24 de marzo de 1976

por Carlos Campolongo



Pienso, la historia puede resignificarse, como verdad o simulación. Los acontecimientos no varían de un año para otro. Sobre todo en las vivencias personales. Por eso comparto esto con ustedes. En una noche como hoy faltaban pocos minutos para que se desplegase con toda su furia lo siniestro en nuestra Argentina.

En una noche como esta hace treinta y (seis) años. Tenuemente menos calurosa. Faltaban pocos minutos para que se precipitara la noche más siniestra de nuestra historia argentina contemporánea.(para leer el artículo completo, cliquear en el título)

Yo tenía 28 años y había sido designado Jefe de Gabinete de asesores de la Secretaría de Prensa y Difusión. Había sido nombrado por el Secretario, mi amigo y compañero, Osvaldo Papaleo. Designado el 26 o 27 de diciembre de 1975.

Había aceptado la responsabilidad pese a todos los rumores de un inminente golpe contra el gobierno constitucional de la Presidenta Isabel Martínez de Perón. Pese a haber sido despedido de mi trabajo por la bandas loperzreguistas en dos oportunidades, como después lo harían los militares con las listas que confeccionaban en las propias redacciones. En contra de la opinión de algunos amigos colegas que me aconsejaban “no meterme”, que “ya no había nada que hacer”. Entonces yo era cronista parlamentario y trabajaba en el diario “La Opinión”. Pedí licencia sin goce de sueldo por el ofrecimiento que acepté con plena convicción. Me la otorgaron hasta el día en que me pidieron una infidencia que yo me negué a brindar. Entonces me intimaron a que “retomara tareas”, sabiendo que no podía hacerlo y me despidieron.

Durante toda la tarde del 23 arreciaron los rumores de golpe. Innumerables compañeros llamaban desde todo el país a la Secretaría, relatandome haber visto “movimientos de tropas”. Yo había sido testigo de varias asonadas militares desde chico. Contra el General Juan Perón, contra Arturo Frondizi, azules y colorados, liberales y nacionalistas, y hasta el bochornoso episodio de una compañía de gases de la Policía Federal echándolo al Presidente Arturo Illia. Aclaro que estoy haciendo una crónica y no un análisis histórico porque sería largo y complejo resumirlo aquí.

Sabía que podría ocurrir, pero tenía la esperanza que las cosas pudiesen encauzarse El gobierno de Isabel era débil por varios motivos. Pero ya faltaban solamente ocho meses para las elecciones. Jorge Rafael Videla había amenazado, tres meses antes, con que “el reloj ha iniciado su cuenta regresiva”. En estos días ese mismo personaje manipulando palabras y situaciones de la manera más burda afirmó que la Presidente Isabel “le había pedido ayuda” y hace algunas semanas que el doctor Ricardo Balbín le había dicho “que actuaran cuanto antes”. Montaje para un juicio benévolo que la historia no le otorgará a él y sus cómplices.

Esa misma tarde del 23 recibí el llamado de un periodista que me pedía una ratificación sobre una información que poseía. Me preguntaba “si se sabían en el Gobierno que tres oficiales de las Fuerzas Armadas irían a pedirle la renuncia a la Presidente”. Y a continuación me identificó tres nombres que yo, apuradamente, garabateé en un papel. Esos nombre eran: “General Villareal, Brigadier Lami Dozo y Contralmirante Santamarina”; así sin los nombres sólo los apellidos.

Atravesé la galería que lleva al despacho presidencial donde se desarrollaba una reunión de gabinete amplia en la que estaban los presidentes de la Cámara de Diputados y Senadores y algunos dirigentes gremiales importantes. Pedí urgente por Papeleo y le relaté la cuestión entregándole el escrito Lo agarró y volvió a la reunión. Al terminar me contó que Isabel en tono tranquilizador le dijo “…m’hijo quédese tranquilo que no hay ningún General Villareal en el escalafón del Ejército”. A pocas horas del golpe el citado militar era designado como Secretario General de la Presidencia.

Luego de febriles reuniones entre civiles, civiles y militares y la cúpula militar, sobre el filo de la noche, el Ministro de Defensa, Jose Deheza, manifestó a la Presidenta y sus colegas que se abría un compás de espera hasta el día siguiente. Al ir abandonando la Casa de Gobierno, desde un balcón en el que estaba con otras compañeras y compañeros vi a Lorenzo Miguel, secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, que dirigiéndose a nosotros nos dijo argot turfístico: “pagamos dos con treinta” como gesto aliviador de tantas tensiones.

