Por cuarto mes consecutivo, y en especial en agosto y septiembre, la imagen pública de Javier Milei desciende en la consideración social, generando ya un saldo negativo. El ajuste agobiante, la recesión, la caída del consumo y de los salarios van devolviendo a la realidad a una franja de la sociedad cada vez más desmoralizada, quedando a favor del gobierno poco más que un núcleo duro de leales.
La caída en el índice inflacionario encontró un piso, fruto del torniquete recesivo. Para el total de este año, se prevé una caída del Producto Bruto Interno del 5%, extendiendo aún más la racha de no crecimiento económico comenzada en 2011.
Como ya hemos
explicado en otros artículos y en nuestros videos, la falta de crecimiento sólo
puede ofrecer inflación reprimida, pero no su solución estructural mediante el
aumento sostenido de la oferta de bienes y servicios. Esta política económica
–la misma de Martínez de Hoz, De la Rúa y Macri, entre otros- está fatalmente
destinada a fracasar en la lucha contra la inflación, y así aumentar los
padecimientos de nuestro pueblo.
Entre otros
motivos, Milei llegó a la Presidencia por un triunfo claro en la batalla
cultural, en donde impuso un discurso tan antiguo como simplista, respecto de
las causas de la inflación, y su influencia en la economía del país.
Con diez meses en
ejercicio del poder, al programa de Milei ya se le notan sus insuficiencias, no
sólo económicas y financieras, sino sobre todo sociales y políticas. No hay
ningún dato de la economía real que sea genuinamente positivo en estos diez
meses.
Muchas personas
que votaron con la ilusión de ser partes del inicio de una nueva etapa, van
comprobando que la mayoría de la sociedad está obligada a pasar un sufrimiento
inútil, que no redundará en beneficios posteriores. Otros, con el único
fundamento de su fe, esperan que ello ocurra en el futuro, o aún en las
próximas generaciones, aunque hoy no se vea ningún atisbo de recuperación.
Al lado de este
proceso, el gobierno acumula acciones antipáticas, socialmente repulsivas y de
escaso rédito político, como el veto al aumento jubilatorio –y su posterior
festejo-, el veto al financiamiento universitario o el cierre al instituto de
salud mental Laura Bonaparte, posteriormente anulado. Por citar sólo los más
recientes.
En la cabeza de
Milei no está el ideal de hacer más eficiente al Estado, sino de disolverlo
lisa y llanamente. Su peculiar filosofía de la organización social se basa en
la ley del más fuerte, sin contemplación por quienes son más vulnerables. Milei
ofrece como objetivo final un retroceso de siglos hacia formas de organización
social mucho más primitivas.
El presidente
argentino emerge en el panorama mundial como un ejecutor pionero de este modelo
político, económico y social. Con cierta inquietud, el mundo observa el
resultado de este ensayo.
Frente a él, se
levanta otro modelo opuesto, que sostiene el estado de bienestar, a través de
una presencia activa a través de políticas públicas que relativicen las
desigualdades que genera el mercado. Su principal exponente, al menos en el
marco teórico es otro argentino: el papa Francisco.
Esta curiosa
situación de dos compatriotas liderando los dos bloques antagónicos
político-culturales, fue observado semanas atrás –no sin una dosis de humor- por
el streamer Tomás Rebord, en uno de sus habituales encuentros por You Tube.
Es evidente que
Milei aprovechó el agotamiento del modelo de estado de bienestar en Argentina,
fruto de malos gobiernos y de la aludida falta de crecimiento económico
registrada desde 2011. Pero buena parte de sus rasgos pueden verificarse
también en otros lugares del mundo como Estados Unidos y Europa Occidental. Por
ello, la expectación del mundo sobre el destino de la gestión de Milei se
mantiene en círculos políticos, diplomáticos y económicos.
Hoy el gran
desafío para la oposición es diseñar un programa económico-social que impulse
la producción y el empleo, que priorice el interés nacional, y que sea
inclusivo de aquéllos que son más vulnerables. Nada de éso puede lograrse sin
muchos años de constante desarrollo económico, más allá de los programas
sociales que puedan inventarse. Nada funcionará ni será sustentable, si no
tiene un colchón de crecimiento constante del Producto Bruto Interno.
Frente a la
diáspora opositora, en estos días ha vuelto a la escena Cristina
Fernández-Kirchner. Motivada por el calendario electoral del Partido
Justicialista, que tanto en el orden nacional como en el bonaerense, tiene el
cierre de listas el 19 de octubre, la ex Presidenta y Vice vé un contexto
favorable para su reinserción política.
El deterioro de
la imagen de Milei y su gestión revalidan en una franja de la sociedad a
Cristina, quien aún sigue siendo una piantavotos
en sectores de ingresos medios y altos. Pero su liderazgo está intacto en el
justicialismo bonaerense, y tendrá el desafío de contener a todos los sectores
del peronismo a nivel nacional.
La duda es si
este liderazgo tiene vocación de unidad o lo será solamente de la facción que
ella representa. Si esto es así, no sería extraño que el gobernador riojano
Ricardo Quintela decida sostener su postulación apoyado por algunos gobernadores
–explícita o implícitamente- aún a riesgo de perder la interna. Una derrota
accediendo a la minoría podría ser leída como una victoria de Quintela.
