El viejo sueño del antiperonismo





Por Mariano Rovatti

La Corte Suprema de Justicia acaba de pronunciarse ratificando la condena a seis años de prisión para Cristina Kirchner, incluyendo la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos.



En este artículo, no haré ningún análisis jurídico sobre la condena a Cristina Fernández de Kirchner. Me focalizaré en los aspectos políticos del caso, tomando en cuenta antecedentes históricos y previendo consecuencias futuras. Más allá de ser un tema judicial, su dimensión política es más relevante. Observemos primero lo que surge del devenir histórico:

En 1955, tras el bombardeo de la Aviación Naval perpetrado el 16 de junio que mató a más de 300 civiles, los jefes militares destituyeron al Gral. Juan D. Perón iniciando la autodenominada Revolución Libertadora.

Pusieron punto final a todos los programas sociales del peronismo, y cambiaron la política económica, acercándola a los principios del liberalismo y haciendo ingresar a la Argentina en el Fondo Monetario Internacional, iniciando así un camino de endeudamiento crónico.

Pero no sólo cambiaron la orientación económica y política del gobierno. Iniciaron una feroz batalla simbólica y cultural con el objetivo de borrar de la faz de la Tierra todo vestigio de peronismo.

Además de intervenir a la Confederación General del Trabajo y disolver el Partido Peronista, quemaron cuadros, destruyeron monumentos, derribaron edificios y cambiaron nombres alusivos al justicialismo. Fusilaron a los civiles y militares que se levantaron contra el gobierno de facto el 9 de junio de 1956. No satisfechos aún, institucionalizaron ese accionar destructivo emitiendo el Decreto 4161/56, que entre otras cosas, prohibía mencionar a Perón, Eva Perón y el justicialismo.

Luego, proscribieron electoralmente a Perón y al peronismo, siendo éste el movimiento mayoritario de la Argentina. En 1958, ganó Arturo Frondizi las elecciones presidenciales, luego de pactar con Perón. Cuatro años más tarde, el presidente fue depuesto luego de la victoria del justicialista Andrés Framini en la Provincia de Buenos Aires. 

En 1963, el triunfador fue el radical Arturo Illia, con sólo el 22% de los votos. Perón había ordenado votar en blanco, luego de la proscripción del Frente Nacional y Popular, que llevaba a Vicente Solano Lima y Carlos Sylvestre Begnis en la fórmula apoyada por Perón. En 1964, Illia, a través de su canciller Miguel A. Zavala Ortiz intentó detener a Perón en Río de Janeiro, frustrando así su regreso a la Argentina.

En 1972 se habilitó el regreso de Perón a la Argentina, pero el presidente de facto Alejandro A. Lanusse impuso la obligación de estar en el país en agosto, para poder ser candidato en 1973. Perón desconoció el requisito, volvió a la Argentina en noviembre y apoyó a Héctor Cámpora en marzo, quien obtuvo casi el 50% de los votos, imponiéndose en primera vuelta.

En 1976, las Fuerzas Armadas volvieron a hacer un golpe de Estado, encarcelando a la presidenta María Estela Martínez de Perón. También encerraron a gobernadores, intendentes y dirigentes sindicales, además de secuestrar y desaparecer treinta mil personas –por lo menos- la mayoría de ellas, trabajadores y peronistas.

En 1983, el radical Raúl Alfonsín derrotó al justicialista Italo Luder. Pero apenas cuatro años después, el líder de la renovación peronista Antonio Cafiero ganó la gobernación bonaerense.

En 1989, Carlos Menem, quien había estado preso durante la dictadura militar, se convirtió en presidente y gobernó la Argentina con una política económica más afín a las leyes del mercado.

En junio de 2001, Carlos Menem fue condenado a prisión por la venta de armas a Ecuador, Croacia y Bosnia, cumpliendo la sentencia de manera domiciliaria. Seis meses después, cayó el gobierno de Fernando de la Rúa, y el peronismo volvió al poder, de la mano de Eduardo Duhalde, tras una semana de Adolfo Rodríguez Saá en el sillón de Rivadavia.

Tras la transición duhaldista, llegó al poder Néstor Kirchner, y luego de su gobierno, se sucedieron dos períodos de su esposa Cristina Fernández. Ambos representaron dos estilos distintos de ejercicio del poder: el de Néstor más tradicional, el de Cristina más disruptivo.