Con Papaleo nos dirigimos al Ministerio de Trabajo que estaba emplazado donde ahora funciona el polémico INDEC. En el tercer piso tenía su asiento el Ministro. El recordado compañero Miguelito Unamuno. Antes de entrar me crucé con los colegas Ricardo Kirschbaum , Héctor Demarchi y alguien más que no recuerdo que venían de cenar y retornaban a su trabajo en el matutino Cronista Comercial. Cuyo director Rafael Perrotta integra la nómina de desaparecidos al igual que el “gordo” Demarchi. Fue la última vez que lo vi.

Mientras aguardaba en la secretaria de Unamuno recibí un llamado del periodista Roberto García, que por entonces trabajaba en La Opinión. García me dijo que tenía la información que la Presidenta no había llegado a Olivos. Había salido de la Casa de Gobierno en helicóptero, que en ese entonces tenía su lugar de aterrizaje en el propio edificio. Escena documentada y que se convirtió en un desasosiego atávico para gobernantes en nuestro país y otros rincones del mundo. Inmediatamente traté de tomar contacto con Olivos, el conmutador sonaba y sonaba y nadie respondía. De pronto interfirió una voz que dijo:”déjense de joder y váyanse de ahí porque los vamos a ir a buscar”. Fue entonces que decidí irrumpir en la reunión de los dirigentes gremiales que estaban comandados por Lorenzo Miguel junto a Unamuno. Relaté la conversación y me encomendaron que me dirigiera a la Casa de Gobierno. Al mismo tiempo un colaborador mío me había alertado así: “Ché aquí pasa algo raro, están llevando a todo el personal al Patio de las Palmeras (lindante con el Ministerio del Interior) y no dejan entrar ni salir a nadie”. Crucé la Plaza de Mayo que ya estaba desierta y pretendí entrar por la puerta principal donde solían estar dos granaderos ataviados con sus uniformes históricos. La Casa de Gobierno estaba a oscuras, lo que me llamó la atención, y cuando alcance la puerta cerrada, del otro lado me atendió una persona vestida de civil y con el cabello muy corto. Me identifiqué y le solicité que me franqueara el acceso. Su respuesta fue tajante: “Por orden del jefe de la casa militar no puede entrar nadie”. La revelación fue instantánea. Era lo que había anticipado el título del vespertino La Razón de esa tarde: “Todo está dicho”.

Casi corriendo atravesé la Plaza de Mayo, tome la Diagonal Sur y volví al Ministerio. Irrumpí, nuevamente, en la reunión y comuniqué lo acontecido. Lorenzo Miguel saltó como un resorte y dijo: “Paro general”, todos los presentes apoyaron. Enseguida intenté comunicar la decisión a la agencia Télam que presidía un querido compañero, el “petiso” Fernando Garcia Della Costa. El viejo teléfono de magneto sufrió mi embestida a la manivela. Apenas me atendieron la comunicación se cortó y otra vez la advertencia: “rajen de allí porque los vamos a ir a fusilar”.

Decidimos abandonar el edificio con un gesto que no olvidaré jamás. Bajamos los tres pisos entonando la marcha peronista. Algunas crónicas del día siguiente con intención sibilina llegaron a afirmar que “en el apuro” Lorenzo Miguel se olvidó el saco, lo cual era mentira.

Me reuní con Osvaldo en la salida del Ministerio. El quería volver a su casa. Yo le dije que era una imprudencia que no sabíamos de qué se trataba. La verdad es que nunca imaginé que la violencia, el terrorismo de Estado, la máxima crueldad, y todo lo que hoy conocen y rechazan la mayoría de los argentinos podía suceder como sucedió.

Dije que era una crónica y no un análisis, pero por honestidad espiritual e intelectual no la quiero cerrarla sin estas afirmaciones.

Todavía falta interpretar acabadamente en qué marco se dio el nacimiento de la guerrilla y el vértice de la conducción que decidió la “militarización” de la política y las metodologías violentas cuando se había legitimado y legalizado la democracia casi un 70% de los argentinos votando por el General Juan Perón.

