Terceros afuera



Por Mariano Rovatti

Las elecciones realizadas el 13 de agosto reflejaron una consolidación del gobierno a nivel nacional, con triunfos esperables en la zona pampeana y las grandes ciudades del interior. En la Provincia de Buenos Aires, la ajustada victoria de Cristina Fernández de Kirchner abre un interrogante sobre el resultado definitivo en octubre, en medio de una creciente polarización estimulada por ella misma y el gobierno de Mauricio Macri.

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  Más allá de que hay que esperar a octubre, y que se registrará una consolidación de la polarización insinuada en estas PASO, Cristina Fernández triunfó por una diferencia de un punto aproximadamente en la elección bonaerense. Ello fue posible a pesar de la división del peronismo, que presentó cuatro fórmulas de candidatos.

  Pese a la triunfalista puesta en escena gubernamental, la posterior admisión de una posible derrota y el hecho de haber suspendido el conteo de votos en el mismo momento del sorpasso, confirma tal aserto, aunque aún no se hayan dado los números definitivos.

  En la semana previa, la gobernadora María Eugenia Vidal emprendió un intensísimo raid mediático para descontar la diferencia que llevaba la ex Presidenta, quien casi no tuvo apariciones públicas, salvo el cierre de campaña. La gobernadora salvó a los candidatos oficiales de una derrota clara como insinuaban las encuestas buenas que se hallaban en poder de los hombres del gobierno.

  La perfomance de los candidatos a senadores de Cambiemos distó de ser auspiciosa para la coalición gobernante. Los fallidos frecuentes de Esteban Bullrich y el poco protagonismo de Gladys González fueron suplantados en los tramos finales por el huracán Vidal, quien logró el empate en tiempo de descuento. Veremos si Maru tendrá que repetir su esfuerzo en octubre y si ello no desgasta su imagen, la más alta de la clase política argentina. Condición que incomoda a más de un jerarca de Cambiemos.

  La noche de la elección, el gobierno armó su fiesta, con el Presidente hablando al país mientras los números provisorios le daban importantes triunfos en el interior y una ventaja inesperada en Buenos Aires. Horas después, la brecha se achicó hasta ser casi cero, y en ese mismo momento finalizó el conteo. Una picardía que le sacó a Cristina la posibilidad de disfrutar de los titulares de los diarios del lunes. Pero que le regalará otra tapa en los próximos días, poniendo en evidencia la maniobra.

  La manipulación de la información no es un delito, pero es éticamente reprochable. Que lo haya hecho el kirchnerismo antes, no absuelve al gobierno. Peor, en ese punto lo iguala a su antecesor y genera un cierto desencanto.

  Ahora el gobierno habla de reflotar el voto electrónico, pero no dice nada de sacarle funciones electorales al Ministerio del Interior, concedidas por la última reforma de 2010. El voto electrónico no rige en la mayoría de las democracias occidentales. Es tanto o más manipulable que el sistema de boletas de papel. Sí en cambio vale la pena avanzar con la boleta única, tal como ya tienen Santa Fe y Córdoba. La solución no es adoptar el sistema que utilizan países tan disímiles como Venezuela o Estados Unidos, sino crear un Instituto neutral como hizo México, posibilitando así la salida del poder del PRI, tras 70 años de hegemonía.

  Tras la elección, el gobierno luce más sólido y confiado. Triunfó en lugares insólitos como San Luis –con candidato peronista- y La Pampa. Ganó bien en Mendoza, Corrientes, Entre Ríos, Neuquén, Corrientes, Santa Cruz y Jujuy. Le dio una paliza a Juan Schiaretti en Córdoba y al peronismo y la UCR rebelde en Capital. Perdió por poco en Buenos Aires y Santa Fe, pero está en condiciones de darlas vuelta. Sus diez victorias distritales significan mucho más que ese número. A pesar del tarifazo del gas comunicado días antes de la elección, el anuncio del fútbol pago y la desaparición de Santiago Maldonado, logró comunicar su mensaje con la simpleza y eficacia de siempre. Tras el comicio, los primeros pasos del presidente fueron firmes, acentuando su autoridad. Para octubre necesita que la economía funcione y que la gente se entere de ello al palpar sus bolsillos.

  Cristina obtuvo cerca del 37% de votos, lo que supera expectativas de la mayoría de los actores políticos que le daban un poco más del 30%. Casi sin hacer campaña, sin discursos encendidos, con pocas apariciones televisivas y sin propaganda gráfica. Otros cinco distritos vieron victoriosos a sus candidatos: Santa Fe, Formosa, Río Negro, Tierra del Fuego y Chubut.

  Queda como un primus inter pares, sin el liderazgo de su etapa presidencial, pero sin que nadie la pueda jubilar de la escena política nacional y del peronismo en particular.

  El avance de las causas judiciales por corrupción la esmerilan, aunque no corre riesgos de ser encarcelada antes de diciembre. Seguramente, sí se registrarán embates contra personajes como Julio De Vido o Amado Boudou, a quienes soltó de su mano. La posibilidad de un mano pulite argentino se desvanece, en una justicia que utiliza los procesos políticamente.

  Al menos en las formas, Cristina tuvo mayor capacidad de reciclarse a sí misma que Sergio Massa, que reiteró su error estratégico del 2015. Tal como anticipamos, la avenida del medio lo volvió a llevar al tercer lugar, esta vez más lejos de los puestos de vanguardia. El aporte de Margarita Stolbizer no se notó: lo que le agregó fue igual o menor a lo que Massa perdió en el electorado peronista. Y sus votos son los primeros que irán para Cambiemos en octubre.

