La Argentina de pronto “regresa” al mundo



por Emilio J. Cárdenas

Con su rápida concurrencia -y activa participación- en la reciente sesión del influyente Foro Económico de Davos, en Suiza, el presidente Mauricio Macri -que encabeza el nuevo gobierno de la República Argentina- envió al mundo una señal clara: “Estamos de regreso”. De este modo se revierte el grotesco proceso de encierro -y aislamiento voluntario- que había impuesto al país la política de su fracasada predecesora, Cristina Fernández de Kirchner.

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Hasta ahora, la Argentina vivió una década triste, para el olvido, durante la cual en materia de política exterior hizo esencialmente dos cosas: (i) encerrarse en la sub-región (América del Sur); y (ii) interrumpir -casi totalmente- el diálogo político con los Estados Unidos y con la Unión Europea. Todo ello envuelto en una verborragia retórica anti-occidental y en un interesado acercamiento a Rusia y China.

Encerrarse en la sub-región formó parte de una política diseñada en La Habana y Caracas, con la anuencia de Brasilia y Buenos Aires, consistente en dialogar con el mundo prácticamente sólo a través de MERCOSUR y UNASUR, dos entidades transformadas en auténticos eunucos económicos y que, traicionando a sus objetivos originales, devinieron púlpitos para el discurso “bolivariano” donde algunos pocos sentenciaban -desde el resentimiento- y los demás aplaudían automáticamente.

La idea central era la de sostener -a toda costa- la marcha de la izquierda de la región, disimulando sus peligrosos avances sobre las instituciones centrales de la democracia y sobre las libertades civiles y políticas de sus ciudadanos.

Para ello hasta la “Organización de Estados Americanos” (que agrupa a todas las naciones del hemisferio, sin excepción) devino incómoda para la izquierda regional. Particularmente por el corajudo accionar de sus organismos especializados dedicados a la defensa de las libertades, incluyendo a aquella que más incomoda a los autoritarios: la libertad de opinión y de expresión.

Por eso se pensó en encerrarse en los órganos de la sub-región: los puramente sudamericanos. En los que nadie desentonara respecto de un discurso único: el oficial de la sub-región, de tono izquierdista y posiciones comunes llenas de hipocresía y de inverosímil cinismo.

Por eso también el empeño constante por tratar de desnaturalizar a los organismos encargados de la protección de los derechos humanos, ahora reemplazado por recientes designaciones de funcionarios que ideológicamente están alineados, de uno u otro modo, con los “bolivarianos”. Con zorros en el gallinero, entonces.

Lo cierto es que todavía hoy, la sub-región no se anima a calificar a Venezuela como nación en la cual las instituciones de la democracia están deformadas y en la que las libertades civiles y políticas, así como los derechos humanos, están cercenados y son violentados sistemáticamente por el gobierno. La sub-región prefiere seguir en la complicidad que genera el actual silencio cobarde.

Con la única salvedad, por ahora, de las posiciones del gobierno argentino del presidente Mauricio Macri, quien ya ha hecho oír sus preocupaciones ante la situación caótica y la ilegalidad en que vive Venezuela. Una vez más, frente al silencio, cada vez más vergonzoso, de sus pares.

Está claro que la República Argentina no se encerrará más en la sub-región. Esto es que no se amordazará sola. Lo que no significa que necesariamente la desatenderá, porque sería un gravísimo error. Hay una enormidad que hacer dentro de ella.

Lo antedicho supone, ciertamente, que la Argentina dejará en más de formar parte del triste “arreo” regional cubano-venezolano. Actuará, cada vez que lo crea necesario, con voz propia y posiciones individuales claras. Sin temor a mostrar sus disensos cada vez que lo crea apropiado. Recuperando una presencia que jamás debió haber resignado. Estará de frente a sus responsabilidades, asumiéndolas como nación que no se limita a no hablar sino a través de terceros. Esto es de los conocidos -y realmente ordinarios- ventrílocuos venezolanos. Ya no será apenas un lamentable muñeco más en el escenario del hemisferio. No es imposible que esto genere, de pronto, que algún otro país se anime a asumir posiciones distintas al “común denominador” bolivariano que se nos impusiera -no sin artero disimulo- por largo rato. Habrá que esperar.

