Fin de ciclo



En un acto casi sin precedentes, el Papa Benito XVI renunció al trono de la Iglesia Católica. Joseph Ratzinger admitió una cruenta batalla intestina en el Vaticano, y públicamente se quejó del rostro desfigurado de la Iglesia y de las divisiones en el cuerpo eclesial, convocando a los cardenales a superar rivalidades e individualismos y a abandonar actitudes que buscan el aplauso. (para seguir leyendo, cliquear en el título)


Oficialmente, los motivos de la renuncia son el la avanzada edad y la delicada salud del pontífice. Si bien ambas circunstancias son ciertas, resulta determinante la pérdida de liderazgo de Benito XVI sobre los cuadros dirigentes del catolicismo.

Una muestra de ese desgaste es que se hizo evidente que la sucesión del Papa se abrió en vida de éste. El cisma entre los dos sectores que pugnan por conducir a la iglesia católica es cada vez más hondo y desembozado.

El VatiLeaks, escándalo suscitado por la filtración de archivos secretos en los que surgen sospechas de corrupción en las licitaciones inmobiliarias del Vaticano y de manejos financieros irregulares en su Banco, constituyó un hito que puso al desnudo el quiebre político dentro de su conducción.

Analistas especializados en la política vaticana hallarían en Angelo Sodano a uno de los ideólogos de la filtración de datos. Sodano fue Secretario de Estado de Juan Pablo II, de quien era un hombre de confianza. El destinatario de la operación sería su sucesor , Tarcisio Bertone, principal espada política de Ratzinger. Todos los archivos filtrados dejaron mal parado a Bertone.

Sodano es un exponente de la vieja diplomacia vaticana, mientras que Bertone carecía de antecedentes en dicho cuerpo, accediendo a su cargo por la confianza ganada a Joseph Ratzinger desde los tiempos de cardenal.

Frente a la renuncia de Benito XVI, la lucha de poder se centrará en el seno del cónclave, integrado por los 117 cardenales electores. Allí se medirán el sector de Bertone, afin a la ortodoxia benedictista, y el grupo de Sodano, formado por representantes juanpablistas. La mayoría de los primeros fueron designados por el actual Papa.

Uno de los favoritos para imponerse es el arzobispo de Milán, Angelo Scola, amigo personal de Ratzinger. Otros posibles candidatos son el italoargentino Leonardo Sandri (nº 3 en la actual estructura política del Vaticano) el arzobispo de San Pablo Odilo Scherer (el latinoamericano más representativo), Thimoty Dolan, obispo de Nueva York, Christoph Schonbom, arzobispo de Viena, el filipino Luis Tagle (uno de los más jóvenes y carismáticos), Joao Braz de Aviz, arzobispo de Brasilia, el italiano Granfranco Ravassi (ministro de cultura del Vaticano), el ghanés Peter Turkson (de raza negra) y el canadiense Marc Oulliet. Al arzobispo porteño Jorge Bergoglio, segundo en la votación que consagró a Ratzinger, esta vez no figura entre los papables.

Más allá de los nombres, la discusión que se dará dentro del cónclave será sobre el rumbo del catolicismo en el mundo. El exitoso papado de Juan Pablo II significó un gran crecimiento de la iglesia católica a nivel mundial, de la mano de la derrota del comunismo, principal enemigo de Karol Wojtila. Esa expansión permitió la coexistencia de sectores heterogéneos, tanto en lo ideológico, como en las costumbres y estilos de vida. Ese proceso se había iniciado con el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII que generó un aggiornamiento en las costumbres y en los dogmas católicos. Esa tendencia fue continuada por Pablo VI y Juan Pablo I.

A la muerte de Wojtila, se abrían nuevos desafíos para el Vaticano: ya no existía el bloque comunista en el poder, pero ya existían otras amenazas: el creciente secularismo, la expansión de las iglesias cristianas evangélicas y el auge de las creencias de origen oriental, todas a expensas del catolicismo. La llegada de Ratzinger implicó la implementación de una política conservadora y dogmática, de fuerte afirmación de las tradiciones y creencias antiguas de la iglesia católica. Frente a la apertura que caracterizó a Juan Pablo en varios aspectos, Benito representó una cerrazón sobre sus principios. Frente a los casos de pedofilia y corrupción, la política del actual pontífice fue de mano dura, pero sin plantear modificaciones en cuestiones como el celibato, las relaciones sexuales no matrimoniales y la homosexualidad. Los procesos mencionados en el párrafo anterior, lejos de cambiar, se han profundizado.

El catolicismo necesita una actualización doctrinaria que no pasa por la utilización del Twitter papal, o que se disponga la derogación del limbo. Dar respuestas en un lenguaje llano, concreto y positivo a las preguntas esenciales del hombre y la mujer de hoy, en el mundo real, podría ser un buen comienzo para su recuperación, junto a la desarticulación de la superestructura religiosa, convertida en un factor de poder en sí mismo, y no en un medio para la salvación de la humanidad a través de la Fe. Al fin y al cabo, éso fue lo que hizo Jesucristo hace veinte siglos.

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