Otro aspecto particular es su relación con el gobernador bonaerense Axel Kicillof. La lógica histórica del peronismo es que el gobernador es el jefe político del distrito, y por lo tanto el portador de la lapicera a la hora de diseñar listas de candidatos. Pero Cristina no reconoce al gobernador como tal, sino a su hijo Máximo, actual Presidente del PJ bonaerense.
Todo indica que a
Axel no le permitirán designar siquiera un concejal en las listas del próximo
año, poniéndolo en un lugar sumamente incómodo de aceptar el liderazgo de
Cristina o enfrentarla, con el riesgo de sufrir una derrota. De hecho, semanas
atrás, Kicillof apoyó a su par riojano en su aventura electoral. Ambas
posibilidades le significan una cuantiosa pérdida política al jefe de estado
bonaerense.
Esto también
invita a pensar sobre las posibilidades de cara al 2027. Kicillof no tendrá
reelección, y hoy por hoy es el dirigente justicialista con el cargo más
encumbrado. Pero este nivel de desgaste le puede impedir llegar a esa instancia
con la nafta que necesita en el tanque.
Pensando en el
2027, Cristina tiene in pectore a
Wado De Pedro para la presidencia y a Mayra Mendoza para la gobernación. ¿Y
para ella misma, qué? Una victoria el año que viene le abre la puerta al
kirchnerismo para volver al poder, pero no parece el joven mercedino disponer
de la envergadura política suficiente para imponerse a lo largo del proceso
electoral 2027, en el que deberá enfrentar elecciones PASO, generales de
primera vuelta y probablemente ballotage. Para la intendenta quilmeña, parece
más sencillo acceder a la victoria, sobre todo teniendo en cuenta que no es
necesaria la mayoría absoluta de votos.
Dentro del
espacio panjusticialista, emergen
también las figuras de Sergio Massa, Juan Grabois y Guillermo Moreno.
Massa no fue
presidente por el 3%, por lo que quedó con una base más que aceptable. Más aún
si se dedica a recordarle al electorado los principales ejes del debate
presidencial, en donde advirtió sobre lo que sería el gobierno actual.
Pero hasta ahora,
Massa está muy activo detrás de los cortinados, pero nada ha hecho públicamente
para hacer crecer ese caudal político. ¿Desínterés, agotamiento, cambio de
objetivos? El ostracismo del tigrense facilitará que su capital político se lo
devoren los demás actores políticos del justicialismo.
En el caso de
Grabois, tiene a su favor su ausencia de antecedentes –aunque ha sido víctima
de operaciones reiteradas en su contra- y que en el actual tiempo político
parece más redituable construir desde la polarización que desde el consenso.
Grabois expresa ideas que van desde su cercanía con el Papa Francisco, pasando
por ideas del justicialismo histórico hasta tocar consignas filomarxistas.
Cuenta con buenos mecanismos de organización social, pero la irrupción de
Cristina lo eclipsa más que a nadie, superponiéndose sus clientelas
electorales.
Y en
consideración a Guillermo Moreno, tuvo un resplandor hace unos meses, con un
discurso fuertemente basado en la doctrina peronista, lo que le dio claridad y
sonoridad a su mensaje, sobre todo en el streaming y las redes sociales,
territorios que maneja con habilidad. Más aún, hay envíos diarios de You Tube,
como el de Pedro Rosenblat, que sube verticalmente su audiencia cuando concurre
Moreno.
Pero con
frecuencia, el ex secretario de comercio queda atrapado en una maraña
discursiva sumamente rígida, con poca predisposición a repensar hechos nuevos
que se dan indefectiblemente en el devenir político. Además, en sus debates aún
con referentes cercanos en su pensamiento, suele rozar el maltrato y cierra las
puertas a posibles frentes. Y todavía se vé obligado cada tanto a explicar qué
quiso hacer con la Vicepresidenta Victoria Villarruel.
Párrafo aparte
merece la situación de la Unión Cívica Radical y del PRO, los viejos
integrantes de la extinta alianza Juntos por el Cambio. La UCR busca retomar su
identidad, pero la sinuosa conducta de sus legisladores nacionales profundizan
su crisis de representación. Sólo parecen subsistir aquellos distritos en donde
hay una gestión radical que pueda defenderse, como la de Emiliano Pullaro en
Santa Fe. Ni siquiera la última elección
interna bonaerense –el nirvana de los radicales- alcanzó para revitalizar el
partido, dada la baja participación de votantes.
En el PRO
Mauricio Macri quedó nuevamente como su líder, pero de un partido más pequeño e
irrelevante. Sólo aquéllos que gobiernan distritos como Jorge Macri, Rogelio
Frigerio (n), Ignacio Torres o Diego Valenzuela, pueden sostener la imagen
partidaria. El resto se divide entre los que ya se comió Milei y los que se va
a comer en el futuro.
¿Habrá un cambio
de rumbo en la gestión? ¿Hasta cuándo la sociedad esperará a Javier Milei? Si
hay reacción popular ¿qué alcances tendrá? ¿Cómo se rearmará la oposición? ¿ya
estamos en las vísperas del colapso?
Buenos Aires, 9
de octubre de 2024
El título de la nota está
inspirado en “El incendio y las vísperas” novela de Beatriz Guido.
1 comentario:
¿Y la inversión en un programa como el propuesto al principio de la columna, ¿de dónde saldría?
Publicar un comentario