Milei lo hizo otra vez



Por Mariano Rovatti

 

Después de doblar el último codo, La Libertad Avanza atropelló en los últimos metros y se llevó una victoria que pocos (o nadie) esperaban. Una derrota más del peronismo que se quedó atónito y sin respuestas, y peor aún, haciéndose las mismas preguntas de siempre.

 


Los encuestadores auguraban otra victoria peronista en la provincia de Buenos Aires. Más ajustada que el contundente triunfo de septiembre, pero victoria sin dudas. Además, el gobierno se ocupó de poner al alcance de la sociedad todos los motivos para perder la elección: a la caída sostenida de la actividad económica, los ingresos populares insuficientes, los costos impagables de alquileres y servicios públicos –entre otros males- se les agregaban los escándalos de las coimas de Karina Milei, y del vínculo narco de José Luis Espert, que derivó en un sainete grotesco por la formación de la lista, en la que finalmente quedó Diego Santilli en el lugar n° 1, gracias a una curiosa interpretación judicial. A pocos días de la elección, renunciaron los ministros Werthein y Cúneo Libarona, acentuando la sensación de debacle.

Las presentaciones públicas del presidente en la campaña dieron pena o vergüenza ajena. El peronismo había encontrado una precaria unidad, con un primer candidato presentable, aunque poco activo en el proceso preelectoral. Todo estaba listo para un triunfo justicialista, pero…

Milei se ató a su bandera de la baja inflacionaria. Ha logrado que nadie –ni oficialista ni opositor- se lo cuestione. Aunque esté basado en pies de barro, simplemente por no pagar lo que le corresponde al Estado nacional a las provincias, la universidad, el Garrahan o las personas con discapacidad, por citar algunos ejemplos. La idea de que la inflación es derrotada por no existir ¿más? el déficit fiscal hoy se convirtió en un dogma de fe, en un precepto. Y ello es mérito del think tank gubernamental.

A su manera, Milei logró construir algo así como un movimiento, en donde conviven distintas tribus que antes no tenían representación. Con mucha intuición, y contra la lógica establecida, logró crear un nuevo sentido común, basado en una capacidad para captar los emergentes sociales que sus rivales han perdido. 

La política económica del gobierno se basa en la contracción de la demanda, la bicicleta financiera,  el recorte brutal de gastos estatales y la pérdida derechos laborales y sociales. Pero a pesar de ello, Milei logra que los que en teoría resultan perjudicados, lo apoyen en las urnas.

Pero esta política, unida a una mala praxis de varios de sus funcionarios, estaban llevando a Milei a una encerrona: no llegaba a mantener domado al dólar antes de las elecciones, y era esperable un salto inflacionario, y con él una debacle electoral. ¿Y después, qué?

Milei sacó el conejo de la galera, que fue el acuerdo con Donald Trump, que aunque no lo trató con mucha consideración, le dio lo que Milei necesitaba: el suficiente apoyo para que exhibiera ante la sociedad una solidez que su propia gestión no garantizaba.

Metros antes del disco, Milei logró cambiar la emoción social, y obtener quizás, el último voto de confianza popular. Más de un argentino interpretó que una derrota del gobierno representaba un salto al vacío. La estabilidad es un valor muy estimado por las personas comunes y subestimado por las clases dirigentes.

Del otro lado del río, el peronismo venía de una gran victoria en la provincia de Buenos Aires el 7 de septiembre. Sus referentes hicieron una campaña blanda, repitiendo consignas antiguas, que no les resultaron en elecciones anteriores. Mientras que para Milei esa derrota lo puso alerta, al peronismo lo achanchó y no le estimuló a hacer las transformaciones necesarias para volver a ser alternativa de poder.

Desde hace años, el justicialismo carece de conducción nacional. Se encerró territorialmente en la tercera sección electoral bonaerense, e ideológicamente, en un conjunto de consignas de centroizquierda. Ni siquiera pudo competir en los veinticuatro distritos con el mismo nombre.

Tampoco el justicialismo ha sido capaz de elaborar un programa de gobierno basado en su rica doctrina, aggiornada al siglo XXI. Con tono nostálgico, recuerda no ya las glorias de los años cuarenta y cincuenta, sino la versión kirchnerista del ciclo culminado en 2015, y sin hacerse cargo del gobierno de Alberto Fernández.

