Empezó la transición




Por Mariano Rovatti

La paz con Clarín, el ajuste de la economía, al arreglo del frente externo, la cancelación de la deuda con Repsol, el respaldo papal y la suspensión del proyecto de reforma penal son señales claras de que ha comenzado la transición hacia un nuevo ciclo que comenzará en diciembre de 2015, con un nuevo gobierno. Las cabezas de Boudou y Oyarbide, quizás sean parte del precio que está dispuesta a pagar Cristina Fernández por su futura paz pospresidencial.

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La imagen del Papa Francisco a los besos con la Presidenta no es la que muchos argentinos esperaban. Un año atrás, gran parte de la oposición al gobierno trazó paralelos entre la designación de Jorge Bergoglio al frente del catolicismo mundial, con la nominación de Karol Wojtila en 1978, en plena guerra fría. Quien luego fuera Juan Pablo II, anudó una alianza con Ronald Reagan y Margaret Thatcher para derrotar al bloque comunista, y lo lograron, haciendo estallar en mil pedazos la Unión Soviética y reduciendo el Muro de Berlín a escombros.

Pero Jorge Bergoglio no es Karol Wojtila, ni Cristina Fernández es el General Jaruzelwski; ni este mundo multilateral es aquél planeta bipolar; ni Argentina –que con todos sus problemas es una de las 25 economías más grandes del mundo- es aquella Polonia gris y pastoril.

La actitud del Papa Francisco se parece más a la de Nelson Mandela cuando asumió la Presidencia sudafricana, que a la de su antecesor Juan Pablo II. Bergoglio renunció a su derecho a la revancha contra Cristina y optó por la paz, encontrando reciprocidad en la Presidenta argentina. A ambos le conviene: a Cristina le significa el único respaldo internacional de peso, en un momento en que necesita del mundo; y flaco favor le haría al proyecto de liderazgo del pontífice estar peleado con la jefa de Estado de su propia nación.

En ese proyecto de liderazgo eclesial, necesario para revitalizar a una institución que se halla estancada tras la derrota comunista, el genial Bergoglio inventó a Francisco, un producto que muchos querían comprar: un Papa ortodoxo en los contenidos y muy flexible en las formas, con una imagen desacartonada y austera. Millones de católicos en el mundo entero esperaban un jefe más parecido a ellos –al menos en las apariencias- que les hicieran sentir que no están tan afuera del catolicismo de sus crianzas.

La mayoría de los católicos bautizados no viven de acuerdo a la pesada y anacrónica normativa del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), ni participan activamente de los cultos, ni rezan, ni piensan en Dios a diario. Pero necesitan pertenecer a la Iglesia, por cultura, costumbres, identidad, o lo que sea. Francisco les renovó el carnet para que no se sientan afuera del club.

El Papa sacudió al mundo especialmente en sus posturas políticas, económicas y sociales. Sus definiciones sobre el rol del Estado, el capital y el trabajo son novedosas en boca de un pontífice católico, pero responden al pie de la letra a la ortodoxa formación justicialista de Bergoglio.

Un año después de la asunción de Francisco, los divorciados siguen sin poder comulgar, los curas sin poder casarse, las mujeres sin poder ser curas, los pederastas sin ser expulsados del sacerdocio y los novios sin poder tener relaciones sexuales antes de casarse. Tampoco hay signos oficiales de que ello cambie. Pero algo hizo encender una esperanza: con su cambio de discurso y de actitudes, la imagen del Papa se hizo más terrenal y concreta. Paralelamente, en el plano del poder real, tomó el control del Banco Vaticano (ISOR), la Secretaría de Estado y comenzó a modificar la composición del Colegio Cardenalicio, el Senado del Vaticano, incrementando la proporción de americanos, africanos y asiáticos, y disminuyendo la de los europeos.

¿Le interesa al Papa meterse en la política argentina? ¿No es poca cosa para sus nuevas ocupaciones? Para ambas preguntas, la respuesta es “sí”, en la medida en que los asuntos de su país no se conviertan en lastres para su función universal. Y en esta intención, sin proponérselo quizás beneficia al gobierno, y al sucesor natural del armado oficialista, Daniel Scioli, que pretende lo mismo: que los problemas actuales no se conviertan en crisis interminables. Cuando el Papa pide que se la cuide a Cristina, está pidiendo lo mismo que necesita el gobernador.

Como jefe de la Iglesia argentina, Bergoglio tuvo victorias resonantes como la de Carlos Ruckauf sobre Graciela Fernández Meijide en 1999, o la de Joaquín Piña sobre Carlos Rovira en 2006, o la llegada de Eduardo Duhalde al poder y la conformación de la Mesa de Diálogo Argentino. Pero también la pifió en 2007 apoyando el acuerdo Telerman – Carrió, o tragándose el sapo de las reelecciones kirchneristas, o la promulgación del matrimonio igualitario.

