La milagrosa curación de nuestra Presidenta

por Carlos M. Reymundo Roberts


Todo fue fuerte. Muy fuerte. Por momentos pensé que no podría resistirlo. Su entrada triunfal, Cristina, me pareció increíble. Se la veía espléndida como siempre. Sonriente, sana, entera. Llevando con extraordinaria dignidad, y diría que hasta con orgullo, su cicatriz. Y todo el salón puesto de pie, en un aplauso que tenía mucho de admiración y de gratitud: la reina había vuelto a ocupar su trono, ese trono que Boudou tan bien cuidó durante 20 días. Ni lo tocó.(si no sale el artículo completo, cliquear en el título)

Desde mi rincón en el fondo (ya sabe que odio los primeros planos), la veía a Usted, veía la figura de Evita en esa suerte de retablo, veía la bandera, oía la ovación, y pensaba: qué hemos hecho para merecer tanto. La Providencia tiene esas cosas. Cuando quiere jugar a lo grande, no repara en gastos. Nos estaba regalando su regreso y nos premiaba con el momento histórico en el que Usted, sublime y maravillosa, parecía decirnos: "Tranquilos, acá estoy".

Señora, valió la pena la espera. Valieron la pena esas dos semanas sin un parte médico (aunque comprendo que no habíamos estado muy duchos en ese rubro), sin una sola información oficial. Ese suspenso interminable. La desaparición del vocero Scoccimarro. Ese misterio sobre si se iba al Sur o a Chapadmalal o se quedaba en Olivos. Ese jugar siempre a las escondidas. Entiendo y acepto que si no nos decían nada era porque no teníamos que saber nada. Está muy bien que Usted tenga -con perdón de la palabra- el monopolio de la información sobre su salud y sus movimientos.

Pero volvamos al acto. Qué bien preparado estaba todo. Los aplausos. La puesta en escena. La sonrisa sincera de Boudou. Los aplausos. Las ausencias de Scioli y de Moyano. El lugar preferencial para Mariotto. La entereza con que asumían su segundo plano Timerman y Lorenzino. Los esfuerzos de Abal Medina, con su carita de Primera Comunión, para dar el porte de jefe de Gabinete. Los aplausos.

Qué lindo verla a Usted a sus anchas con los golpes de efecto que habíamos preparado, paseándola por medio país -gracias al sistema de interconexión- para inaugurar cloacas, escuelas, rutas. Qué enternecedor cuando, muy fresca, le retribuyó los saludos a un señor mayor que aparecía en la pantalla: "A vos, peladito".

Pero lo mejor, otra vez, fue el discurso. A los que esperaban una merma en su garganta o en su espíritu les decimos: falso positivo; está con más pilas que nunca. Me pregunto cómo hace para, después de su convalecencia, abordar temas tan disímiles como el informe Rattenbach, las evaluadoras internacionales de riesgo o el precio del cuero. No se me escapa que cometió errores, pero lo importante es la actitud. Dijo, en un descuido, que en desempleo se había logrado "perforar el 7", y cuando se dio cuenta de lo poco feliz de la frase, lejos de seguir como si nada, empezó a bromear con ella. "Perforamos el 7, ja ja ja ja, lo perforamos." A eso llamo actitud. Es lo que uno espera de su líder.

Sí, fue una de sus mejores piezas oratorias. Y lo digo aun sin haber entendido todo. Por ejemplo, yo creía que los Eskenazi seguían siendo nuestros amigos y no que eran parte de "los avivados" a los que hay que combatir. O que estábamos preocupados porque el superávit comercial cayó por segundo año consecutivo, y por eso Moreno estaba cerrando hasta las entradas de aire, y resulta que Usted lo calificó de "excelente".

Tampoco me cierra eso de que el modelo esté en peligro y haya que defenderlo "con todo el peso de la ley", si hace apenas tres meses fue votado por el 54% del país. En cambio, que al ajuste lo llamemos "sintonía fina" es un hallazgo. Quién va a organizar una protesta con pancartas que digan "¡No a la sintonía fina!" Quién puede calificar a la sintonía fina de "salvaje".

El mensaje también fue un himno a la espontaneidad. Creí morir de admiración cuando la oí decir que, para convencer a los que no creían en su operación, se había pensado en llevar allí su glándula extirpada. Y que no lo había hecho porque le parecía "too much". ¡Qué lástima! Era una idea de lo más original. Imagínese la foto de Usted con su tiroides: la grandeza y la pequeñez; la salud y la enfermedad; el bien y el mal.

Y ese "too much"... Me encanta cuando tira palabras en inglés, aunque a veces la pifie con la pronunciación. En pleno conflicto por las Malvinas, es una forma de decirles a los ingleses: "Ojo, no se hagan los vivos que entiendo perfectamente lo que están diciendo".

La apoteosis llegó al final, al decirnos, en ese tono intimista tan subyugante, que no había habido falso positivo, diagnósticos equivocados, conflicto entre patólogos, partes médicos imprecisos o apresuramiento en la comunicación. La explicación era mucho más sencilla. Si ya no tenía cáncer se debía -nos reveló- a que había ocurrido un milagro. ¡Epa, un milagro! Esas son palabras mayores. Quiere decir que todo fue un hecho sobrenatural. Que ahí estuvo la mano de Dios. Realmente conmovedor. Ante alguien a quien no sólo votan en la Tierra, sino también en el Cielo, yo me inclino. Mirado en términos políticos, qué flor de alianza, Cris. El Todopoderoso de nuestro lado (¿no estará Néstor haciendo de las suyas allá arriba?).

Imbuido de este espíritu, miro a las alturas y pronuncio la palabra que lo dice todo: Amén.

Publicado en La Nación

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