Sin sucesión



por Mariano Rovatti

El gobierno afronta su momento más difícil desde 2003. Quebrada irremediablemente la alianza política que lo llevó y luego lo sostuvo en el poder, el cristikirchnerismo se encuentra a sólo cinco meses de las elecciones de medio término, con sus peores índices de adhesión popular, una brutal fractura social, millones de argentinos movilizados en su contra, una batalla a punto de perder contra el principal multimedios y una inflación que puede descontrolarse. Encima, el descrédito moral que lo envuelve socava las bases de adhesión de sus propios seguidores, que ya no ponen sus manos en el fuego por la calidad ética de los gobernantes.

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Frente a esa dinámica de acontecimientos, el gobierno no tiene un candidato propio capaz de ganar la decisiva provincia de Buenos Aires. Menos aún, para las próximas presidenciales. Contra sus instintos, necesita sí o sí de Daniel Scioli o Sergio Massa como cabeza de su lista de diputados nacionales.

El kirchnerismo ya sabe que perderá en la Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, los distritos más prósperos de la Argentina. Y que ganará de la mano de sus gobernadores-delegados en el resto de las provincias, que necesitan los recursos federales para subsistir.

Lo que define el futuro es la elección bonaerense. Blanco o negro. Victoria, reforma constitucional y reelección o derrota, pato rengo y cárcel. No hay opciones intermedias. Con Alicia Kirchner al frente, y el devenir de los actuales acontecimientos, el gobierno va hacia su Waterloo. Aun con un poderoso armado logístico electoral, con posibilidad de fraude incluida, el gobierno puede recibir una paliza en octubre.

Frente a sí se va formando un conglomerado que reúne a Francisco De Narváez, Jesús Cariglino, Gustavo Posse y el macrismo, de un lado y al FAP y la UCR del otro. El primero de ellos podría vencer al gobierno como ya lo hizo cuatro años atrás.

Mentes más calmas que las que salen a hablar con la prensa habitualmente, están operando para evitar la debacle. Y las opciones no son muchas. Una es obligar a Daniel Scioli a ser candidato a diputado nacional. Si es testimonial, el gobernador perderá gran parte de su prestigio. Si renuncia, será una reedición de Carlos Ruckauf y le espera la jubilación política al final del mandato legislativo. Pese a su alta consideración pública, los niveles de adhesión popular del gobernador están en baja, víctima de un inevitable desgaste frente a las dificultades de gestión que padece.

El destino político de Scioli está atado a la suerte del gobierno. Si se profundiza su deterioro político, el proceso también lo afectará a él. Una recuperación de Cristina, la ubicará frente a la posibilidad de una tercera presidencia.

La otra opción es Massa, quien espera que caigan las hojas del almanaque para estar seguro del rumbo de los acontecimientos. Su decisión estará condicionada por ellos. La agencia norteamericana que lo asesora ya le aconsejó quedarse en el molde en 2013. Pero el hombre es ambicioso…

El miércoles pasado, todo estaba preparado para una conferencia de prensa en un hotel céntrico. Sergio Massa presumiblemente iba a anunciar allí su decisión de competir en las elecciones legislativas de octubre. Lo haría por el Frente Renovador, incluyendo en su armado a un gran número de intendentes, legisladores y referentes. La mayoría del peronismo, algunos opositores de la primera hora, y otros oficialistas hasta hace pocas semanas.

La decisión del intendente de Tigre modificaría todo el tablero político. Sin salir al ruedo, Massa tiene una imagen positiva superior al 50% y una intención de voto de más del 40%, más del doble de Alicia Kirchner o Francisco De Narváez.

Pero al final, ese evento quedó para otra ocasión. En su lugar, hubo una aparición televisiva con Cristina Fernández, el mismo día que dijo que ella no sería quien promoviese una reforma constitucional. ¿Casualidad?

La lógica indica que Massa se largaría a la competencia pensando en la elección del 2015, en donde iría tras la Presidencia de la Nación. Esta decisión es conjunta y coherente con la de participar en la elección de este año. Si optara por la gobernación, se quedaría tranquilo este año y sería el candidato natural dentro de dos años. Pero su idea sería competir por el sillón mayor.

