Actualidad económica: nubarrones

por Héctor Blas Trillo

Nunca el intervencionismo ha resuelto de raíz los problemas económicas. Mucho menos lo hizo el uso de artilugios monetarios. Un apretado resumen es lo que pretendemos hacer a continuación para intentar explicar por qué no somos optimistas.

Transcurrido prácticamente el primer mes del año, podemos ver que los problemas que han venido acumulándose en el llamado “modelo” del actual gobierno, permiten vislumbrar un futuro con no pocas turbulencias. (si no sale el artículo completo, cliquear en el título)
A esto se suma la situación internacional, que amontona problemas especialmente en la denominada zona euro.
Es evidente que la desaceleración de la economía mundial seguirá este año afectando de tal modo los ingresos por exportaciones, más allá de las políticas que asuma el gobierno argentino en tal sentido.
La expectativa de una mayor fortaleza del dólar contra el euro, también opera de manera negativa sobre los valores nominales de las commodities, probablemente del orden del 15º 20%, dado que éstas cotizan en dólares.
En materia local, ya estamos viendo que el ajuste económico, financiero y fiscal es decididamente generalizado y, en varios casos, de magnitudes francamente inauditas.
A la quita de subsidios sobre tarifas energéticas y del transporte se agrega la suba de los impuestos provinciales y las llamadas tasas municipales. Los aumentos afectarán también los costos escolares y la medicina prepaga. En el caso de esta última, además, es considerada en cierta forma suntuaria, por lo que debe soportar toda la carga que normalmente los actuales gobernantes atribuyen a “los ricos”.
En materia de comercio exterior, las restricciones cambiarias y los permisos generalizados de importación, se agregan a las restricciones ya vigentes, y las insólitas limitaciones sobre las exportaciones.
La balanza comercial tiende a deteriorarse mientras el gobierno intenta que ello no ocurra mediante una política restrictiva que viene generando problemas muy serios con los países que no solamente le venden a la Argentina, sino que además le compran; lo que genera restricciones y prohibiciones de tales países para responder así a las restricciones locales. Esto está viéndose especialmente con los países del Mercosur, y muy notablemente en el caso de Brasil. Por su parte, las restricciones de las importaciones afectan la recaudación tributaria, cosa que también se produce ante la baja de las materias primas en el mercado internacional. El país debe también importar cantidades crecientes de energía eléctrica, gasífera y de combustibles líquidos para abastecer el mercado, con el correspondiente efecto negativo sobre la balanza comercial.
A todo eso se le suma la sequía, que si bien contribuye de manera especular a que no bajen tanto los precios de las commodities, significa una merma de importancia en la próxima cosecha, que algunos especialistas señalan, rondaría el 20%.
Mientras tanto, el verdadero cierre de fronteras tendiente a “sustituir importaciones” según el lenguaje oficial, provoca como se sabe suba de precios y merma de la calidad por falta de oferentes de productos alternativos. A ello se le suma el proceso inflacionario originado en el expansionismo monetario derivado de la política del Banco Central. Tal proceso tiene dos efectos fundamentales, aparte de la suba adicional de los precios: la financiación del déficit público por esa vía, y una mejora relativa a valores nominales de la recaudación tributaria por el efecto precio en pesos.
Por otra parte, el control del tipo de cambio tiende a evitar una espiral inflacionaria de magnitud incontrolable, pero también tiene efectos colaterales, como por ejemplo que la base monetaria en expansión se quede sin “reservas de libre disponibilidad” en el Banco Central que la sostengan a menos que se compre moneda extranjera (o no se venda) en proporciones similares a tal expansión, descontando claro está la propia devaluación oficial de la moneda.
Como se sabe, la “cuenta” que suele hacer el actual gobierno se basa en considerar cuánto es el dinero circulante y qué cantidad de reservas hacen falta para garantizar su valor. Por ende cuanto más se devalúa el peso hacen falta menos reservas de libre disponibilidad, pero como la expansión monetaria llega a casi el 40% anual y la devaluación no llega al 10%, es obvia la necesidad de contar con más reservas. Como éstas se utilizan entre otras cosas para pagar los servicios de la deuda externa, el cuello de botella que se produce es realmente preocupante.
La actual política económica se basa en intentar corregir los problemas con intervencionismo, y los problemas derivados del intervencionismo, con más intervencionismo. Como entendemos está claro, tal intervencionismo genera arbitrariedades e imprevisibilidades de magnitud. Así se desalientan adicionalmente las inversiones, ya bastante trabadas por la incertidumbre derivada de las limitaciones a las importaciones, los controles de precios y la falta de claridad y continuidad de las normas.
En este marco, desde los sectores industriales viene pugnándose por una mejora del tipo de cambio, algo que se logra de manera indirecta al reprimir importaciones, pero que afecta los costos del sector agroindustrial en la medida en que mientras las exportaciones agrarias soportan impuestos que determinan un dólar de menos de 3 pesos, los costos suben al sostenido ritmo de la verdadera tasa de inflación y de los aumentos de los precios, precisamente, de los bienes industriales que insume el sector.
En el medio de todo este panorama, se suscita el conflicto con la CGT y en particular con Hugo Moyano, otrora firme aliado del gobierno y hoy poco menos que el paladín del enfrentamiento. Sin pretender darle a este comentario un tono político, las declaraciones del líder camionero apuntan a no aceptar los techos en las negociaciones salariales; y también a no respetar bajo ningún concepto las mediciones inflacionarias del INDEC. Con lo cual la perspectiva de mayores conflictos está a la vista.
El afán recaudatorio lleva al gobierno a su vez a posponer reformas tributarias que impliquen el reconocimiento de la inflación en prácticamente todos los gravámenes nacionales; y al parecer también a la pretensión de utilizar como moneda de cambio ante los sindicalistas que pretenden la suba del mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias. En el medio, una reforma a la ley de entidades financieras, restricciones a la distribución de dividendos (especialmente al exterior) y un posible impuesto a las transacciones financieras adicional al de ganancias, están en la mira.
Los analistas esperan, pese a toda esta gama de complicaciones, que la economía argentina siga creciendo aunque a un ritmo menor y con una tasa de inflación cercana al 30% anual.
El cierre de la economía y la búsqueda de una mayor demanda interna mediante artilugios monetarios no parece ser algo novedoso. En rigor ha venido ocurriendo en el país desde hace varias décadas. Por ello, en lo personal no consideramos que pueda arribarse a resultados muy diferentes a los ya acontecidos en tantas gestiones de gobierno.
La aplicación de mayores restricciones, incluso de leyes coercitivas (como el terrorismo económico o la ley de abastecimiento) con acusaciones de “golpes de mercado” no han demostrado servir en situaciones similares, al menos en materia económica. Creemos que no servirán tampoco ahora. O mejor dicho, servirán menos que nunca.
Veremos finalmente la reacción de la población (y del propio gobierno) cuando los exorbitantes aumentos de tarifas e impuestos lleguen a conocimiento de los sufridos usuarios y contribuyentes. Podemos asegurar que en muchos casos los saltos serán de una magnitud que resultará difícil de asimilar, y hasta difícil de creer.
Los nubarrones no son pocos y están expuestos brevemente en este trabajo. Esperemos los acontecimientos.





Buenos Aires, 30 de enero de 2012

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