Entre Frondizi y Alsogaray



Por Mariano Rovatti

A dos meses de instalado en el poder, el principal problema que afronta el gobierno de Mauricio Macri es la inflación. Además de sus consecuencias políticas, económicas y sociales, es el principal factor de disenso entre sus miembros, más allá de otras diferencias de carácter formal o superficial.

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Todos coinciden que es el problema principal, pero no están de acuerdo en cómo encararlo. La inflación es un problema antiguo en la economía mundial, superado en la mayoría de los países. Sólo aquéllos que han emprendido una aventura neopopulista, como Venezuela, Sudán o Malawi la padecen por encima del 20% anual, junto a la Argentina. En nuestro país, el fenómeno inflacionario resurgió en 2007, tras 16 años de estabilidad, pese a las crisis del Tequila, sudeste asiático, Brasil y la propia del 2001-2002.

Se dice que es el impuesto más injusto, pues ataca el poder adquisitivo de toda la población a la vez, pero es más impìadosa con los trabajadores asalariados y los jubilados. Un implacable mecanismo que extiende la pobreza y concentra la riqueza, favoreciendo la especulación financiera y saboteando la producción de bienes y servicios.

Para el populismo en sus diversas formas, la inflación es un problema relacionado con el afán desmedido de lucro de los empresarios, que remarcan precios y desabastecen los mercados especulativamente. Frente a esa conducta, el Estado debería actuar con todo el rigor de la ley a través de fuertes controles de precios. Obrar de otro modo, sería garantizarle al zorro la libertad de acción dentro del gallinero. Sostienen que la economía debe dinamizarse a través de políticas activas que estimulen el consumo popular, licuando de ese modo el efecto inflacionario. Este pensamiento es el que inspiró al gobierno de Cristina Fernández, en especial, mientras su ministro fue Axel Kicilof. Pero también alimentan el ideario económico de una importante porción del Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical, y toda la izquierda en sus distintos matices.

El liberalismo sostiene que la inflación es un proceso de índole monetaria, que se combate eliminando el déficit fiscal, y con él, la emisión espuria de moneda, sin el correspondiente sustento en reservas. Para ello, es necesario reducir el gasto público y aumentar los ingresos fiscales hasta garantizar el fin del déficit. Frecuentemente, en países de desarrollo intermedio como la Argentina, en donde el peso del Estado en la actividad económica es muy significativo, estas políticas derivan en una fuerte recesión, fuente de conflictividad social y a veces, en más inflación aún. La suba de tasas de interés, la supresión de subsidios y préstamos blandos, y la apertura de la economía son algunas de sus recetas. Alvaro Alsogaray fue el emblema de esta corriente en el siglo XX, a la que también aportaron José Alfredo Martínez de Hoz, Roberto Alemann y Adalbert Krieger Vasena. Con matices, también Celestino Rodrigo en 1975 y hasta Ricardo López Murphy, en su fugaz paso por el Ministerio de Economía a comienzos del 2001.

En el medio, navegan variadas corrientes que se las podrían agrupar como estructuralistas, que ponen foco en la productividad. Son los esquemas de pensamiento menos ideológicos y más pragmáticos, en donde los componentes político y social resultan más gravitantes. Mientras el liberalismo monetarista combate la inflación contrayendo la demanda, el estructuralismo lo hace promoviendo el aumento de la producción de bienes y servicios. Como punto de partida, un programa inspirado en este pensamiento puede requerir un pacto social por un plazo inicial breve, ya que los resultados nunca son inmediatos en materia de estabilidad monetaria. A largo plazo, apuestan a la utilización del arancel, el crédito y el impuesto como herramientas orientativas de la inversión, imaginando al Estado como un actor importante de la economía, pero conviviendo con el mercado. Las primeras presidencias de Juan Perón y Carlos Menem, las de Arturo Frondizi, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner tuvieron algo de todo ello, con sus lógicas variantes según el contexto histórico.

Mauricio Macri se formó en el seno de una familia de industriales. Más allá de sus oscilaciones, su pensamiento íntimo en materia económica está más cerca del desarrollismo que de cualquier otra corriente. Explícitamente, rescata la figura de Arturo Frondizi como un referente, y su Ministro del Interior, Obras Públicas y Vivienda, Rogelio Frigerio, es nieto y homónimo del Tapir, el principal colaborador de Frondizi en su gestión presidencial.

En su complejo sistema de alianzas políticas y sectoriales que lo llevaron a la presidencia, Macri sumó el apoyo del establishment, hoy integrado principalmente por el sector financiero, las petroleras, las grandes compañías agroindustriales y los multimedios. Este conglomerado de poder e intereses no siempre es coherente entre sí, pero suele coincidir en su apetito y ansiedad. Tras ocho años de políticas populistas (o doce según se mire) quieren cambios drásticos. Y ya mismo, y ejecutadas por personal de su confianza.

Llama la atención la aparición pública de numerosos técnicos de la ortodoxia, refiriéndose de manera crítica a la actual gestión, reduciendo la cuestión a un tema de gradualismo o shock. Quizás, apostando a que las actuales autoridades económicas se consuman pronto frente a la falta de resultados. Que la llama de la inflación se mantenga encendida los favorece en sus aspiraciones.

Mirando la composición del gabinete, vemos que el ministerio de Economía está en manos de Alfonso Prat Gay, quien fue el último técnico de fuste en sumarse al equipo de Cambiemos, tras hacer campaña un par de años antes para UNEN junto a Elisa Carrió, Fernando Solanas y Victoria Donda, entre otros. Prat Gay es el menos ortodoxo de los miembros del equipo económico. Al mencionado Frigerio, pueden sumársele otros nombres muy cercanos al pasado empresario de Macri, como Francisco Cabrera, Andrés Ibarra o Guillermo Dietrich. En el medio, dirigentes sectoriales como Juan J. Aranguren o Ricardo Buryaile, o técnicos de confianza del presidente como Federico Sturzenegger.

Solo, en la punta de la mesa, se halla el Presidente del Banco Nación, Carlos Melconian. Quizás, tanto él como buena parte del establishment esperaban un rol más relevante, ejecutando una política más ortodoxa.

Por ahora, y de acuerdo a las primeras medidas económicas, Macri parece optar por la opción que más siente, por historia y pensamiento. Para ello, necesita del apoyo político de gobernadores, intendentes, sindicalistas y empresarios. También requiere de un programa económico integral, que aún no fue elaborado. El mismo debe impulsar en sostenido desarrollo en todas las áreas de la economía concebidas como parte de un mismo sistema. Con resultados visibles, por lo menos, en octubre del año que viene, cuando nuevamente nos hallemos frente al desafío electoral.

Buenos Aires, 29 de febrero de 2016


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1 comentario:

Diego Ezequiel Bianchi dijo...

Ojalá que triunfen las ideas desarrollistas y que nuestro país pueda salir adelante con un plan coherente de expansión de su productividad. Gracias Mariano, excelente artículo.