Quién triunfó en Chubut

por Martín Losteau

El ciclo de elecciones de 2011 está definitivamente en marcha. Contra la mayoría de los pronósticos previos, los candidatos del gobierno nacional ganaron en Catamarca y fueron derrotados por un margen mucho menor al esperado en Chubut. Con una diferencia tan exigua y procesos electorales inexplicablemente alejados de las ventajas del voto electrónico es esperable que quien pierda tienda a cuestionar los resultados.(Para leer el artículo completo, cliquear en el título)

Hoy por la mañana comenzaba el recuento que habrá de proveer las cifras definitivas. Pero no hace falta esperar esos datos para interpretar el resultado de ambos comicios y de la sucesión de actos electorales que sobrevendrán de aquí a octubre. El patrón asoma con claridad: el Gobierno posee una fortaleza que la mera figura de la Presidenta es capaz de trasladar a sus candidatos locales. Y detrás de este fenómeno se encuentra el deseo de la gente de tener certidumbre.
Esto es algo que no debería sorprendernos cuando el recuerdo de 2001-2002 se halla todavía fresco. Es difícil olvidar una depresión económica en la cual perdimos 21 puntos del PBI, en la que una de cada cinco personas que quería trabajar no encontraba dónde, y con la pobreza y la indigencia alcanzando picos de 57% y 29%, respectivamente. Quizás ello permita comprender los resultados de un trabajo de Poliarquía, según el cual un 74% de las personas manifiesta que la inflación lo afecta mucho o bastante en su vida cotidiana pero solamente la mitad cree que debería ser una prioridad en las políticas de Estado: el temor a perder el trabajo o la incertidumbre que provoca su precariedad todavía están demasiado presentes para muchísimos argentinos.
Estas ansias por la extensión de un proceso de crecimiento parecen ser el común denominador de las dos elecciones que acaban de tener lugar. Catamarca, como casi todo el Norte Grande argentino, fue rescatada de su exclusión histórica en materia de políticas públicas por el actual Gobierno. Esta reivindicación puede distar de la que merecen los habitantes de toda esa región para poder estar en un pie de igualdad con el resto del país, pero contrasta claramente con tiempos pasados. Ello alcanza para explicar por qué al oponerse a Lucía Corpacci, su antigua vicegobernadora y ahora apoyada por el Gobierno, el intento de reelección de Brizuela del Moral dejó de ser garantía de que ese proceso de mejora se mantuviera.
Chubut también experimentó importantes avances desde 2003 y la gestión local tuvo un rol significativo en ese desarrollo. La desocupación actual es del 5% y la pobreza está en guarismos similares; ocho de cada diez trabajadores poseen empleo formal; el alcance del agua potable, las cloacas, el gas y la electricidad de red es casi generalizado; el 100% de los mayores de tres años está escolarizado, y la mortalidad infantil es de un dígito desde hace ya un par de años.
Con esos indicadores, la pregunta obvia es por qué el candidato de Das Neves perdió tantos votos respecto de los conseguidos por su mentor en 2007 o 2009. Más allá del agua que cada lado quiera llevar a su molino de cara a las elecciones generales, la explicación parece pasar por otro lado: la dificultad para identificar quién representaba la continuidad entre los candidatos. Das Neves desistió de cualquier modificación constitucional que habilitara su reelección y ello, en una sociedad con una visión personalista de la política, afecta la percepción de mantenimiento del statu quo. La opción era, por lo tanto, entre dos novedades. O bien, entre dos incertidumbres. En ese contexto, las acciones de quien está respaldado por un gobernador saliente pierden peso frente a las de un candidato de un Gobierno con muy buen posicionamiento de cara a octubre.
Independientemente de lo que arrojen las cifras definitivas, el deseo de continuidad obtuvo una amplia victoria: entre ambas interpretaciones sumó casi el 80% de los votos. Sin embargo, hay que tener cuidado. Lo que todos los argentinos bienintencionados deseamos es que no se interrumpa un proceso de crecimiento que aún debe recorrer mucho camino para seguir curando décadas de frustraciones. Para ello se precisan políticas pensadas para sostenerse en el tiempo y ampliar nuestras posibilidades a cada paso. Esa es la verdadera continuidad, que no está emparentada con la permanencia de las personas o con la repetición mecánica de medidas que funcionaron adecuadamente pero en un contexto que no es el actual.
Una economía con 25%-30% de inflación y déficit fiscal -que es lo que tendremos aún apelando a todo tipo de creatividad contable- no resulta sostenible. El aumento de precios impacta en la inversión y, tarde o temprano, también en el consumo. Y cuando la economía se enfríe por estos motivos, escasearán los recursos fiscales para calentarla debido a que se malgastaron antes. Esto es a lo que nos encaminamos en los años venideros.
Nuestras prácticas económicas son corregibles. El problema de base radica en que nuestros partidos políticos están desde hace un tiempo en un proceso de deterioro continuo. Dejaron de ser espacios con un cuerpo doctrinario que se va actualizando, donde se forma gente y que al convencer a la sociedad de sus principios logran llevar un representante a la presidencia. Hoy ese orden está subvertido: existe solamente un conjunto de gerentes políticos de distintos niveles que buscan una figura mediáticamente aceptada capaz de depositarlos nuevamente en el poder. Así el líder de turno no sintetiza la plataforma sino que es su dueño absoluto. Puede entonces desentenderse del largo plazo y tomar medidas que benefician su proyecto más inmediato aún a expensas del bienestar general futuro y hasta de los intereses duraderos de su partido sin que en éste se genere un debate profundo y riguroso donde se manifiesten y diriman los desacuerdos.
Publicado en La Nación

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