  En los días previos a la elección, al menos un 5% de los votantes totales, que estaban para votar a Massa-Stolbizer, migraron para Cambiemos. Además de los que se agreguen, hay que tener en cuenta los que van a ir hacia Unidad Ciudadana, el nuevo nombre del Frente para la Victoria. El desafío de Massa será retener todo lo que pueda, y quedar como el tercero más votado en todo el país, de cara al 2019. Es esperable un perfil más peronista y más opositor en este tramo. 

  También hay que observar lo que pasará con la magra cosecha de Florencio Randazzo. Tras un retiro prolongado, volvió desdibujado y funcional al gobierno. Sus votos mayormente se irán para Cristina, como se están yendo sus intendentes y candidatos locales. Tuvo dignidad cuando rechazó el ofrecimiento de Cristina de ser candidato a gobernador, pero a la distancia, no fue una decisión feliz. La política es poder, y Randazzo lo rechazó, pensando que en la próxima ocasión iba a ser recompensado por la historia. Obtuvo lo mismo que Chacho Alvarez.

  Se dice que Mauricio Macri y Cristina Fernández representan dos modelos de país. El futuro y el pasado. La república y una réplica de Venezuela. O la oligarquía y el pueblo. La dependencia y la liberación. Puros relatos. En esta historia, la cuestión central no es de modelos sino de liderazgos. Por capacidad, idoneidad y carisma, Mauricio Macri y Cristina Fernández son los dos líderes fuertes del momento. No hay tercero en discordia.

  Si vemos cualquier encuesta hecha lejos del calor electoral, la mayoría del país no quiere la grieta. Pero al final, caemos en ella. ¿Por qué?

  Además de las dimensiones económica, social y cultural de la grieta, caemos en ella porque en el medio no hay líderes de la misma envergadura de Macri y Cristina.

  El peronismo no K carece de liderazgo territorial. Conceptualmente, se referencia en el Papa Francisco, pero ello no se traduce en una conducción terrenal.

   A los presidenciables clásicos –como José Manuel de la Sota- se les pasó el cuarto de hora para pelear por el poder nacional. Los nuevos como Juan Manuel Urtubey, Sergio Uñac o Domingo Peppo aún están verdes. De los referentes sindicales, el único peronista con futuro político sería Facundo Moyano, pero le falta mucho rodaje aún. Los otros ganadores, como Carlos Menem, Lucía Corpacci o Juan Manzur, no están condiciones de liderar un proyecto nacional.

  Quizás, su dirigente más encumbrado hoy sea Miguel Pichetto, más proclive a acuerdos que a disputas. En el reciente episodio del Consejo de la Magistratura que derivó en el juicio político al juez Freiler, Pichetto -al igual que Ricardo Lorenzetti- fue funcional al deseo gubernamental.

  El peronismo no K necesitará en 2019 un outsider, al estilo de Marcelo Tinelli, quien husmeó la posibilidad de aparecer en esta elección, pero decidió guardarse. La puerta de la AFA se le cerró, pero quizás se le abra la de la política nacional. Más que de él mismo, sus posibilidades dependerán de la marcha de los acontecimientos del país.

  En la Ciudad de Buenos Aires, a Martín Lousteau le ocurrió lo mismo que a Massa. Aunque estuviera convencido de la conveniencia de tener una posición equilibrada, su rol no fue creíble. Por algún motivo, el elector vé oportunismo allí donde el candidato ofrece moderación.

   La apuesta de profundizar la grieta para el gobierno dio resultados relativos. La resucitó a Cristina, a quien ahora no va a poder meter presa. El gobierno estima que le conviene su libertad porque en un ballotage presidencial cree ganarle, pero éso es impredecible. Con un 37% con la fusta bajo el brazo, queda ahí nomás del 40% con el que podría ganar en primera vuelta si le saca diez puntos de ventaja al segundo.

   La grieta política tiene correlatos económico, social y cultural.

  Según el INDEC, al final del primer trimestre de este año, más de la mitad de los trabajadores argentinos ganaba menos de $ 10.000.- mensuales, siendo el salario promedio de $ 11.000.-

   Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, desde fines de 2015 hay 1.500.000 más de pobres. Cuando asumió el gobierno de Mauricio Macri, el índice de pobreza se hallaba en el 29% y al final del primer trimestre de 2017 alcanzó el 32, 9%.

  Tras un estancamiento de la economía que comenzó a fines de 2011, hay algunos síntomas de reactivación, que no se reflejan en el consumo que cae sin parar desde 2015. Ambos datos además reflejan un proceso de creciente concentración de la riqueza. Los despidos en el sector privado son una realidad palpable y creciente.

   Crece la brecha entre trabajadores formales e informales, no sólo en la cuantía de sus ingresos sino en el acceso a los beneficios sociales, créditos, cobertura de salud o educación.

   Paralelamente, en los medios oficialistas o afines se bate el parche contra el populismo y en los medios K se hace lo propio contra el ajuste neoliberal. Ambos alimentan prejuicios entre clases. El muro cultural entre ambas Argentinas es más sólido que el que planea construir Donald Trump en la frontera con México.

  Si el gobierno refuerza el ajuste, quita derechos laborales y previsionales y sigue cayendo el consumo, las grietas se profundizarán.

  Más allá de lo indeseable de ello para el futuro de la Argentina, esa situación no le asegura al gobierno el éxito político, en un país en donde el peronismo reunido tiene una base potencial cercana al 60%. La profundización de esa grieta política, económica, social y cultural consolidará la base peronista, y reforzará su vigencia. Sólo necesitará un líder que los reúna.

   Más pobres es igual a más peronismo y no al revés.

Buenos Aires, 26 de agosto de 2017


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