¡Ay...Venezuela!



por Fortunato González Cruz

Una inmensa marcha desbordó las calles de Mérida, como en muchas otras ciudades venezolanas. Cada uno se dijo y les dijo a los demás “no tengo miedo” y dio testimonio contundente de lealtad a la alegría y a la libertad. Fue la mejor celebración del Día de la Juventud que jamás he visto. ¡Que contraste con el espectáculo oficialista! Un militar enjaezado de circo y armado con un fusil sobre un tanque de guerra. El lenguaje no podía ser más elocuente, ni más atroz, ni más ridículo.

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Un entramado entre bandidos de alto vuelo y delincuencia común se ha hecho del Estado y de sus instituciones. No cabe en modelo político alguno el engendro venezolano. Quizás alguna descripción de situaciones tenebrosas como las de George Orwell y Federico Andahazi logren alguna comprensión de lo que nos está pasando. Hay productos revolucionarios fruto de este monstruo: el pran y el tupamaro, el primero domina las cárceles y desde allí dirige el crimen que ha convertido a Venezuela en uno de los países más peligrosos de la tierra; los segundos intentan sembrar el terror en las comunidades sobre su moto china y su pistola, ambas suministradas por el gobierno.

Con mucha ilusión nos dimos una nueva Constitución y en ella pusimos todos los adjetivos que calificaran nuestros sueños: libertad, bienestar, prosperidad, participación, seguridad, educación de calidad y trabajo productivo. Y de inmediato comenzó a tejerse una trama de cubanismo, guerrilla, narcotráfico, gorilismo militar y corrupción en medio de un festín pantagruélico. Las consignas y murales coparon todos los espacios al mejor estilo goebeliano. Sobre las ruinas del Estado Constitucional se intenta montar el Estado Comunal que asegure la permanencia de la jauría, la que ha destruido el país y va contra los valores que pudo exhibir la juventud venezolana el 12 de febrero, no sin derramar su sangre fresca.

Este es el drama venezolano. Un país con una geografía espléndida, una población que es la síntesis de todas las razas, y una riqueza que ha podido asegurar la prosperidad colectiva pero entrampada por unos emborrachados de dólares que jamás pensaron tener. Renunciaron a sus sueños y mataron las aspiraciones populares, y ahora para sostenerse apelan a lo de siempre, la misma tragedia latinoamericana: corrupción, arbitrariedad, represión, tortura y muerte.

La aparente complejidad del modelo venezolano se resuelve con una ecuación simple: la codicia convertida en régimen, que hace aguas porque el saqueo y el despilfarro ha sido de tal magnitud que ya no da para más.

Pero el 12 de febrero habló la juventud venezolana y se abre una esperanza.

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