Ser segundo es también una victoria



Por Mariano Rovatti

La selección argentina obtuvo el subcampeonato mundial, un logro que tiene que servir como punto de partida para profundas transformaciones en el fútbol argentino

Fue –quizás- el mundial mejor jugado de los últimos cuarenta años. Por influencia de Louis Van Gaal, y más recientemente de Pep Guardiola, el fútbol europeo incorporó conceptos sudamericanos a su estilo, priorizando el control del balón, el juego ofensivo y los sistemas flexibles. Todo ello, agregado a su ya conocida dinámica y excelencia física.

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Las selecciones que representan a las tres mayores ligas del mundo (España, Inglaterra e Italia) se fueron en la primera ronda. Pero en esas ligas –que por el origen de sus futbolistas nunca fueron tan globales como lo son hoy- militan los principales exponentes del fútbol moderno, nacidos en todos los continentes. Además, esos deportistas provenientes de América, Asia y Africa, llegan cada vez más jóvenes a Europa, adquiriendo los hábitos de la organización y la disciplina que no siempre les han transmitido en sus tierras.

Ese enriquecimiento recíproco se vio en este mundial. La vara de la calidad del juego se elevó considerablemente con relación a las ediciones anteriores. Los espectáculos fueron más apasionantes que en los campeonatos pasados, incorporándose nuevas potencias al firmamento del fútbol mundial. Por primera vez, países como Colombia y Costa Rica llegaron entre los ocho mejores. Otros, como Bélgica o Suiza confirmaron su evolución y finalmente otros como Ghana, Argelia, Estados Unidos, México o Chile jugaron de igual a igual con los que se subieron al podio.

Alemania era el favorito de todos lo que siguen a diario el fútbol internacional. Dirigidos desde hace seis años por Joachim Loew, continuador de Jurgen Klinsmann, los germanos incluyeron entre sus potencialidades, características que admiraron durante años en los brasileños o argentinos. El toque corto, la gambeta y la pared entraron en el manual de procedimientos teutón que había tenido siempre a la fuerza física, la velocidad y la precisión táctica como sus principales virtudes. Algo parecido a lo que vivió España un lustro antes. Una camada de grandes jugadores (Muller, Lahm, Klose, Schweinsteger, Neuer, Hummels, Kedhira, Ozil, Gotze, Mertesaker y Reus, que no viajó al final) que no bajan del tercer puesto en mundiales y copas europeas desde hace una década, se consolidan a la par que los dos principales equipos alemanes de hoy, el Bayern Munich y del Borussia Dortmund, equipos que juegan en el primer nivel mundial desde hace varias temporadas. La marcha del certamen confirmó su favoritismo y fue un justo campeón.

Teniendo en cuenta todo esto, cobra más valor el subcampeonato obtenido por la Argentina. Llegar a la final y perderla por tan poco (incluso podría decirse que dentro de la paridad, Argentina jugó levemente mejor que Alemania en el partido decisivo) es en sí misma una victoria.

Tras cuatro frustraciones consecutivas, la Argentina se ubicó por fin en el lugar que debería ser el natural conforme a su historia y presente: estar entre los cuatro semifinalistas.

El seleccionado argentino estuvo conformado por jugadores que en su mayoría fueron campeones mundiales sub 20 en 2005 ó 2007, u olímpicos (sub 23) en 2008. Un tiempo en el que la Asociación del Fútbol Argentino trabajaba con criterios de excelencia con los juveniles. José Peckerman había comenzado en 1994 ese camino, que continuaron Francisco Ferraro, Hugo Tocalli y Sergio Batista, los técnicos de esos equipos campeones.

A su vez, esos muchachos partieron muy jóvenes hacia Europa, obteniendo una gran cantidad de títulos nacionales e internacionales con sus clubes. A su talento natural le unieron la disciplina europea, y fueron dirigidos por los mejores técnicos del fútbol mundial.

Por ello, Argentina también era candidata, pero un escalón más abajo que Alemania. En el mismo período que Loew dirigió a Alemania, Argentina tuvo tres técnicos distintos (Maradona, Batista y Sabella) que no formaron parte del mismo proceso.

Argentina hizo un gran mundial, pero comenzó muy mal, y fue mejorando partido tras partido. Lionel Messi apareció esporádicamente, pero tres partidos se definieron por intervenciones suyas decisivas. En los últimos partidos, jugó para el equipo y no el equipo para él, como muchos pretendían, lo que lo hace aún más respetable como deportista.

Alejandro Sabella estuvo desconcertado al principio, sin lograr bajarle línea a un equipo que no sentía jugar como él prefería. Tampoco fue satisfactorio el esquema predilecto de los jugadores, en especial de la dupla integrada por Messi y Javier Mascherano, el líder del equipo quien brilló como nunca antes. Pero Sabella mostró muñeca para conducir un grupo de estrellas, y supo reconocer sus errores. Finalmente, el equipo terminó jugando en bloque, solidificando su defensa, y sacrificando poder ofensivo. Y así llegó merecidamente a la final superando a tres bravos equipos europeos: Suiza, Bélgica y Holanda.

Quedó la imagen de un equipo copero y ganador, muy respetable, con carácter y orden táctico. Se consagraron Sergio Romero, Ezequiel Garay y Marcos Rojo. Otros como Zabaleta, Demichelis, Biglia, Di María y Lavezzi rindieron conforme a sus antecedentes. Higuaín no hizo muchos goles, pero aportó al juego colectivo, aunque en la final se comió un gol increíble. Unos pocos decepcionaron, como Sergio Agüero, quien no se recuperó del todo de sus lesiones y quizás también, de situaciones personales conflictivas.

Esta selección dejó una imagen que supera holgadamente la del fútbol argentino considerado en su totalidad.

Clubes fundidos, dirigentes deshonestos, partidos aburridos, torneos irracionales, y arbitrajes escandalosos son características de nuestro fútbol vernáculo. Todo ello agregado al imperio de la violencia en manos de barras bravas asociadas a los dirigentes deportivos y al poder político. Además, en los últimos años se perdió el rumbo en las selecciones juveniles, las que ya no tienen el brillo de las que integraron loas actuales miembros de la selección mayor. Sin hablar de la manipulación política a la que se prestó el fútbol argentino en los últimos años.

Con ese panorama, es un milagro que una selección como la argentina haya salido de un contexto semejante.

Por ello, sería bueno aprovechar el impulso de este logro para empezar un proceso de purificación en el fútbol argentino, que debe empezar por la renovación estructural de su línea de dirigentes.

Mirando lo que la Argentina hizo bien en el pasado cercano, y lo que da resultados positivos en el mundo, el fútbol local deber reconvertirse para sanearse. Más que un juego, es un asunto de importancia nacional: como todo deporte pero más que ningún otro, es auxiliar de la salud y la educación y un profundo igualador social.

También es una eficaz anestesia en manos de gobiernos sin ética, pero los efectos no van más allá de los mismos días de competición. La realidad se impone siempre.

Buenos Aires, 14 de julio de 2014

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