Sabe que es el político con mejor imagen entre la opinión pública desde hace más de un año, con un altísimo grado de conocimiento por parte de la población. Su paso por el ANSeS, en los tiempos de los ocho aumentos de haberes, le dio una gran popularidad dentro de la tercera edad, segmento creciente en el mapa sociológico argentino. La intendencia de Tigre obtenida en 2007 le dio una proyección que reforzó con su paso por la Jefatura de Gabinete tras la crisis del campo. Tuvo la facilidad de recibir un municipio bien gobernado por Ricardo Ubieto, muerto poco tiempo antes de la elección. Su hijo cayó derrotado por Massita.

Definido el posicionamiento de Daniel Scioli, quien no puede, no quiere o no sabe cortar el cordón con la Presidenta, Massa vé allanado el camino para su proyecto propio. Situado en un plano que pretende ser superior a la dialéctica kirchnerismo-antikirchnerismo: una especie de “poskirchnerismo”.

La actitud del joven intendente fue criticada por muchos referentes, por considerársela en extremo especulativa y ambivalente. Más de un dirigente perdió la paciencia esperando una actitud más clara y combativa frente al gobierno.

Pero Massa prefirió jugar al límite con los tiempos políticos, los plazos electorales y los nervios de sus seguidores, aliados y adversarios. Tiene tiempo hasta el 12 de junio, cuando venza el plazo para inscribir alianzas, y el 22, cuando se cierren las listas. Massa no tiene ideología. Es un cuadro formado por la UCEDE, pero irrumpió en la política de la mano del peronismo ortodoxo. Con él, trajo a Amado Boudou y Diego Bossio, que se quedaron firmes del lado del gobierno. En su análisis, no descarta cerrar con el gobierno, si éste comprende sus propias limitaciones, y lo acepta al intendente como el mal menor. De todos modos, como en cualquier acuerdo, éste puede frustrarse si una de las partes percibe que da más de lo que obtiene.

Paralelamente, el peronismo disidente muestra su incapacidad para generar un líder, armar una estructura política común y mostrarse ante la sociedad como una expresión nueva, con dirigentes creíbles e ideas frescas. Insólitamente, Hugo Moyano y Gerónimo Venegas armaron sus propios partidos en paralelo, en lugar de hacer uno solo, como reclamaba la lógica. Figuras del pasado como Duhalde o Rodríguez Saá aún son vistos como referentes del espacio, aunque ya no tallan. Massa sabe que en algún momento va a contener a este espacio, que disputará con Mauricio Macri.

En la ciudad de Buenos Aires, se desinfló el posible acuerdo entre Roberto Lavagna y el PRO, alimentado por el peronismo rebelde. Macri se dio cuenta que si gana Lavagna lo convierte de aliado en competidor suyo, y comenzó a boicotear el acuerdo aceptando –otra vez- a Gabriela Michetti, que lo único que le exige es respetar su pertenencia la distrito Capital. Lavagna no participará de la elección si no tiene asegurado el triunfo, dejando al espacio sin candidato y condenado a una nueva diáspora.

Otro inconveniente del sector es tener que explicar –vanamente- que peronismo y kirchnerismo son cosas distintas. Para debates académicos, puede resultar un ejercicio apasionante, pero para una batalla electoral es perder tiempo y esfuerzo. Por una inteligente estrategia de apropiación de símbolos que viene haciendo el oficialismo, la sociedad identifica al peronismo con ésto que hoy nos gobierna. Aunque Perón los haya echado de la plaza hace cuarenta años.

En el análisis de estos días políticos, puede ser un error observar la realidad como una foto. La aceleración de los acontecimientos sugiere mirar el proceso como una película, que incrementa paulatinamente su velocidad, hasta hacerse vertiginosa e indomable.

Cuando cualquier persona se halla frente a la posibilidad de retomar un viejo amor que en algún momento se quebró o iniciar una nueva relación con alguien desconocido, suele elegir esto último- Lo viejo jamás enciende esperanzas. Se lo elige cuando hay conformidad, y deseos de continuidad. En un fin de ciclo como el que vivimos, la sociedad requerirá actores nuevos para el escenario político por venir.

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