Cristina finalizó su presidencia en 2015, pero mantuvo la centralidad de la política nacional desde entonces, jaqueada por causas judiciales. Fue vicepresidenta de Alberto Fernández, quien hoy es un cadáver político, fruto de su mala gestión y sus presuntos delitos. El deterioro del liderazgo de Cristina fue paulatino pero sin frenarse, al menos hasta esta semana.

La historia del peronismo es la de sus proscripciones, sus persecuciones, su aparente desaparición … y sus resurrecciones. El viejo sueño gorila es el de su exterminio, por la razón o por la fuerza. Pero cada golpe, cada ataque contra el peronismo ha generado siempre el efecto contrario al deseado por sus ejecutores.  El peronismo sale más fuerte y más vigente cuando es atacado por el antiperonismo ¿por qué será?

En este otoño de 2025, el peronismo está balcanizado y colecciona derrotas en las provincias. Algunos de sus gobernadores se ven obligados a pactar con el gobierno de Javier Milei para sobrevivir políticamente. Cristina Fernández preside el Partido Justicialista nacional, pero no logra convocar a líderes provinciales, sindicales y sociales detrás de un proyecto común.

Sus potenciales votantes, se quedan en sus casas desmotivados y en la provincia de Buenos Aires, el enfrentamiento con el gobernador Axel Kicillof hace presagiar la concurrencia electoral del justicialismo en forma dividida, marchando así a una segura derrota.

Pero, en un programa de cable, Cristina lanza su candidatura ¡….a diputada provincial! Su liderazgo ya no es ni siquiera bonaerense. Para el resto –no del país, sino de la provincia- es piantavotos. Sólo puede ganar en el conurbano sur.

Pero es evidente que en el antiperonismo no hay unidad de acción y de concepción. Pareciera que a Javier Milei le conviene políticamente tener de contraparte a Cristina Kirchner. Al menos, su ministro de Justicia en algún momento dijo públicamente que la causa Vialidad no tiene la solidez probatoria necesaria para condenarla.

Pero la terminal política de la Corte no es violeta sino amarilla. Con la premura generada por el próximo vencimiento del plazo para presentar listas –admitida por el juez Lorenzetti- el Tribunal decidió apurar el paso –soportando una indisimulada presión mediática- y tomar una decisión respecto de la queja presentada por los abogados de la ex Presidenta contra la sentencia del Tribunal Oral Federal N° 2,

El rechazo a la misma determina el cumplimiento de la sentencia, y por lo tanto, la detención de Cristina o su prisión domiciliaria, y fundamentalmente, su inhabilitación perpetua a ejercer cargos públicos.   

Y ello, lejos de ahondar la crisis peronista, se convirtió en un regalo invalorable (¿a propósito?). La sentencia tiene el valor de un ataque externo, que provocó un abroquelamiento de dirigentes y bases en torno a la devaluada figura de Cristina, a la que le fue devuelta una centralidad política como no tenía hace años.

Los dirigentes encuentran en la sentencia una solución a su falta de capacidad de enhebrar acuerdos a través de la negociación. Las bases no pueden dejar de percibir a la medida judicial como una proscripción de Cristina y una limitación a su propio derecho a elegir.

Cristina hoy baila en su balcón frente a una multitud que encontró el motivo para salir a gritar su descontento con una política económica y social que les resulta cruelmente agresiva. Mientras en el consejo nacional del PJ se reúnen todos los referentes partidarios más lo que se fueron de la estructura, como Sergio Massa, Guillermo Moreno o Juan Grabois (éste último detenido por unas horas por hacer un acto en un bar temático peronista al que el gobierno torpemente clausuró). Junto a ellos, los dirigentes que supieron ser aliados del kirchnerismo en el pasado, más los representantes de movimientos sociales y sindicales. Una mesa de coincidencias, entre personas que hace años no se hablaban. El frente nacional y popular fue recompuesto en horas gracias a una decisión judicial, que en realidad, es política.

El próximo miércoles, Cristina se presentará ante la Justicia para que se concrete su detención carcelaria o domiciliaria. La acompañará una multitud. Salvando las distancias, tendrá su 17 de octubre. ¿Qué pasará a partir de allí? ¿Esta súbita unidad se convertirá en una realidad estable? ¿Aguantará la política económica hasta octubre y así permitirle al gobierno ser competitivo electoralmente? ¿Cómo evolucionará el humor social?

Una vez más, la política argentina en toda su dimensión.

 

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