Quizás Francisco esté influyendo en Cristina, quien aparentemente ha abdicado de toda intención confrontativa. La Presidenta es conciente de su debilitamiento que abarca varios frentes: el político, el económico, el social y hasta el suyo personal: ya no cuenta con las energías interiores ni con las fortalezas políticas de antaño para librar batalla tras batalla.

Tras el desenlace judicial, cesó la guerra contra Clarín, en la que ambos contendientes perdieron, tal como anticipamos años atrás en nuestro artículo “La batalla de Manila”. Hasta en el nuevo estilo aséptico de Futbol para Todos, se denota la intención de ir modificando el relato.

En el frente económico, el gobierno echó mano al recetario ortodoxo: devaluaciones, suba de la tasa de interés, estancamiento de la producción, techo salarial y arreglo del frente externo. Fiel a la recomendación del finado Néstor (“no miren lo que digo, sino lo que hago”), todo ello ocurre, mientras en paralelo se sigue con un discurso setentista contra los comerciantes inescrupulosos que aumentan los precios injustificadamente.

En su relato, el gobierno ataca los efectos de la inflación -los aumentos de precios- y los considera fruto de la ambición especulativa de los distintos actores económicos. Por ello, su plan consiste en fijar precios máximos en un puñado de productos y controlarlos como pueda. Pero en la realidad, el gobierno juega sus cartas contra la inflación apelando a la contracción de la demanda, al secar la plaza de pesos y resistir la presión sindical por aumentos de salario, al mejor estilo de los gurúes de la escuela de Chicago. Los libros de Keynes fueron a parar a la hoguera.

Claro que la voluntad no alcanza por sí sola para guiar los acontecimientos. Estos tienen su propia dinámica. Los errores de la política económica de una década no se resuelvan con medidas sencillas y de corto alcance. Es necesaria una política integral que incluya reducción drástica del gasto público –en especial de los subsidios- y de su consecuente emisión monetaria sin respaldo, a cambio de genuinos estímulos a la producción y a las exportaciones, utilizando el crédito, el arancel y el impuesto como herramientas del Estado hábiles para orientar la economía. Pero la virtud no reside en la herramienta sino en quien la usa, y el gobierno ha perdido toda confiabilidad y poder político necesario para llevar a cabo un plan integral de desarrollo y estabilidad.

En la política doméstica, Sergio Massa dio un golpe certero al voltear en la práctica el proyecto de reforma al Código Penal, impulsado por el gobierno con aval de legisladores del PRO y de la UCR. Desde el oficialismo, ya se abandonó la idea de seguir con esta idea, pero al diputado tigrense le resulta muy útil seguir fogoneando un movimiento popular de rechazo que lo ubica como líder indiscutido de la oposición, mientras el resto mira el partido desde la tribuna. Con el mismo movimiento, erigió en contrafigura y sacó de la cancha a Eugenio Zaffaroni, quien soñaba con algún tipo de proyección política, que incluía una eventual candidatura presidencial por el cristinismo puro.

Daniel Scioli habría acordado con José Manuel de la Sota la realización de internas conjuntas en el seno del Partido Justicialista, ya sin el sello del Frente para la Victoria. La idea de Scioli es convocarlo al gobernador cordobés, luego de vencerlo en las PASO, como su compañero de fórmula. Por ello es que semanas atrás llevó a cabo una operación para reformar la ley de internas, para que se elija sólo al Presidente, y éste proponga el nombre del vice al Congreso o Convención partidaria. La idea es compartida en UNEN por lo que podría ser apoyada en el Parlamento.

La proyección de Scioli sufre hoy una gran amenaza con el conflicto docente, que ya lleva medio mes sin clases, siendo la Provincia de Buenos Aires el único distrito del país que aún no ha dado comienzo a su ciclo lectivo. En la batalla de los gremios docentes contra el gobernador, se mezclan la discreta gestión sciolista, los intereses políticos de los dirigentes –algunos muy cercanos al kirchnerismo duro- y la demanda legítima de los maestros bonaerenses de mejorar sus salarios de hambre.

La designación de Gerardo Zamora al frente del Senado muestra que el poder presidencial aún no se ha debilitado tanto, y que desconfía en grado sumo del peronismo. La caída de Amado Boudou es una posibilidad cada vez más concreta, al avanzar el trámite judicial y la soledad política del Vicepresidente. Otro que se encuentra en una situación comprometida es el juez Norberto Oyarbide, quien ya no cuenta con el respaldo político de antaño. Quizás Cristina entregue las cabezas de ambos –ya que sostenerlos le significará un alto costo político- pero ello no le garantizará impunidad, ya que difícilmente la sociedad se trague el sapo de un pacto de ese tipo, que además no será exigible en términos reales para el futuro gobierno. Sin la presidencia, el poder de Cristina se diluirá completamente, como ya pasó –por ejemplo- con Carlos Menem.

Cada paso que dé la Presidenta de ahora en más estará condicionado por lo que ella imagina para sí misma a partir de diciembre de 2015.

Buenos Aires, 19 de marzo de 2014

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