Permanentes alusiones al Estado presente, que sólo parcialmente representa al ideario justicialista, pero pocas menciones a la necesidad de encarar un proyecto de desarrollo económico, generación de empleo y crecimiento salarial, los verdaderos pilares de la historia peronista. Entre 1946 y 1955, el Producto Bruto creció el 45%, la tasa más alta desde entonces hasta el presente.

Desde 2011, la Argentina está estancada económicamente. El segundo gobierno de Cristina Fernández-Kirchner, y los de Mauricio Macri, Alberto Fernández y Javier Milei muestran una total falta de crecimiento económico, y sin él, no hay Estado presente que sea viable, ni baja consolidada de la inflación ni del endeudamiento. 

En los tiempos del auge kirchnerista, el peronismo rompió relaciones con el campo, y con el mundo de la producción industrial –empresario y trabajadores- sólo mantuvo un vínculo frío y distante.

El peronismo le habla a un trabajador en vías de extinción: sólo el 40% se desempeña como empleado en relación de dependencia y formalizado. El resto se ubica en distintas formas de contratación precaria. Milei le ha llegado en forma directa, mientras los referentes del PJ no saben qué decirle, y menos aún qué ofrecerle.

Sí tuvo energía para convertirse en defensor de minorías –y está bien- pero ha sido incompetente para construir un proyecto de mayorías, a tono con su historia.

Las listas en Capital y Provincia de Buenos Aires fueron diseñadas para mantener el statu-quo interno, pero no para conquistar a sectores de la sociedad que hoy están siendo esquivos a su mensaje.

El único mérito fue el de la unidad, y algunos pocos candidatos que sí ofrecieron algo nuevo en materia de ideas, imagen y representatividad.

Hay una camada de dirigentes de 50 años o menos, que asoma como la renovación del peronismo, pero entre ellos no hay coordinación ni liderazgo. Aparte de Axel Kicillof, comienzan a ganar protagonismo Natalia de la Sota, Guillermo Michel, Caren Tepp, Juan Grabois, Florencia Carignano, Rosanna Chahla y Cristian Andino. También están los streamers, que amagan con saltar a la política, pero aún no se lanzaron, como Pedro Rosenblat y Tomás Rebord, y más atrás Tomás Trappé y Mauricio Vera. Todos tienen una multitud creciente de seguidores.

Evidentemente, el peronismo fue incapaz de ofrecer algo nuevo y atractivo para la sociedad, que aún tiene fresco el recuerdo del 200% de inflación que dejó Alberto Fernández hace apenas dos años. Con Milei, el pueblo vive con muchas privaciones, pero con una momentánea estabilidad, que se valora.

La detención de Cristina Fernández funcionó como un impulso a la unidad, pero no más que ello. A la ex presidenta y su entorno parece resultarle muy lejano lo que ocurre en Córdoba, Salta o Chubut.

El peronismo sigue siendo una confederación de partidos provinciales, una FUFEPO que canta la marcha en sus actos, pero ignora los contenidos doctrinarios que puedan iluminarlo para diseñar un proyecto de poder.

A pesar de todo, el peronismo –sumando todas sus versiones- quedó a cuatro puntos de La Libertad Avanza, hoy la principal fuerza política del país. Incluso en la provincia de Buenos Aires, si se sumaran los votos de sus disidentes Florencio Randazzo, Fernando Gray, Santiago Cúneo y Alberto Samid, hubiera sumado un 6% que le hubiera asegurado una victoria clara. Pero en política, no todo es matemática.

Si tiene tantas fuerzas disidentes, es por la falta de liderazgo, y ésa es la causa principal de su fracaso.

El peronismo bajo la conducción de Cristina Fernández-Kirchner ha acumulado seis (6) derrotas desde 2010, cuando falleció Néstor Kirchner. Más allá de la adhesión que pueda generar su recuerdo, no se comprende cómo no pudo ser aún reemplazada en ese rol. ¿Falta de capacidad política? ¿o de valentía?

De continuar con esta política, en 2027 tendremos un país con más recesión, más pobreza, y más endeudamiento. Milei llegará con un gran desgaste. ¿El peronismo llegará mejor? Sólo si produce una profunda transformación de su liderazgo, su propuesta de gobierno y su forma de relacionarse con la realidad del pueblo argentino.

Miremos estos gráficos para ver cuán exitoso ha sido cada liderazgo del peronismo: 

     


 

 











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