Los gremios empiezan a pasar sus facturas a los Kirchner

Por Carlos Pagni

35,2%. Desde anteayer a las 5 de la mañana esa cifra, que consigna el aumento salarial conseguido por la Federación de Trabajadores de la Industria de la Alimentación (FTIA), se ha transformado en el número más observado de la vida pública argentina. Está bajo la lupa de los que miran la economía. Pero también atrajo a los que siguen los movimientos de la política. No sólo por lo que dice acerca de las cada vez más ambiguas relaciones entre el gremialismo y los Kirchner. También porque esa paritaria entraña un significado especial para la izquierda, sobre todo desde el conflicto de Kraft del año pasado.

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El acuerdo de la alimentación es muy relevante con independencia de su resultado, ya que afecta a la industria más competitiva del país.
En la mesa de negociaciones se sientan las cuatro grandes compañías del sector, es decir, Kraft, Arcor, Molinos y Nestlé. El número que esta vez alcanzó Rodolfo Daer, el titular de la FTIA, supone dos pronósticos. Que la inflación será bastante alta este año -superior al 25%, como venían pronosticando muchos economistas- y que se mantendrá la expansión del consumo de los últimos meses.
Pero estas hipótesis han sido puestas en tela de juicio por quienes siguen el proceso económico internacional. ¿Se mantendrán aisladas la Argentina y la región del ajuste que se está verificando en Europa? ¿Seguirá la economía china blindada ante ese tembladeral? ¿Las commodities agrícolas serán un refugio para quienes están alarmados por la volatilidad de las monedas, o comenzarán a ser arrastradas, como otros activos, por el deterioro general? Estos acertijos no tienen todavía respuesta. Pero todos se recortan sobre un horizonte que sí se ha definido: el mundo, en general, va hacia un ajuste.
La primera conclusión que se infiere del acuerdo de la alimentación es que fue realizado con la vista puesta en el pasado reciente y no en lo que cabe esperar para los próximos meses. En el Gobierno nadie está atento a la evolución de la crisis y a sus eventuales proyecciones sobre la Argentina.
Las declaraciones de Cristina Kirchner en España demuestran ese desdén. Más aún: cuando la mayoría de los gobernantes profundizan las conversaciones y los acuerdos con empresarios y trabajadores, para mejorar el nivel de información de los que deciden en medio de la incertidumbre, en Olivos están más entretenidos en demoler la Asociación Empresaria Argentina (AEA), con el argumento de que allí está el Grupo Clarín.
La base
Esa distracción es más inquietante porque hay otros gremios que utilizarán el 35,2% como base de sus negociaciones. El primero es el de los gastronómicos. El Ministerio de Trabajo les dictó una conciliación obligatoria, para no dejar sin personal a los hoteles y restaurantes durante los festejos del Bicentenario. Pero cuando hayan pasado los homenajes, Luis Barrionuevo volverá a la carga con el reclamo del 40%. Tal vez cierre trato por 35%, igual que Daer.
Los empleados de comercio son otros que miran a los de la alimentación como un ejemplo. Armando Cavalieri, su eterno representante, se proponía arrancar a los empresarios una mejora del 30%. Era el colmo de la audacia. Pero la segunda línea de su sindicato pretende ahora imitar a Daer y subir sus pretensiones otros cinco puntos. "¿Se disfrazaron de dirigentes, muchachos?", les preguntó, sarcástico, Cavalieri. A él ese espíritu reivindicativo no le cae nada simpático: sabe que esconde el complot de los que pretenden poner fin a su largo reinado.
La carrera salarial que se lanzó con el acuerdo de la alimentación no tendría una explicación completa si se la desvincula de la política. El 35,2% señala también que comenzó a sacar ventajas de la fragilidad del Gobierno.
Los sindicalistas pasan su factura, igual que los gobernadores, o los jueces, como advierten los funcionarios que pasean por tribunales -desde Uberti y Jaime, hasta los secretarios de la Presidenta-. Postales clásicas de cuando las administraciones languidecen.
Daer también consiguió lo que se propuso amparándose en que existe hoy un avance de la izquierda en los sindicatos. Su 32,5% sería inexplicable sin el tórrido conflicto de Kraft del año pasado, en el que debieron intervenir las fuerzas de seguridad para reprimir a los militantes de la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
El sindicalismo tradicional aumenta sus exigencias mirando de reojo el desafío de esa competencia. El Gobierno puede hacer poco por la moderación. Tampoco quiere quedar mal con el gremialismo enfrentado a la CGT, sobre todo el de la CTA de Hugo Yasky. Kirchner, que quiere llegar a 2011 por la izquierda, no quiere arrojarlos en brazos de Pino Solanas y Claudio Lozano. Ya bastante los provocó al prometerles la personería gremial, sin cumplirles.
Como es fácil advertir, en este cuadro falta Hugo Moyano. Es lógico. El autodenominado "principal aliado del Gobierno" ya no es el mismo que, hasta el año pasado, fijaba el techo general de los salarios en la cocina de su casa, mate va y mate viene, con Julio De Vido. Ahora se anima a disentir con los Kirchner sobre la inflación y, con ese aval, los Daer van a las paritarias a golpear la mesa.
Las razones de la indiferencia de Moyano no hay que buscarlas en la economía. Están en los juzgados de Claudio Bonadío, Norberto Oyarbide y Ariel Lijo. El camionero ya no está dispuesto a pedir moderación a ningún sindicalista en nombre del Gobierno, por la sencilla razón de que cuando él intenta comprometer a Kirchner con su drama, el esposo de la Presidenta lo deriva al procurador Esteban Righi; pero es incapaz de levantar, él mismo, el teléfono.

Publicado en el diario La Nación

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