Miércoles de ceniza

por Alvaro Abós

A las seis y cinco de la mañana del lunes 12 de julio de 1930, en medio de una espesa niebla, un tranvía de la línea 105 que unía Lanús con Retiro se disponía a atravesar el Riachuelo por el puente Bosch. El conductor no advirtió que el puente estaba levantado para que pasara un barco. El tranvía cayó al Riachuelo. Murieron ahogados 56 de los 60 pasajeros. Raúl González Tuñón cubrió esa tragedia para el vespertino Crítica y tituló su crónica "El sándwich de milanesa". Lo llevaba en el bolsillo una de las víctimas, un chico de doce años que iba a trabajar. Todos los muertos eran obreros de Avellaneda y otros barrios del Sur. Natalio Botana, el director de Crítica, publicó en primera página la nota de Raúl González Tuñón, quien después se convertiría en uno de los grandes poetas argentinos, pero que entonces era sólo un reportero principiante. La historia del tranvía caído en el Riachuelo es hoy una página legendaria de la memoria social argentina. Ha inspirado libros y películas. Aquella tragedia se convirtió en emblema de la década del 30, que entonces se iniciaba. Una década oscura, triste, indigna.(para leer el artículo completo, cliquear sobre el tìtulo)

Han pasado más de 80 años. El tiempo convierte el dolor en nostalgia. Jóvenes cronistas como González Tuñón escribieron o filmaron el miércoles pasado, Miércoles de Ceniza, otras notas tan emotivas, tan tristes.

La tragedia de 1930 tenía sus explicaciones: la niebla, el puente, el sueño en la madrugada. Sin embargo, su núcleo era similar a la tragedia de Once. La ciudad de Buenos Aires es un ogro que devora a sus habitantes. El país de 1930 tenía doce millones de habitantes, pero ya padecía la macrocefalia porteña. Hoy, sólo en el área metropolitana, viven 14 millones de argentinos, muchos de los cuales cada día se desplazan al centro de la ciudad, convirtiéndola en un caos. El transporte público urbano y suburbano es una pesadilla. Una expresión coloquial se ha convertido en verdad tan sabida como intocable: "Viajamos como animales".

Como muchos de mis colegas, he escrito ya tantos artículos clamando contra esta situación que siento vergüenza por repetirme, si no fuera que la indignación me alimenta.

Mintieron. Néstor Kirchner, cuando pretendía ser presidente, en 2003, también denunciaba: "Los argentinos viajamos como animales". Y prometía revertir la situación. No hicieron nada para eliminar el infierno urbano: concesionarios que no invirtieron y en cambio prefirieron lucrar, funcionarios inútiles, organismos de control que ni siquiera se constituyeron, jueces que hicieron la vista gorda ante denuncias concretas que anticipaban la inminencia de una catástrofe?

No tenemos esperanza alguna de que la Justicia dilucide responsabilidades. Seguirán impertérritos. El secretario de Transportes de la Nación les echó la culpa a los pasajeros porque "como buenos argentinos, todos se corrían a los vagones de adelante". El Gobierno se aferra a la teoría del error humano. Y repite que accidentes de trenes suceden en todos los países del mundo. Sí, pero en ninguno un hecho semejante fue anticipado y prenunciado mil veces: hubo once muertos sobre esas mismas vías en septiembre de 2011 en Once. Entonces no funcionaron las barreras. Hubo choques de locomotoras y percances varios. La estrategia del Gobierno es primero callar, después negar la realidad. Después, acusar al concesionario, cuya cabeza se preservará todo lo posible, pero que, de última, se entregará a las fieras.

Sucede que a estas alturas, el Gobierno ya no puede echar la culpa de nada al pasado. Hace nueve años que gobierna el kirchnerismo. El pasado son ellos.

La Presidenta, mientras los argentinos morían aplastados, se preparaba a inaugurar Automovilismo para Todos, otra etapa del circo deportivo. O para hacer algún anuncio sobre el Atlántico Sur, un mundo tan lejano a la vida concreta de los argentinos como Marte. La Presidenta tardó catorce horas en mandar un pésame en forma de comunicado. Como en Cromagnon, elegirán algún chivo expiatorio y le cargarán las culpas. Hasta que pase algo de tiempo y se olvide todo.

Evocar el tranvía en el Riachuelo es un ejercicio de nostalgia, sentimiento consolador porque el dolor sólo se conjuga en tiempo presente. Pero esa nostalgia no es vana porque nos señala la decadencia argentina. Todos lo sabemos. Aquel maldito tranvía se sigue cayendo al Riachuelo cada madrugada. Pero ya no hay excusas. Se disipó la niebla, no hay puentes. El miércoles 22 de febrero fue un día de sol radiante. Sol negro. Debería ser -Miércoles de Ceniza- el día de la expiación de los pecados.

Millones de argentinos viajamos en trenes sin frenos. Es la selva. Lo sabíamos antes de este Miércoles de Ceniza, pero ahora lo sabemos en el dolor de cincuenta y una vidas truncadas.

Publicado en La Nacion.

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