? ¿En tal caso, no salen todos mal parados? 

 La imagen de los saqueos inmediatamente hace recordar a los hechos de diciembre de 2001. Aquéllas jornadas de colapso generalizado tuvieron un nivel de organización que contó con un marco propicio: la angustiante situación social de millones de argentinos empobrecidos, en especial, los habitantes del conurbano bonaerense. Aquel gobierno se había boicoteado a sí mismo, con su increíble nivel de ineptitud política y técnica para resolver la lógica crisis derivada del agotamiento del modelo de la convertibilidad.

Más allá de las conspiraciones externas reales, el Presidente Fernando de la Rúa había errado en casi todo lo que había intentado. Las elecciones de octubre de 2001 habían sido la constatación más cruel de su soledad política: ni siquiera el radicalismo se asumía oficialista en ese comicio.

 Aquel 19 de diciembre estaba convocada una marcha por la CAME, una entidad representativa de la pequeña y mediana empresa. Las CGTs y demás organizaciones sociales adherían explícita o implícitamente a la convocatoria. La noche llegó con millones de argentinos en la calle golpeando cacerolas y exigiendo la renuncia de Domingo Cavallo, ministro de Economía debilitado por sus desaciertos, entre ellos, el famoso corralito. “Alguien” aprovechó esa convocatoria legítima y esa bronca popular para dañar al gobierno, pero éste era tan inconsistente que se cayó solo. Un golpe preterintencional.

 En el episodio de la Casa de la Provincia de Tucumán, participaron activistas con alto grado de organización que comenzaron la protesta expresando su legítima indignación y culminaron destrozando el lugar y atacando con piedras y palos a policías que se quedaron impávidos y encerrados por los manifestantes. ¿Por qué los policías quedaron en esa situación? ¿No podían reprimir? ¿No estaban autorizados a hacerlo? ¿Fueron desbordados? ¿Cuál es el aval político que tiene un policía para poner orden en la calle?

 Se viven momentos de mucha tensión política y social, en donde desde el máximo nivel de conducción política se echa leña al fuego constantemente. En lugar de pacificar, se redobla la apuesta irresponsablemente. Se evalúan mal las decisiones políticas, que se toman como reacciones apresuradas y no como respuestas elaboradas, desde un estado de íntima angustia frente al poder que amenaza con evaporarse.

 Ese clima de discordia permanente que se ha sembrado desde 2003, en el que el gobierno tiene la mayor pero no la exclusiva responsabilidad, hoy genera una cosecha de tensión extrema, donde la norma es imponerse cueste lo que cueste, a todo o nada. Matar o morir, por ahora metafóricamente.

 Los hechos de ayer sugieren que hay una o varios manos detrás, pero también hay un descontrol, un río que se salió de su cauce. Un monstruo que tomó vida propia y ya no se lo puede parar. Podría desactivarse este mecanismo desde la máxima instancia del poder político, convocando a la unidad nacional, parándose por encima de las banderías políticas y sectoriales, y no siendo una de ellas. Dejando de creer que la pacificación es sinónimo de debilidad.

 La Argentina tiene problemas importantes y acuciantes para resolver, pero ninguno de ellos constituye un drama sin solución. Si la Argentina se ubica al borde del abismo será por su propio impulso. El gobierno tuvo un pésimo año 2012, lleno de fracasos y batallas libradas sin sentido. Dilapidó el formidable respaldo de las urnas, con la mayor diferencia histórica que un gobernante haya obtenido jamás respecto de su inmediato seguidor. Esquivó luchar contra los males reales que amenazan a la sociedad –la inflación, la inseguridad, la pobreza- para enfrascarse en una guerra inútil, que además va perdiendo.

 Los hechos de ayer no son casuales. Quizás no estén todos relacionados entre sí, pero es evidente que en el alma de la sociedad ha anidado un espíritu violento, intolerante, desmedido. Que asoma la cabeza cuando menos se lo espera.

 Trabajar en las soluciones que requiere nuestro país exige una actitud patriótica, canalizando esas energías hoy malgastadas en pos de objetivos más altos que la simple lucha por el poder. A ello se ha reducido el concepto de política, olvidando la búsqueda del bien común, que en definitiva es la grandeza de la Patria y la felicidad de su pueblo.

 Buenos Aires, 13 de diciembre de 2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Mariano: Todos los hechos descriptos constituyen, a mi modo de ver, sintomas que preanuncian una suerte de guerra civil, que ojala no se verifique. Saludos. Gerardo Dj