Las estrategias de dominación tienen mil cabezas. Y la contracultura en la sociedad del consumo tiene sus funcionalidades para el “statu quo”.

No me olvido del “brujo” López Rega pero fue el propio peronismo, en particular el Movimiento Obrero, el que lo hizo renunciar y lo echó del país. Los movimientos populares no pueden escapar a las contradicciones y el nuestro tampoco.

Reconozco las debilidades y limitaciones de Isabel. Puedo criticar políticamente a algunas personas de su entorno. Pero, también con honestidad, debo reconocer los años de privación de su libertad cuando ella podía haberse liberado de la carga simplemente renunciando y entregando al Movimiento. Era la esperanza de Massera. No lo hizo y me parece que esas actitudes, provenientes de una mujer y viuda, hay que ponerla en el platillo de la balanza. Dentro del Movimiento Peronista – y lo dice alguien que nunca fue un verticalista isabelista – Isabel Martínez de Perón fue leal con el Movimiento. Sé que esto puede sonar molesto en muchos oídos, pero no me guío por lo “políticamente correcto”, sino por lo que mi experiencia, mis sentires y mis convicciones me comprometen en cuanto a la palabra histórica. Es mi punto de vista.

Por más “opinión pública” que haya estado conforme con el golpe (que además de actuar la camarilla militar, como solía decir el General), estuvo alentada con lock outs patronales y el encumbramiento final de José Alfredo Martínez de Hoz y otros fundamentalistas de diversos pelajes, encubrieron esa noche que nunca imaginé que ocurriría entre nosotros.

Tuve miedo, sin razón para tenerlo. Era el objetivo del disciplinamiento. Que nos paralizáramos, que desconfiáramos unos de los otros. No sé si esto es o no la teoría de los “dos demonios”. La resistencia violenta frente a la democracia, para mí, nunca tendrá justificación.

Tuve miedo y me quedé en el país porque no tenía porque irme. Presenté recursos de habeas corpus por personas desaparecidas, en mi condición de abogado, poniendo mi firma. No me dedique en la profesión de abogado a ejecutar deudores de la 1050. Y hoy no quiero someterme a simulaciones, imposturas oportunistas, no quiero sobreactuaciones, no quiero hipocresía. No deseo una nueva versión de pensamiento único y obediencia debida. Quiero ayudar a suturar el quiebre, muchas veces inadvertido, activado bajo otras formas. No solamente por los aspectos más crueles de los secuestros, torturas, robo de bebés y muertes, sino además por el desgarramiento, el miedo expandido, el contexto para el individualismo exacerbado y un proyecto económico que ni siquiera los peronistas hemos logrado reequilibrar dignamente, con trabajo y producción y una democracia consensual. No en la lógica totalitaria del que no está conmigo es mi enemigo. Sabiendo que estamos frente a un mundo complejo, maravillosamente complejo en el cual jóvenes, adultos y ancianos siempre tenemos algo para aportar. Lo nuevo puede anidar en lo más viejo. Y el viejo puede ser joven y el joven viejo. No hay nueva y vieja política; hay política mejor o peor. La política debe volver a ser una buena palabra, las instituciones una cosa cercana, y todos no importa en qué condición social volver a reconquistar la confianza sin la cual es imposible construir una comunidad organizada.

Que no solamente para un argentino no haya nada mejor que otro argentino, sino que hagamos una opción preferencial por los pobres y excluidos, cuidándonos los unos a los otros. No sé si lo que expresé es conservador o progresista. De izquierda o de derecha; poco me importa, lo que expresé es un sentir existencial y no analítico y es el proyecto que guía mi peronismo, acercarnos a la “felicidad del pueblo”, el resto se va logrando con trabajo, tiempo, y poco a poco.

NdelaR: esta nota es una reflexión del autor hecha en su perfil de Facebook, sin título.
En esta fecha tan especial, compartimos su testimonio, que expresa una dimensión del golpe que se mantiene bastante oculta, por haberse armado un discurso único contra la dictadura, maniqueo, simplista, subjetivo e intolerante, estimulando la formación de dos bandos extremos e irreconciliables. Hoy se apela a la "memoria" que es subjetiva y parcial y no a la "historia" que es una ciencia y exige esfuerzo y honestidad intelectual. Ojalá que después de los juicios y los castigos justos, venga otro "nunca más": nunca más al odio fraticida entre los argentinos.MR

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