Tampoco es imposible que genere rispideces con Nicolás Maduro, quien acaba de adelantar -amenazadoramente- que en la próxima reunión del CELAC, la IV Cumbre, en Quito el miércoles que viene, “irá con todo” contra Mauricio Macri. Porque -según él- Macri “ha roto las reglas de juego”, esto es porque ha hablado desde la verdad sobre Venezuela, quebrando así el lamentable silencio cómplice de la sub-región.

Su ataque no podrá ser esta vez. El presidente Macri está fisurado y los médicos no lo dejarán viajar a una reunión que realmente tiene poco sentido de ser. En su lugar irá la Vice-presidente Gabriela Michetti, una valiosa mujer, en silla de ruedas. Lo que no garantiza el buen trato por parte de un sujeto como Maduro que, en su ordinariez, no sabe de respeto. Es hora de señalar que lo de Maduro –por su agresividad- comienza a parecerse a una amenaza para la paz y seguridad de la región.

Allí habrá discursos de no más de seis minutos para cada presidente, lo que Maduro previsiblemente no respetará, acostumbrado a que nadie se anime a desdecirlo. Como lo ha hecho Macri, precisamente. Un Nicolás Maduro cada vez más gordo, con sus cachetes inflados, está también cada vez más intolerante. Acostumbrado a la impunidad que obtuvo a lo largo de una década de complacencia regional que ha llegado a su final.

Maduro, que ha quebrado a su pobre país, busca desesperadamente victimizarse. Echarle la culpa a otro. Encontrar un nuevo “chivo emisario”. En lugar de asumir su responsabilidad de corregir un rumbo equivocado que, impuesto por él, ha destrozado a Venezuela. En Davos quedó también claro que la Argentina volverá a trabajar sin complejos con los Estados Unidos, con la cercanía histórica que existe en temas en los que el andar debe necesariamente ser común, como el que tiene que ver con todos los distintos andariveles del combate contra el crimen organizado.

Y que, además, se acercará todo lo que pueda a la Unión Europea, respecto de la cual Cristina Fernández de Kirchner se contentó con ser una inexpugnable piedra en el camino de cualquier acuerdo comercial que pudiera alcanzarse con nuestro país y con nuestros vecinos y socios.

La re-normalización relacional alcanza incluso a Gran Bretaña, país con quien se procurará identificar áreas de trabajo común, sin descuidar ni renunciar a los reclamos de soberanía sobre las Islas Malvinas y el Atlántico Sur, pero sin condicionar todo a que se avance positivamente -y de inmediato- en esos temas pendientes de solución conforme a nuestros deseos.

El país ya no entonará un discurso sesgado, amargo y anti-globalizador. Volverá a los organismos financieros internacionales y normalizará su relación con el FMI sin miedos y, en adelante, sin falsificar más las cifras de la verdad. Actuando desde la verdad, que es la base de la confiabilidad.

Al rechazar todo lazo con el FMI, la Argentina se auto-incluyó en una lista de países cuyo sólo enunciado denuncia el gigantesco error que se cometiera durante una larga década de frustraciones y de atrasos de todo tipo: Venezuela, Somalia, Eritrea, Siria y la República Centro-africana, en cuya patológica compañía extrañamente Cristina Fernández de Kirchner se sentía segura.

Por todo esto, no llama demasiado la atención que en las próximas semanas dos importantes presidentes europeos visiten la Argentina. Se trata de François Hollande y Matteo Renzi, representando a dos países centrales de la Vieja Europa que de alguna manera pertenecen al “ser argentino”, cuya esencia integran, cada uno con sus particularidades, acompañando a nuestra entrañable Madre Patria, que es España.

Tampoco sorprende que el presidente Barack Obama haya hecho saber su disposición de reunirse, este mismo año, con el presidente argentino, cuando se sacaba los auriculares de la traducción en las reuniones del G-20, en muestra de fastidiado desinterés cuando intervenía nuestra arrogante, pero desubicada presidente, Cristina Fernández de Kirchner. Queda visto que la Argentina, como se esperaba -revalorizando la diplomacia- ha comenzado a andar el camino que debía: aquel que la lleva de regreso a un mundo del cual no debió haberse apartado nunca. Lo que es para celebrar, aunque el gobierno y el país todo deban aún superar el peligrosísimo campo minado que le dejara la administración que ha cumplido su mandato y dado el paso al costado que la Constitución impone.

El autor fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

Publicado en El Informador Público


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